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Un faro en la tarde

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El talento de los adolescentes

José Antonio Marina

Ariel, 2014. Colección «Biblioteca UP»

ISBN: 978-84-344-1873-8

224 páginas

16 €

 

 

 

Manolo Haro

La adolescencia ha ido teniendo una presencia cada vez más constatable en la sociedad contemporánea. Su importancia no ha venido de la mano de una plena consciencia sobre qué es, sino cómo puede aportar de manera muda algo a la sociedad de consumo de masas. El dichoso presentismo que lo copa todo, no ha dejado tampoco de lado una etapa de la vida que funciona como soporte esencial al turbo-capitalismo, haciendo prosperar sectores como la moda, la tecnología, el ocio, etc., a cuyas garras, poco a poco, también estamos abandonando a la infancia por medio de una paternidad poco comprometida y con actitudes escasamente coherentes. El término adolescente ha pasado de la insignificancia al matiz peyorativo. Basta con decir que uno trabaja o convive con adolescentes para que el rictus de nuestro interlocutor cambie, no precisamente con gesto de aprobación. A ello contribuye, por ejemplo, la espectacularización de la adolescencia malcriada con programas como Hermano mayor o la aparición en los medios de los extremos en torno a lo genialoide o a lo monstruoso. El adolescente capaz de lo mejor y de lo peor.

Qué duda cabe de que esta visión es parcial y sesgada. Se observa al adolescente desde fuera, con miedo; se abandona a la reflexión de psicólogos de familia, o, en el peor de los casos, de psiquiatras especializados. Algunos padres pasan las Páginas Amarillas a velocidad de vértigo en las noches de insomnio, visitan blogs sobre la adolescencia o comparten desde el estoicismo los desmanes de sus hombres y mujeres en ciernes en cafeterías de barrio. La complejidad de este período hace que le pregunten al viento qué hacer. Si de sacar conclusiones se tratara, el mero hecho de trabajar con ellos (cosa que servidor hace gustosamente de lunes a viernes) puede dar algunas claves, lo que ocurre es que falta iniciativa para pergeñar un retrato más o menos fiel de lo que es un adolescente y, si se lleva a cabo, es, la mayor parte de las veces, desde el pesimismo. Gráficamente pudiéramos decir que es el último tramo de una columna antes de llegar al capitel, cuyo orden dependerá mucho del trabajo realizado en el basamento y en la primera mitad del fuste (niñez e infancia). La excelencia de las hojas de acanto sólo puede llegar con un trabajo y una cercanía realizados desde la sinceridad, la coherencia (de nuevo) y la entrega. El adolescente está dejando atrás un período donde el sentimiento lo impregna todo para dirigirse hacia la madurez, donde primará el pensamiento. Se hace necesario librar un gran escollo que está haciendo zozobrar el proyecto común de una sociedad como la nuestra: la infantilización de todas las etapas de la vida. De padres infantilizados, no pueden surgir adolescentes bien pertrechados para enfrentar el mundo. Quizás le toque al adolescente puro esgrimir su YO como espada para entender la realidad, aunque lo deseable sería que esa postura se fuera disolviendo poco a poco. Lo que ocurre es que padres y madres han cogido el relevo a sus hijos en el culto extremo a la personalidad y andan autofotografiándose, jugando a videojuegos, saltándose semáforos, haciendo ostentación de cachivaches y un largo etcétera de actitudes poco adultas.

José Antonio Marina, con el afán divulgativo con que ha dado al público su obra, propone una serie de respuestas a todo lo que enuncio arriba. En estos últimos años, el filósofo ha abordado temas como el talento, el sentimiento, la inteligencia, el deseo, el cerebro o la creatividad, con la intención de dar a conocer en el suelo patrio algunas tendencias de la neurociencia o de la teoría de los sentimientos que venían desde afuera. No cabe duda de que su trabajo viene refrendado por sus lecturas de la ciencia de vanguardia en otros países y por su posterior reflexión al respecto. En la colección “Biblioteca UP”, que la editorial Ariel ha puesto en circulación, Marina hace converger todas las inquietudes que ya había volcado en otras publicaciones, sobre todo, en la editorial Anagrama. Tal colección tiene como subtítulo “Lo que padres y docentes deben saber”. Quizás hubiera sido más acertado cambiar ese «deben saber» por un «deben pensar» o «reflexionar», pues el libro no intenta dar fórmulas mágicas (aunque venga cuajado de interesantes listas), sino promover la reflexión y el pensamiento crítico en las familias y en los claustros. El volumen tiene una estructura que creo que le debe mucho al Punset de Redes, ya que en todos los capítulos del libro se recurre al diálogo con alguna persona ducha en la materia con el epígrafe de “Hablando con expertos”. De igual manera todos rematan con “Consejos a los padres”, en donde se resumen las propuestas y teorías de cada capítulo y se ofrece una especie de vademécum para esa reflexión de la que hablaba antes.

Marina defiende la adolescencia con optimismo, apartándose, como él mismo dice, de una bibliografía tremendista, que recurre al análisis, a veces, con las gafas del doctor que entiende la etapa como un vado peligroso y pesado que hay que pasar rápido. Leer estas páginas –pienso que de ninguna manera afectadas de «buenrollismo»– es un ejercicio balsámico y necesario. Aspectos como las posibles necesidades de nuestros adolescentes, las metas, o conceptos como la «práctica deliberada» o la capacidad de «autodiseñar la personalidad» se muestran aquí con claridad y afán de dar respuestas. Se establecen fronteras entre temperamento, carácter y personalidad que para los adultos embarrancados en el trance de la educación y del conocimiento de sus vástagos pueden servirles de mucho.

Mirar la adolescencia es presagiar el futuro. No es necesario remover heces, observar tripas de animales muertos ni conjurar la sapiencia de Casandras locales. Observar y acompañar a nuestros hijos desde su primer minuto en el mundo puede evitar mucho sufrimiento posterior. Para los que buscan, este libro puede ser un faro en la tarde.

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