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Un clásico

CortoMaltes_Siberia

 

Corto Maltés en Siberia

Hugo Pratt

Norma, 2014. Colección «Hugo Pratt»

ISBN: 978-84-679-1599-0

128 páginas

21 €

Traducción de Ernest Riera i Arbussà

 

 

José Martínez Ros

Vives un mundo imaginario, solo que ya no te das cuenta. Cuando un adulto entra en el mundo de los cuentos es para siempre.

No creo necesario presentar al gran Corto Maltés, el personaje más célebre, junto al infatigable sargento Kirk, de los muchos que creó uno de los mayores autores que se han dedicado a escribir y dibujar cómics, el veneciano Hugo Pratt (1927-1995). Corto Maltés, súbdito británico, nacido en La Valetta, Malta, hijo de una gitana y un marinero de Cornualles, representa como pocos la esencia de la aventura.

Siempre he lamentado un poco haberlo descubierto de adulto. No porque me parezca una lectura juvenil, ni mucho menos, sino por la certidumbre de que, si lo hubiera hallado en mi adolescencia, hubiera poblado mis sueños y mi imaginación aún con más fuerza, al igual que los relatos de Conrad, Stevenson, Mellville, Jack London, Salgari o Borges (por ejemplo, la tal vez más famosa historia breve de Corto, «Concierto en do menor para arpa y nitroglicerina» adapta libremente el relato «Tema del traidor y del héroe» del argentino), sirvieron de inspiración a Pratt, junto a sus muchos viajes, para componer un puñado de narraciones extraordinarias.

El origen de esta gran obra de Hugo Pratt, publicada originalmente en 1974, fue, ciertamente, curioso. Invitado de honor al Festival de Lucca, convertido en una leyenda viva del noveno arte, en una conversación informal con otros autores, éstos le preguntaron por qué Corto nunca había visitado Rusia (en aquella época, la URSS), el país natal de su turbulento compañero de aventuras, Rasputín. Pratt, medio en serio, medio en broma, les dijo que tenía una historia ambientada en la inmensa y desolada Siberia en mente, pero que tendría que dibujar muchos trenes, porque no se podía hacer un cómic sobre Siberia sin trenes, y no se veía capaz. Uno de los asistentes, el arquitecto y dibujante, Guido Fuga, no se pudo contener y le dijo que empezara a escribir la nueva historia de Corto, porque él le dibujaría los trenes. Y en efecto, así fue, siendo a partir de entonces uno de los más estrechos colaboradores de Pratt.

En su etapa de madurez, Pratt preparaba cuidadosamente sus obras, y En Siberia no fue la excepción, ya que tardó tres años en completarla, una periodo que en parte destinó a documentarse cuidadosamente. Y es que, como otras obras protagonizadas por Corto, además de una emocionante aventura y un gran entretenimiento, vale por toda una lección de historia del siglo XX.

Estamos en Hong Kong. Allí encontramos a Corto y a su amigo-enemigo Rasputín, a los que una misteriosa -y femenina- secta china, Las linternas rojas, les ofrece la posibilidad de embarcarse en una nueva y lucrativa empresa: hacerse con el tesoro de los zares. Ha terminado la Primera Guerra Mundial, pero en el corazón de Asia se sigue combatiendo. Dos grandes imperios, el ruso y el chino, se han desmoronado, y los pueblos de las estepas, como los tibetanos o los mongoles, que tenían sojuzgados hasta entonces tratan de sacudirse sus cadenas. En China, la situación es caótica: buena parte del territorio está en manos de señores de la guerra, toda clase de sociedades secretas nacionalistas y triadas conspiran entre sí y está a punto de tener lugar la terrible invasión japonesa. En la extensa y gélida Siberia, los ejércitos “blancos”, formados por los antiguos partidarios de los zares, se enfrentan al ejército rojo de los bolcheviques que se han alzado con el poder en Petrogrado. Para volverlo todo aún más confuso, han llegado también cuerpos expedicionarios de las potencias occidentales –ingleses, franceses, norteamericanos- para apoyar a los “blancos” contra los “rojos” y evitar que se extienda la Revolución.

En esa guerra librada en los parajes de Siberia el arma estrella fueron los trenes blindados, el más famoso de los cuales fue el de Trotsky, el líder y creador del ejército Rojo, que finalmente se alzaría con la victoria. Y En Siberia veremos a varios de los gigantes de acero y carbón dibujados por los impresionantes lápices de Fuga y Pratt, cargados de soldados y artillería, vomitando metralla, siendo asaltados o, incluso, combatiendo entre sí desde vías paralelas en terribles duelos. Pero también nos encontramos con una peligrosa travesía a bordo de un junco chino -con naufragio incluido, por supuesto-; un viaje en biplano sobre las heladas estepas asiáticas -la primera vez que Corto sube a un avión- que tampoco acaba muy bien; cargas de caballería, enfrentamientos cuerpo a cuerpo y, como siempre ocurre tratándose de Pratt, momento para la paz, la reflexión e, incluso, la poesía que sirven de remansos en la frenética acción. Entre el variado elenco de personajes, que incluye mercenarios, militares, caudillos guerreros, agentes dobles o triples, adivinos y shamanes destacan dos auténticas femmes fatales, la bellísima duquesa Marina Seminova y la enigmática e idealista Shangai Lil, y sobre todo a un gobernante tomado de la realidad histórica, el disparatado, cruel y, a su modo, romántico barón Von Urgern-Sternberg, que al frente de un ejército formado por europeos, cosacos y miembros de las tribus de las estepas llegó a proclamarse señor de Mongolia, donde pretendía crear un reino budista-cristiano desde el que combatir a los soviéticos y hasta invadir Europa, como un nuevo Gengis Khan.

En Siberia tiene todo lo que hizo a Corto Maltés un personaje inolvidable: el trazo de Pratt, sintético y elegante, en este caso con un discreto y apropiado coloreado, que hace que no haya ni una sola escena aburrida o confusa y del que tantos dibujantes hot podrían aprender; unos diálogos y textos de apoyo directamente magistrales y que muestran que Pratt era, ante todo, un magnífico escritor; y una galería de personajes tridimensionales que se niegan a reducirse a los tópicos de “buenos” o “villanos”. Si aún no habéis disfrutado de las aventuras de Corto Maltés, es hora de que os hagáis uno de los mejores regalos de vuestra vida; y si tenéis hijos aficionados a la lectura, nunca os lo agradecerán bastante.

[Publicado en Zona Negativa]

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