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Un pasaporte norteamericano al cuento

Tobias Wolff

Aquí empieza nuestra historia

Alfaguara, 2009

ISBN 978-84-204-2274-9

472 pág.

22 euros

Javier Mije

«Es horrible a lo que nos acostumbramos», afirma una de las atribuladas criaturas de este libro, compilación –realizada por el propio Tobias Wolff (Alabama, 1945)- de toda una carrera como cuentista que, paradójicamente –si admitimos que la costumbre y el embotamiento de la percepción suelen ir de la mano-, puede definirse por su extraordinaria habilidad para hacernos sentir las cosas. Asociado habitualmente al dream team del realismo sucio norteamericano, epígono de Hemingway por su querencia por la ambigüedad y lo elíptico, estos relatos -absorbentes, soberbios casi todos ellos- recuerdan aquella vieja afirmación de Chéjov –»es mientras estamos almorzando cuando sentimos que la vida se derrumba o cuaja nuestra felicidad»- que legitimaba definitivamente la trivialidad como materia literaria. A partir de conflictos en ocasiones ínfimos –que focalizan en la mayoría de los casos la institución familiar en lo que constituyen soterradas experiencias hacia la madurez- Wolff levanta historias de gran intensidad. Elaborados con una enorme economía expresiva, atentos a la minucia deliciosa de los detalles que son la fibra de toda gran literatura –»se echó hacia delante y se puso a jugar con el salero y el pimentero, haciéndolos sonar y deslizándolos como si fueran una pareja de baile» (pag. 180)- estos relatos –son palabras del propio autor que pueden suscribirse una por una- “captan las sutilezas, las fracturas y el desarraigo de la vida norteamericana”. De cualquier vida. Lo hacen además sin cargar las tintas en el patetismo, sin juzgar ni tomar partido por unos personajes que nos transmiten sus dudas -¿por qué hacemos lo que hacemos?- ante las encrucijadas en que se ven envueltos, y que en mitad de la tormenta luchan siempre por mantener su dignidad. Wolff tiene la rara virtud de escribir las palabras justas sin desdeñar por ello el lenguaje metafórico –el desierto, la autopista o El Dorado traído a uno de los cuentos son algo más que el simple telón de fondo de sus fábulas-, superpone el pasado y el presente rompiendo la linealidad temporal, construye muy eficaces diálogos cargados de ironía, y nos lleva de la mano hacia desenlaces llenos de ambigüedad donde intuimos, sin llegar a asirlo plenamente -¿no es la literatura la promesa de una revelación que no se cumple?- la presencia de algo profundo y decisivo que nos afecta (hay mucha emoción en esos finales que a veces parecen desenfocar la historia principal para crearnos una intensa sensación de extrañamiento). Todo para revelarnos la fragilidad de las relaciones humanas, las trampas de la impostura, la impiedad y la incomprensión del entorno –léase atentamente Avería en el desierto, 1968- en fin, nuestra soledad y desasosiego. Dice Wolff que el cuento es la forma norteamericana perfecta. Carver, Ethan Canin, James Salter, John Cheever y él mismo parecen demostrarlo.

admin

Un comentario

  1. Javier, creo que te conté que fui a ver al tipo en cuestión a una librería Barnes & Noble de Broadway Street. Me pareció muy amable, pero sobre todo me llamó la atención un par de cosas que creo que están en muchos de sus relatos. Primero, un humor un tanto perverso, un humor que parece negarse a sí mismo, como una risa sofocada. Y luego, me sorprendió lo bien que leía en voz alta. Esa eficacia oral también cuenta en sus escritos. Enhorabuena por tu estreno.

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