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Un libro para 170.000 lectores y otros curiosos

9788494343407MANOLO HARO | Hay algo hipnótico en el hecho de leer nuestras vidas puestas en la piel de otros. El consumo postmoderno incurre en este extraño juego de espejos cuando matrimonios de moderada felicidad leen Juliet, desnuda de Nick Hornby u otros, de manifiesta infelicidad, ven sentados en el mismo sofá la versión cinematográfica de la contundente Vía revolucionaria de Richard Yates para reconocerse y entender qué está ocurriendo en sus relaciones. Gran parte de la ficción contemporánea no preconiza la posibilidad de otros mundos alejados de la existencia del lector sino que ofrece el brocal de un pozo oscuro y profundo donde ver reflejadas nuestras vidas. Qué pasó con la enseñanza, libro de «no ficción» que podría vender, si se diera el caso, casi 170.000 de copias (número de profesores «in decrecendo» por obra y gracia del Ministerio) presenta un retrato audaz y lúcido de algo que, tristemente, está alejado de toda ficción posible. Aquellos docentes que anhelen obtener una posible explicación de lo que sienten en las aulas (para lo que sienten en su casa mejor leer a Carver, Cheever o Munro, según como arrecie el aguacero de los años maduros) deberían dedicarles una tarde a estas luminosas páginas, un ensayo que analiza la deriva a la que se lleva exponiendo el sistema educativo en este país desde hace décadas. Este libro nos coloca delante de un cuadro que nos representa y nos explica, como profesores o como meros individuos presos de un sistema que está depauperando el presente y promete ofrecer un futuro con mucho trabajo fuera de la escuela. Tal vez por todo ello, el gremio docente debiera de colar de matute en la cesta de libros de estos estertores estivales la obra de Luisa Juanatey. El motivo no sería otro que el de oír una voz que con conocimiento de causa y con una dilatada experiencia en las aulas nos cuenta sin ambages qué está ocurriendo con la educación en España.

Juanatey se retrotrae a un momento dulce en la profesión, esa Arcadia pre-LOGSE que los que andamos por los cuarenta disfrutamos como alumnos y que la autora recuerda con especial nostalgia: un profesorado que tenía un sentido de la enseñanza que cultivaba el activismo docente (salvando prehistóricas excepciones que por motivos obvios aún andaban en la profesión) y que compartía el saber y el hacer con sus iguales y con los jóvenes que tenían a su cargo. A su juicio, la llegada de la LOGSE supuso una ruptura de la más o menos presente armonía en los claustros; la «ciencia pedagógica» aparecía con una impaciente búsqueda de reconocimiento y con afán de trabajar en pos de la mejora educativa. La nueva casta que se iba conformando en torno a “cursillos pedagógicos” para docentes, los cuales hicieron transitar a algunos desde las avenidas de la motivación a los oscuros callejones de la desmotivación, se colocaba como los nuevos adalides de la causa pedagógica. Se pasó al absurdo maniqueísmo de los que hacían cursillos y los que no. Luisa Juanatey los hizo, los contrastó con algunos de sus allegados, y constató que la desunión y la soledad eran más que una impresión. La palabra mágica “motivar” se oponía con desasosegante éxito a la clásica triada que desde la Antigüedad marcó a los buenos maestros: libertad, discrepancia y humor. De este lodazal surgieron los llamados “expertos”, desertores de la tiza, que a fuerza de leer la prosa inútil y «galimática» de los tratados «logsianos» de pedagogía llegaron al estatus de inspectores, haciendo aplicar el mismo estilo a programaciones, informes, memorias y a toda clase de subliteratura académica de sus subalternos.

