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Un libro diferente

ELENA MARQUÉS | Empiezo la primera línea de este comentario a Hermana. (Placer) con la angustia de no saber qué voy a poner en la última. Me refiero a esa, algo separada del texto, que etiqueta nombre del reseñista, del autor, de la editorial y género. Porque el libro de María Folguera, escritora, dramaturga, directora de escena y gestora cultural, es difícil de encuadrar en ninguna categoría conocida. Supongo que como la autora, inquieta y polifacética, a la que le gusta meterse en berenjenales como fundar su propia compañía-proyecto de investigación escénica en torno a cuerpo, sexo, género y conflicto y trabajar en el Teatro Circo Price. Pues nada. A ver cómo se me da.

Lo primero que quizás uno podría sospechar es que el libro, no sé si decir confesional, diarístico, coqueteo con la autoficción, larga epístola a esa amiga actriz-cantante que decide romper amarras, cuaderno de apuntes, novela híbrida, obra en marcha, investigación literaria, es original y despide por encima de todo autenticidad. Sabemos que lo que cuenta es ficción, puesto que cualquier cosa que aparece negro sobre blanco lo es («es como si tú me preguntaras: «¿Pero esto pasó de verdad? ¿Te fuiste a leer bajo un farol la correspondencia Laforet-Fortún después de la conversación definitiva con tu marido?», nos advierte), relato en sentido amplio, interpretación/creación de la realidad; pero intuimos muchos datos autobiográficos y una confiada desnudez en lo que dice, en la que, al menos la que suscribe, se siente reflejada, en cualidades como «el sentido de la deuda que me caracteriza», la práctica de «la modestia y la empatía como método existencial» y otras neuras muy femeninas pero no solo.

La narradora de esta historia que termina en los terribles días del confinamiento pandémico nos cuenta, entre otras cosas, cómo se dedica a la elaboración de una obra de largo aliento y hasta ahora inconcebible: la Enciclopedia de Buenos Ratos de Escritoras. A través de ese listado en orden alfabético que se muestra incompleto conocemos algunas de sus preferencias literarias, encabezadas por Teresa de Jesús, Elena Fortún, Ana María Matute, Carmen Laforet o María Lejárraga. (Véase al respecto los títulos de obras teatrales que ha escrito y dirigido la autora). No se trata, sin embargo, de un libro específicamente reivindicativo de literatas de calidad empequeñecidas por el momento en que vivieron o por una sombra masculina y aprovechada, aunque por supuesto nos aporte muchos datos sobre ellas y nos invite a poner los ojos en esas figuras interesantes no solo como autoras, sino también en su faceta personal y su congénito sufrimiento.

Porque eso es lo que Folguera quiere encontrar. La otra cara del dolor. Consciente de que ese es el combustible habitual de las letras, necesita indagar en los momentos de placer (ahí va el paréntesis del título; en el «Hermana» podemos, supongo, incluirnos todas, escritoras y no escritoras) de esas mujeres que tuvieron que compaginar cuidados y escritura, críticas y escritura, juicio moral y escritura, autodestrucción y escritura, secretismo y escritura. Sí, la narradora-Folguera busca sus momentos felices, sus ratos de bienestar. Aunque estos se reduzcan a ver pasar el tiempo. A hacer brotar por unos momentos un frugal y culposo «egoísmo». Porque una de las frases que más tristeza me ha causado es esta referida a la autora de Oculto sendero: «Elena, enferma terminal de cáncer, se arrepiente de todas sus pasadas incursiones en la felicidad y el atrevimiento». Quien conozca mínimamente la vida de Encarnación Aragonés sabe de lo que hablo.

Pero ya he dicho que Hermana. (Placer) no es solo eso. Con un fino humor, o simplemente una visión optimista y placentera de las cosas que ya quisiera para mí y que el título parece exigir, la ágil narradora elegida por Folguera recorre hitos de la vida artístico-cultural madrileña, habla con sinceridad de los problemas de la maternidad y las relaciones afectivas y familiares (me reconozco en estas dos afirmaciones referidas a las hijas: «¿Por qué nos quejamos tanto de vosotras? Porque nos da rabia nuestro propio descontrol emocional» y «vivimos las contrariedades como desgarros que nunca logramos alcanzar, en lugar de aceptarlas como la experiencia misma»), y lo combina con reflexiones siempre pertinentes que airean cuestiones como el talento y el reconocimiento, no necesariamente en el mismo pack, la ansiada libertad («Y yo nunca he sido libre, y siempre me ha importado más dar buena impresión que ser original»), la seriedad canónica de la literatura, las ataduras culturales de las mujeres, incluso (yo lo veo así) la «reprobación» a las madres actuales al decir de sí misma (sigo hablando de la narradora): «Supongo que si hubiera sido una madre entusiasta, de esas que convierten la crianza en una causa personal, ese tipo que se apasiona por la elección de colegio o las manualidades en casa, nuestra amistad se habría disuelto tranquilamente, en un cristalino desinterés mutuo».

Por último, pero no menos importante, quiero destacar el estilo desenfadado, vivo, con sus frescos toques de humor (me encanta eso de «Sentía, de alguna manera, que las medidas contra el virus en Italia habían llegado lejos por la secreta influencia política de sus hermanas»), en ocasiones poético, salpicado de ingeniosas comparaciones que peca, quizás (aunque quién fue a hablar, si yo hago lo mismo), de largas interrupciones parentéticas que pueden hacer perder el hilo sintáctico y discursivo.

En fin, que para mí, lo reconozco, ha sido una lectura positiva, diferente, que me confirma en «el derecho y deber de buscar alegría en la vida». Creo que solo por eso merece la pena dejarse caer por sus páginas.

Hermana. (Placer) (Alianza, 2022) | María Folguera | 192 páginas | 16 euros

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