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Un hogar de palabras

EDUARDO CRUZ ACILLONA | El periodista Juan Cruz, cada vez que aborda una de sus ya famosas entrevistas en profundidad, siempre comienza preguntando al entrevistado por su infancia. Sostiene que, de esa manera, éste entra en un estado de confort y seguridad que a él le servirá para, más tarde, poder escarbar en los aspectos del protagonista que más le interesan. Quizás sea por esta curiosa (y a los resultados me remito, efectiva) teoría por la que Clara Obligado arranque la reflexión que supone Una casa lejos de casa retrotrayéndose a su infancia.

Allí aborda sus recuerdos de manera precisa, sin concesiones a la grandilocuencia o a la fantasía, con honestidad brutal, que diría su paisano Andrés Calamaro. “Primer mandamiento: no mitificar. El olvido también nos esculpe”, se dicta, exige y obliga a sí misma. Y arrastra esa máxima por todo el texto hasta el final, un texto plagado de frases rotundas y bellas, como aforismos nacidos de la experiencia y, sobre todo, del corazón, su mejor campo de abono, que a la vez pueden resultar indicaciones (mandamientos, como el de más arriba, me atrevería a sugerir) para completar una de las clases magistrales que con tanto saber y éxito imparte desde hace años en sus talleres literarios.

Es por ello que uno no llega en ningún momento a saber muy bien qué está leyendo, y duda si se trata de un ensayo, una autobiografía, un poemario en prosa o quizá, como no es la primera vez que la autora se embarca en el juego literario de la mezcla de géneros (es más, suele ser marca de la casa), un poco de todo.

“Vas a leerlo del tirón”, me adelantaron. Y acertaron. Es muy difícil apartarse voluntariamente de la belleza. Ya las primeras diez páginas son arrebatadoras. Clara Obligado dialoga consigo misma. Aborda experiencias y recuerdos subrayados por lecturas, por su carrera de Literatura, por el idioma, por su actitud activa frente al convencionalismo impuesto de la época (la dictadura argentina), etc… “Elegir un destino, contradecir lo asignado, reformularlo”. Todo ello compone una primera parte que finaliza cuando termina sus estudios en la Universidad en Argentina, un tiempo convulso en el que tiene que vivir a salto de mata para sobrevivir, de casa en casa para no ser detenida por los militares. Un tiempo que ella prefiere diluir en un fundido a negro.

Fundido a negro. Literalmente. A mitad de la narración, una página en negro. Y al otro lado, a partir de la página siguiente, la luz del cielo de Madrid, su nueva casa lejos de casa en el céntrico barrio de las Letras, dónde si no: “Del verano al invierno, de la luz oblicua de Buenos Aires al azul plano de Madrid”. Y la tediosa, complicada, dolorosa tarea de poner nombre a lo que le pesa: destierro o entierro, exilio, emigración, refugio. “Se trata de poder nombrar”. Algo que hace durante toda la reflexión y/o confesión que es este libro: nombrar, poner nombre a lo que le sucede, bautizar las dudas para intentar comprenderlas, describir los miedos para poder combatirlos, verbalizar la inexplicable culpa para ahuyentarla de una vez por todas, escribir con letra firme y tinta indeleble sus apellidos en el buzón de su nueva casa. Sin embargo, tras ese fundido a negro, Alicia ha cruzado al otro lado del espejo y ha descubierto que el país de las maravillas no es tal. Hasta ese extenso país que es el idioma contiene regiones, fronteras, límites y barreras. Obstáculos a los que se enfrenta la autora, palabras que acá no significan lo mismo y que debe reaprender, palabras que le obligan a reinventarse, casas con paredes como muros que debe saltar: “Escribo traduciéndome a mí misma, de un castellano a otro, y esa distancia me permite una mayor conciencia del idioma”.

Cuenta Clara Obligado que una vez le preguntaron en qué apartado habría que colocar sus libros, si en literatura española o argentina. “Elegir”, confiesa, “me costaría años de terapia”. Sin embargo, creo que ha sido la literatura en general, la que no gasta pasaporte, la que ha hecho de Clara Obligado la referencia que hoy es en el mundo de las letras. En España, en Argentina y en todos los demás países que, como ella, enarbolan orgullosos la bandera común del Quijote.

Una casa lejos de casa encierra toda la poética de su autora, muy recomendable para quienes hayan seguido su trayectoria y conocen su obra; y puede leerse como un cuento, género en el que es una verdadera especialista. En ese sentido, coincido plenamente con el juicio de la también escritora, también argentina y también residente en Madrid Valeria Correa Fiz: “Este libro es como un cuento, que se acaba pero nunca se termina”. 

Una casa lejos de casa (Contrabando, 2020) | Clara Obligado | 120 págs. | 15,50€

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