En este retablo de las maravillas, trufado de guiños literarios (Luisa Juanatey ha sido profesora de Lengua Castellana y Literatura) y vivaces ejemplos de respuestas y diálogos extraídos retrospectivamente de los años de docencia, también tienen cabida otros agentes que han contribuido a una merma en la calidad y en la percepción del ejercicio académico. No puedo estar más de acuerdo con la autora (el que esto firma también se dedica a la «romanización») cuando apunta –nunca, atención, en términos absolutos– que la paulatina despreocupación y dejación de funciones por parte de las familias como garantes de la educación, ‘lato sensu’, de sus hijos, junto al trabajo que se han venido tomando los medios de comunicación para colocarnos delante estadísticas con la etiqueta, tan traída y tan llevada, de «fracaso escolar», han colaborado igualmente a que la figura del docente se haya visto demonizada y colocada en la piqueta como único culpable de la demolición del castillo.

Ese «fracaso escolar» es invisible cuando el trabajo de la inspección educativa consiste en vigilar que el número de suspensos no entre dentro de una porcentaje preocupante. La Educación Secundaria Obligatoria no está contribuyendo al desarrollo de individuos independientes que finalicen estos estudios con un nivel no sólo académico sino de madurez suficiente para enfrentarse a un mundo cada vez más complejo. En el momento en que el profesorado pierde su independencia, en que es llamado a capítulo cuando sus notas y apreciaciones son «subjetivas», y en que una prueba externa (la reválida de la LOMCE) somete a sus alumnos a un examen que muestre lo que el docente ya sabe por sí mismo, podemos hablar de otro tipo de fracaso.

Juanatey tiene un indudable talento para montar una narración vivaz y repleta de sensibilidad, de inteligencia y de fino humor, alejado este último de la complacencia trágica del “qué podemos hacer”, y que hace justicia a los que fueron y a los que son, sin olvidar a los que vendrán. A estos últimos les dedica casi al final de su ensayo un decálogo prístino y osado en sus «exigencias». Completan estas últimas páginas el epígrafe, subtítulo del libro, Elogio del profesor, aunque ese espíritu de enaltecimiento está presente en todo el volumen. Me permito extraer de él unas líneas: “La enseñanza es una forma de belleza. No la inventamos nosotros, así que puedo decirlo. Excluye la fealdad y el engaño, y se concentra en transmitir como herencia el conocimiento que se estima verdadero”. Nada más alejado de lo que el Ministerio cree que es la labor del profesor.

Compañeros del metal, lean a Luisa Juanatey. Su voz, como la de otros sabios que hablan desde el ojo del huracán (Ricardo Moreno Castillo y su Panfleto antipedagógico, por ejemplo), tiene un timbre especial que nos coloca ante la enojosa labor de repensar nuestro trabajo, de palparnos el corazón a ver qué sentimos y de, en suma, actuar para que la «cosa nuestra» no se precipite por el acantilado de la estupidez humana.

Qué pasó con la enseñanza. Elogio al profesor (Pasos Perdidos, 2015), de Luisa Juanatey | 256 páginas | 15,90 €

admin

4 comentarios

  1. Auténtica reseña de las maravillas, buen Manolo! Corro a comprarlo.

  2. Encantada con su reseña y su recomendación. También soy profesora y a la hora de señalar, además del Ministerio, ¿no se olvida usted de la Consejería que también nos rige? Gracias

    • El Ministerio, sus ramificaciones y radicalizaciones, por supuesto, Luisa. El árbol completo. Un saludo.

  3. Aunque no soy del «metal» y ni tan siquiera tengo hijos, me preocupa enormemente el desdén y el maltrato que sufre la docencia en este país en el que sobrevivimos. Supongo que esta deriva del sistema educativo halla su razón en que se legisla más para adoctrinar que para educar y en que lo último que se persigue es formar a individuos autónomos y con criterio. Haré todo lo posible por leerme este libro para entender mejor qué está ocurriendo con la educación, ya que creo que es un terreno en donde un país se juega mucho y que no se puede dejar en manos de politicastros. La reseña, como siempre, lúcida y escrita de esa característica forma que hace que sea un placer leerla.

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