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Un rayo, un tigre, un vendaval

ColanziSARA MESA | De entre la joven narrativa boliviana -de entre lo que nos llega, quiero decir- vienen destacando últimamente dos autores, Rodrigo Hasbún (1981) y Maximiliano Barrientos (1979), que en España han sido publicados por Random House y Periférica respectivamente. Más minoritaria -ojo, de momento- es Liliana Colanzi (1981), de la que nos llegó hace cuatro años el libro de cuentos Vacaciones permanentes (Tropo Editores), un nombre que no hace más que crecer y crecer y que todo apunta a que lo seguirá haciendo en el futuro.

En Nuestro mundo muerto, nueva colección de cuentos de Colanzi, se retoma el núcleo narrativo de la familia que ya centraba buena parte de las historias de Vacaciones permanentes, desde la madre opresiva de “El Ojo” hasta el abuelo borracho de “Chaco”, pasando por parejas con síntomas de putrefacción, como en “Meteorito” o “Caníbal”. Pero el tratamiento de la familia no se limita a un retrato doméstico de ritos cotidianos más o menos violentos, más o menos sórdidos: la tensión que sacude estas historias procede más bien de energías negativas que recorren a los personajes sin que ellos mismos puedan determinar el motivo. La protagonista de “La Ola” lleva la marca del Enemigo en su frente -o de ello la acusa su madre-, la de “Alfredito” tiene el don de la clarividencia, el chico contratado en una hacienda en “El Meteorito” es «especial», asegura comunicarse con la gente del espacio –“dicen que están viniendo”-, el narrador de “Chaco” habla en plural: ha sido poseído, según él, por el mataco borracho al que mató con una piedra. En todos los cuentos sobrevuela la idea de que la lógica del mundo racional resulta insuficiente, cuando no castrante, y por ello los personajes se alimentan de otros modos de conocimiento: el sueño, el delirio, la magia y la superstición. No se trata de elementos fantásticos o sobrenaturales -no exactamente-, sino de la fusión entre una visión del mundo racional y moderna -diría, incluso, de una visión urbana y de clase media- con la pulsión mágica de la naturaleza, los laberintos de la mente y el misterio de lo desconocido. Todo se mezcla en la vida real: lo cotidiano y lo extraño, dando vueltas en la misma jarra de batir. Por ello, la ruptura de la normalidad que aparece en estas historias también nos suena familiar: el universo late a un ritmo distinto que también es el nuestro, aunque lo haga en una frecuencia diferente.

Colanzi, que bebe de la tradición de Horacio Quiroga y de Silvina Ocampo, se nutre también de las corrientes que recorren su país, una Bolivia en la que la llegada de la modernidad se solapa con la persistencia de una fuerte cultura ancestral de ritos y deidades en la que también laten las heridas de la violencia y la opresión padecidas desde siglos atrás por los pueblos indígenas. Así, de un modo similar a como lo está haciendo Mariana Enriquez con el terror en el contexto argentino, Colanzi inserta lo sobrenatural y lo mistérico en sus cuentos sin buscar golpes de efecto, sino de manera natural, probablemente imbricada en la propia personalidad de la autora, que en alguna entrevista ha confesado ser ella misma algo supersticiosa: “Soy muy ritualista para escribir: dependiendo de las circunstancias puedo rezar, persignarme o prender una vela antes de empezar”.

La escritura de Colanzi es brillante, intuitiva pero a la vez precisa, nada gratuita. Sensorial y enigmática. En ella hay constantes presagios, el aroma de un destino maldito. Las palabras encierran un sentido invisible, no han de usarse nunca con improvisación ni inconsciencia: “Decía mi abuelo que cada palabra tiene su dueño y que una palabra justa hace temblar la tierra. La palabra es un rayo, un tigre, un vendaval, decía el viejo mirándome con rabia mientras se servía alcohol de farmacia, pero ay del que usa la palabra a la ligera”, recuerda el protagonista de “Chaco”.

