El Tercer Reich
Roberto Bolaño
Anagrama, 2012. Colección “Compactos
ISBN: 978-84-339-7672-7
360 páginas
9,40 €
José M. López
Cuando un autor posee la capacidad de, a través de su obra, borrar de nuestras perezosas mentes las frágiles líneas que delimitan la realidad y el sueño, lo real y lo lúdico, la cordura y la más diabólica de las demencias, cuando ese autor, además, pervierte las normas del lenguaje desvistiéndolo de toda convencionalidad para darnos a conocer las escondidas sendas que horadan lo cotidiano, cuando eso sucede, yo suele referirme a él con el calificativo de poeta. Y Bolaño lo es, independientemente del género –poesía, novela, relato- del que se sirva para conseguir su objetivo: dar un paso más hacia el hallazgo de la VERDAD última, única y fragmentaria del alma humana.
Este, el mejor Bolaño, es el que encontramos en El Tercer Reich, novela que el autor chileno terminó de escribir allá por el año 1989, y que en 2012 la editorial Anagrama ha publicado dentro de su colección “Compactos”, como ya hizo en 2010 en “Narrativas hispánicas”. Al acercarme de nuevo al libro, he vuelto a sentir esa sensación de magnetismo y de miedo que sufrí cuando la leí hace dos años. Y he recordado con cierto alejamiento, aunque sin sentirme totalmente a salvo, cómo a lo largo de su lectura experimenté el mismo proceso mental y psicológico que el protagonista, Udo Berger, un joven alemán amante de los juegos de guerra -campeón de su país-, que se dispone a pasar los últimos días de agosto con su novia en el hotel de la Costa Brava donde veraneaba en su infancia. De carácter débil y apocado, Udo prefiere pasar los días encerrado en su habitación del hotel, a refugio de todo y de todos, leyendo o, sobre todo, ensayando nuevas estrategias para su juego, en vez de asomarse a la vida real. Es un testigo de su propia existencia, de la que toma notas a través de su diario personal. Sin embargo, el pueblo costero que ve desde el balcón del hotel lo va agarrando del brazo, y, a empujones, le obliga a enfrentarse a él y a sus gentes. El joven Udo se ve, por tanto, y en contra de sus iniciales deseos, obligado a moverse en un mundo donde la valentía es el soporte moral que justifica una violencia latente, y la pasión la cara amable en que se encarnan los deseos sexuales más primitivos. Observamos, por tanto, que el muchacho apocado que comienza su diario a principios de verano no es el mismo que encontramos al final del relato, ya que de la mano de un paisaje estival que agoniza y se vuelve oscuro y tétrico, él también sufre una evolución que le hace partícipe de cierta depravación física y moral, dando como resultado un cuadro de gruesos trazos “infrarrealista”, estética de la que Bolaño nunca se apartó del todo. Así, al protagonista no le queda más remedio que escupir de frente a todo cuanto le rodea como gesto para comunicar que acepta el reto, que dejará de escurrir el bulto y que, aunque tenga que vender, como Fausto, su alma al Diablo, está dispuesto a abrir la puerta al enemigo, y comenzar así en un “inocente” juego de estrategia y muerte que supone una descenso directo a los infiernos.
La trama de El Tercer Reich es más comprensible que la de algunas narraciones posteriores de Bolaño, gracias, sobre todo, a su estructura, que parodia el engranaje de la novela policíaca. Este andamiaje externo, unido a los procedimientos propios del drama psicológico -confusión entre vida y juego, aparición gradual del carácter de los personajes, fragmentación de la realidad- dan como resultado una obra de enorme talla y complejidad, pero también accesible, a mi parecer, a aquel lector que decida acercarse por primera vez a la cosmogonía narrativa del autor chileno. Un escritor, sin duda, distinto, del grupo de aquellos maestros capaces de profundizar en los callejones insondables del idioma para sugerir sentimientos, realidades, esencias nunca dichas, capaces de desgarrar el alma del lector que se ve desnudo, indefenso ante ellas. Un poeta, repito.