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Un hogar que da salud

ANA BELÉN MARTÍNEZ | La música es un amante incondicional que aparece siempre que se le necesita. Ya sea para abrirnos los brazos en un día complicado, tendernos la mano para un baile, transportarnos a lugares inesperados con su melodía o alegrarnos, incluso, el momento de la ducha. Decía Eugenio Trías, a propósito de su ensayo El canto de las sirenas, que «la música es algo más que un arte, es una forma de conocimiento. Un conocimiento que da salud, que salva». El filósofo catalán repara, además, en que «la música piensa, no solo provoca sentimientos. A su manera argumenta, razona». No olvidemos que «la música también es escritura». A lo largo de la historia, la música ha sido objeto de estudio por parte de numerosos pensadores. Para Schopenhauer es la forma artística más elevada, mientras que para Nietzsche «la vida sin música sería un error». Sin embargo, han sido muchos los reacios a entregarse sin condiciones a ella.

¿Hasta dónde puede llegar el poder de la música? ¿Es capaz de hacernos mejores personas? Alicja Gescinska (Varsovia, 1981) formula y da respuesta a este tipo de preguntas en La música como hogar (Siruela, 2020). Un breve ensayo en el que reflexiona sobre la experiencia musical desde distintos enfoques. Ahonda en la cuestión, a favor y en contra, de la mano de importantes pensadores como Platón, Kant, Adorno, Max Scheler, George Steiner, Eric Clarke, Steven Pinker, Raymond Tallis, Roger Scruton, por citar a algunos. Un recorrido histórico que cuestiona el papel de la música desde su significado estético, científico y sobre todo moral. 

La filósofa polaca acude a referencias literarias y cinematográficas para mostrar que la desconfianza en la música y sus efectos nocivos es un tema recurrente en grandes obras. Sonata a Kreutzer, de Lev Tolstói o El último encuentro, de Sándor Marái dan cuenta de cómo la música influye para mal en el destino de sus personajes. En el lado opuesto, Vladimir Jankélévitch precisa la esencia del poder de la música como un «desarme de los corazones». Pero, ¿realmente puede la música desarmar a cualquier tipo de corazón? Desde luego no lo hizo con el del escritor Vladímir Nabokov, quien dejó escrito en su autobiografía Habla, memoria, lo siguiente: «La música, siento decirlo, me afecta solo como una sucesión arbitraria de sonidos más o menos irritantes». Y qué decir tiene la monstruosidad de los nazis tan aficionados al arte, capaces de asesinar a seres humanos durante el día y disfrutar de una ópera por la noche. Gescinska es rotunda al afirmar que «si una persona lleva el mal dentro de sí, no habrá partitura capaz de erradicarlo». Reconoce, por tanto, que la música no nos hace necesariamente mejores personas. No obstante, no implica que no sea capaz de hacerlo. El bien no suele provocar mucho ruido, ¿verdad? 

La autora hila más fino al considerar que la música funciona como un acto de interacción y de empatía. Por un lado, permite entender al otro al abrirnos la puerta del espíritu de la «persona responsable de los sonidos». Y, al mismo tiempo, contribuye a comprendernos a nosotros mismos, acercándonos a nuestro interior. Ese Yo más puro, que a veces olvida aparecer o se esconde tras el piloto automático y que resulta imprescindible para mantener a raya el compás de la vida. «La música satisface un deseo profundamente humano de comprender y ser comprendido», puntualiza la polaca. Esta comprensión de la música es un refugio que nos hace sentir en casa, pese a que el hogar ni siquiera exista físicamente. «La música es el arte de lo inexistente», observa. 

La música como hogar es un ensayo que se dirige a lo concreto. Da respuestas a preguntas determinadas sin dar vueltas innecesarias. No se anda por las ramas y sus argumentos se sostienen bien enraizados a una tierra rica en nutrientes. Con todo, durante la lectura esta reseñista ha echado de menos localizar las indicaciones de la autora en las notas al pie y no al final del libro. Así se evitaría la rotura del ritmo de la lectura. Esto no ha sido posible ya que, como advierte en un inicio el traductor Gonzalo Fernández Gómez, las notas de la autora aparecen al final del libro, tal y como ocurre en la publicación original. 

Entonces, ¿puede la música contribuir con su fuerza a hacer un mundo mejor? Quizá la experiencia de Witold Lutoslawki aclare algo. El compositor polaco sufrió la opresión nazi y luego la comunista. La música fue para él un salvavidas en las circunstancias más adversas. En su diario apuntó: «La creación artística puede ser una exploración del alma humana, y los resultados de este tipo de exploración son una venda para uno de los dolores más intensos del ser humano: la soledad». 

La música como hogar: Una fuerza humanizadora (Siruela, 2020) | Alicja Gescinska | Traductor: Gonzalo Fernández Gómez | 132 páginas | 16,10 €

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