Días lúgubres. Novela de Don Pollón y Altramuz
Juan Sayagués
Alhulia, 2013. Colección «Crisálida narrativa»
ISBN: 978-84-1546-482-2
166 páginas
13 €
Prólogo de Juan Goytisolo
Fran G. Matute
No sé lo que es tener un día lúgubre, pero sí sé lo que es tener un día tonto. Porque el otro día tuve uno. Estaba así, apoltronado en el sofá, mirando medio insomne la pantalla del ordenador y me acordé, de repente, de un manuscrito que había llegado hacía tiempo al correo corporativo del blog. Llegan muchos de esos. Rara vez se leen, lamentablemente. Por eso siempre recomendamos que en vez de enviar un ejemplar -que suele terminar abandonado en la estantería- nos hagan llegar, primero, un archivo con la obra. Para ver si gusta. Para ver si algún estadista se interesa. Cosa rara, ya digo. Porque el estadista tiene claro lo que quiere leer y es difícil que se le cruce por el camino un manuscrito de este tipo. Pero ya os he contado que el otro día tuve un día tonto. Tan tonto que me puse a leer, casi con desgana, una cosa llamada Días lúgubres de un tal Juan Sayagués. Y, yo no sé cómo, me empezó a subir por el estómago una sonrisilla, cómplice, que se me alojó en la cara. Y, al poco tiempo, no pude evitarlo, eructé la primera carcajada.
Creo que mi capacidad analítica no está a la altura de lo que ofrece Días lúgubres. Y lo digo con total sinceridad. Días lúgubres me puede. Me sobrepasa. Porque es una obra que carece de vergüenza alguna. Y así no se puede. Cuando a un autor le da igual todo, se la suda todo y, por ende, todo le cabe, considero que nada interesante puede decirse sobre él o su obra. Días lúgubres es el texto más libre que he leído en mucho tiempo. No conoce de tapujos. No se rige por regla alguna. Es toda ella desparpajo. Es una astracanada en toda regla. Forma y fondo. Imposible de aprehender.
Los Días lúgubres de Sayagués se oponen a las Noches lúgubres de Cadalso de quien bebe los formatos y los anacroniza. Porque en esta novela dialogada -al más puro estilo de La Celestina– lo mismo se mienta a Aristóteles que a Lauren Postigo, lo mismo sale el Dalai Lama que se habla, con total contemporaneidad, de la CIA, el Concilio de Trento o la Guerra Nuclear. No sabría decir si los “días lúgubres” en los que transcurre la historia que propone Sayagués se corresponden con una especie de distopía (los viajes interplanetarios están a la orden del día) pero sí que creo que en su aparente liviandad hay una crítica feroz, una interpretación irónica y esperpéntica, de la actualidad. Como si Sayagués hubiera cogido las portadas de periódico de los últimos años y con ellas hubiera confeccionado la trama de Días lúgubres en clave de incorrección política: la homosexualidad, el feminismo, las religiones, el arte contemporáneo (ese “mojón pinchado en un palo”, grandioso), el multilingüismo, la independencia de las naciones, el terrorismo… ¡si hasta habla de sobres con dinero! (y eso que está escrita antes de que se desatara todo el escándalo de las payolas peperas).
Los dos protagonistas de esta “novela”, Don Pollón -os podéis imaginar por qué se llama así- y Altramuz, recuperan el típico tándem cómico entre señorito y lacayo. La obra se divide en mamotretos, como en La lozana andaluza, y el tono picaresco impregna toda la prosa. Las coordenadas, por tanto, parecen claras. Sayagués realiza un retrato de la España actual bebiendo de las formas clásicas, en un ejercicio similar al realizado por Miguel Baquero en su excelente Vida de Martín Pijo. Pensarán ustedes que esta obra es solo jijí y jajá pero Sayagués hace una cosa muy difícil. Reírse de lo serio. Porque los temas lo son. Pero a través de desternillantes enfrentamientos dialéctico-filosóficos que, en ocasiones, se asimilan a los diálogos más surrealistas de las películas de los Hermanos Marx, consigue darle la vuelta a la tortilla a casi todo mostrando las contradicciones del ser humano y el absurdo que nos rodea.
No sé quién es Juan Sayagués. Es más, no tengo muy claro de que ese sea su nombre verdadero. Pero detrás de Días lúgubres hay un escritor. Con muy poca vergüenza, eso sí (¡si hasta comete faltas de ortografía!). Y, por tanto, libre como un pájaro. Ahora soy capaz de ver que el día que me puse a leer Días lúgubres fue todo lo contrario a un día tonto. Tontos fueron los días que pasó el manuscrito en el buzón sin que nadie le echara cuenta.
Quiero un manuscrito así!
Puedo corroborar que es de lo mejor aue se ha publicado en España en los últimos 25 años.