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Tremendo culebrón

Comandante. La Venezuela de Hugo Chávez
 
Rory Carroll
 
Sexto Piso, 2013
 
ISBN: 978-84-15601-28-9
 
334 páginas
 
23 €
 
Traducción de A. L. Tobajas y M. Tabuyo
 
 
 
Alejandro Luque
 

Llevo algún tiempo reflexionando sobre el apabullante éxito de Searching for Sugar Man, el documental de Malik Bendjelloul sobre la figura de Sixto Rodríguez. Sí, la historia es emocionante, la cinta está bien rodada, las canciones son hermosas… Pero, ¿es para tanto? Creo que no. Cuando asisto a un fenómeno tan desproporcionado, tiendo a sospechar, y casi siempre encuentro la causa de estos entusiasmos en carencias más o menos profundas de la sociedad.

He llegado a la conclusión de que la gente, harta de que le den gato por liebre, de verdades manipuladas, de productos prefabricados, de comida de plástico y de estrellas de plastiquete, como diría nuestra estadista Sara Mesa, ha abrazado con pasión esta historia de autenticidad y de justicia poética, sin cuestionarse de veras –no van a aguarse ellos mismos la fiesta– si no se tratará de otra sutil astucia del mercado.

Hugo Chávez es otro ejemplo de éxito de masas en el que el entusiasmo del público cubre con creces las flaquezas de la realidad. Si Rodríguez se nos aparece como el último cantante puro, ajeno a la industria y al circo de los medios, el comandante venezolano encarna la última esperanza revolucionaria tras el desmerengamiento del castrismo y la reubicación de China a la vanguardia del capitalismo salvaje. Y del mismo modo, sus detractores corrieron a señalarle como la personificación del caudillo rojo, iluminado y charlatán, dispuesto a llevar a su pueblo al despeñadero en nombre de alguna falaz utopía.

En la gloria de Searching for Sugar Man pesa mucho la técnica narrativa, el sutil modo en que se reserva una información esencial –que Rodríguez está vivo– y se oscurece con la mano, como en los viejos revelados fotográficos, el verdadero fondo del asunto: cómo la discográfica se quedó con los royalties del músico. Venezuela, un país que dio siempre grandes narradores, desde Arturo Uslar Pietri al impar Adriano González León, fundó su propio género nacional, el culebrón, tomando estructuras del folletín decimonónico y el serial radiado cubano. Con esta base se dispuso Chávez escribir su gloriosa página en la Historia, un culebrón que se prolongó durante catorce años y que su sucesor, Nicolás Maduro, se afana en prolongar en clave de ‘spin off’.

Rory Carroll, joven corresponsal del diario The Guardian, ha apostado sin embargo por contar la misma historia con maneras de periodismo de vieja escuela. Comandante es, más que una biografía al uso, un largo y absorbente reportaje, que se lee de un tirón y con los ojos abiertos como platos. Porque lo que despliega el autor con notable objetividad es el enorme catálogo de luces y sombras que fue aquel mandato, una visión que irritará por igual a los ‘hooligans’ del personaje como a sus más furibundos enemigos.

De un lado, el sueño de justicia social y el deseo real de sanear un sistema podrido desde tiempos inmemoriales; del otro, una manifiesta incapacidad para atajar la corrupción institucional, la dispersión en mil estériles batallas, la ansiedad por controlar la propaganda y la entrega a la demagogia populachera. Y entre una y otra cosa, el doble discurso: denunciar el olor a azufre de Bush, y continuar siendo su principal proveedor de petróleo. Como dijo un diplomático norteamericano: “No mires lo que Chávez dice, mira lo que hace”. Todo ello acabó haciendo de él un híbrido de Fidel, Gadafi y Berlusconi, mientras se alejaba del modelo, más efectivo y estéticamente más acorde con los tiempos, de Lula o Bachelet.

Los críticos de Chávez deberán reconocer que, impulsado por la subida del precio del crudo, hizo una apuesta sin parangón por ayudar a los más desfavorecidos. Los fans, por su parte, no tendrán más remedio que admitir que no querrían para sí mismos, por ejemplo, un gobierno con generales que eructan ante la cámara como único argumento político, o presidentes que peroran durante horas en su programa, a veces interrumpiendo la programación en el momento más inesperado, para contar que han tenido diarrea o que el capitalismo acabó con la vida en Marte.

Como director de su propio culebrón, Chávez usó la técnica de Stanley Kubrick: todo estaba en su cabeza y dosificaba la información entre sus subordinados con usura, a menudo dando instrucciones contradictorias. No dudó en fulminar a quienes osaran toserle, mientras que la corte de aduladores e inoperantes, los boligarcas, creció por días. A uno de éstos, Maduro, le otorgó el testigo. Antes de eso, salpicó el guión de situaciones bufas, como la del patético “¿Por qué no te callas?” del rey Juan Carlos, pero también de brillantes golpes de efecto y sentencias lapidarias.

¿El partido acabó en empate? No. Los últimos años de gobierno fueron una pesadilla: la economía venezolana entró en el caos, la inseguridad se disparó hasta límites intolerables, arreció el descontento general y el comandante perdió, por primera vez, una batalla en las urnas, por la que pretendía ampliar sus poderes mediante reforma constitucional. La trama del serial se puso fea, hasta que sobrevino el desenlace inesperado: la enfermedad que acabaría con su vida, la mismo que veladamente atribuyó a una conjura de sus adversarios, porque los hombres como Chávez mueren en batalla, y no derrotados por un vulgar tumor en las ingles.

Final trágico, inesperado, para esta historia llena de intrigas palaciegas y sueños de poder, que disparó la audiencia mundial hasta batir récords de ‘share’. El campo de discusión entre la izquierda y la derecha latinoamericanas –y también europeas– se desplazó desde el viejo binomio Miami-La Habana hasta Caracas. Y como en ese Rodríguez en el que tanta gente ha proyectado su necesidad de verdad en el arte, muchos miles lloraron la muerte del “presidente comandante” como la derrota de la última esperanza.

Cabe felicitar por el buen tino, y la espectacular portada, al sello Sexto Piso, que suele caracterizarse por sus ediciones impecables, pero a la que en esta ocasión debemos ponerle los puntos sobre las íes: concretamente, los muchos que faltan en el texto, imaginamos que por algún error de escaneo.

El libro de Rory Carroll, en fin, es un severo cuestionamiento del mito chavista, pero también un claro aviso para el futuro. Venezuela, hoy “reino perdido para la ambición y la ilusión”, necesitará algo más que palabras y carisma para levantar cabeza. La izquierda, por cierto, también.

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