En “La Ola”, probablemente uno de los mejores cuentos del volumen, la narradora también escribe. Alter ego o no de la autora, su visión no sólo de los personajes, sino sobre todo del acto creativo, parece bastante representativa de su poética: “Mi antena estaba abierta, centelleante, llamando, y pude ver a los personajes de mis cuentos como lo que en verdad eran: seres que a su vez luchaban a ciegas por llegar hasta mí desde todas las direcciones”. La antena de Colanzi es capaz de sintonizar ondas muy altas, inasequibles para la mayoría, y transformarlas en historias que hay que leer despacio, dos veces, tres, dejándose empapar por su grandeza. Su madurez y su talento son envidiables. El tiempo confirmará lo que para mí es hoy una seguridad sin rendijas.

Nuestro mundo muerto (El Cuervo, 2016) de Liliana Colanzi | 119 páginas | 10,40 €

admin

10 comentarios

    • Dejen de tomar el pelo al mundo Eterna Cadencia. Lo que hacen con sus ensayos es encomiable pero su narrativa deja mucho que desear. Están creando una generación hipster hijitos de papá que solo leen novelas de otros hijitos de papá con adicción al Clonazepan

  1. Pésimo libro. Lo mismo que el libro de ese tal Hasbún. La autora intenta crear una tensión alimentada de eventos sobrenaturales pero fracasa en el intento. Me entristece pensar que esto es lo mejor que Bolivia puede ofrecer. Hace poco leí a un autor de ese país ganador del premio Casa Américas, el Exilio Voluntario de Claudio Ferrufino. Gran obra. Pero sin publicidad.

  2. Interesantes cuentos. Sin embargo, pienso que le falta mucho trabajo. Soy peruana y aquí también se publicó un libro de Rodrigo Hasbún. No me gustó. Creo que los bolivianos están muy sobrevalorados. Creo que todos pertenecen a un clan asentado en gringolandia y eso los hace legitimarse ante el público. En Perú pasa lo mismo. Logias y logias que te venden gato por liebre es una pena

  3. Jesús, el libro puede no gustarte, por supuesto, pero ¿pésimo?
    Este tipo de comentarios descalificadores («ese tal Hasbun» o lo de «hijitos de papá» o el «clan de gringolandia» que menciona Ariadne) no me merecen mucho crédito. Con perdón, parecen más fruto de la envidia.
    Saludos.

    • Envidia de qué, Sara? Simplemente me indigna que se intente acomodar en las estanterías de los lectores libros que no dan la talla. Te puse de ejemplo otro autor boliviano, como Claudio Ferrufino, para dar cuenta de la injusticia de los clanes literarios que hacen todo por apuntalar a X o Y autor. Te menciono a más bolivianos interesantes que escribieron más y mejor que Colanzi, Hasbún y otros pero que no tienen un mínimo de publicidad porque no están en el lobby correcto: Wilmer Urrelo, Saúl Montaño, Rosario Barahona, Gonzalo Lema, Paola Senseve, etc. No soy escritor, tan sólo un estudiante de tercer año de Letras y lo que te digo lo hago desde mi posición de lector estafado. Supongo que el circuito editorial se maneja así: gracias a cafés entre escritores que mutuamente se rascan las espaldas. No sé cómo son las cosas allá en España, pero aquí en Bolivia el arte siempre fue cosa de élites. La cosa es estar «in» para ser reconocido. El día que ustedes los escritores admitan que no todo libro influye a causa » de su buena calidad» y reconozcan que hay ciertos hilos que operan detrás, la literatura dejará de ese bastión de la parte «culta» y «educada» de un país y llegará a más lugares.

      • Pues mira, Jesús, me anoto los nombres que me das porque me interesan de verdad. Estuve en La Paz el año pasado y pude intuir cuántos escritores bolivianos se quedan por el camino y no nos llegan (por eso mi reseña empieza con ese matiz: de lo que nos llega…). Pero más allá de ese contexto, por sí mismo, el libro de Colanzi me parece buenísimo, y su autora muy prometedora. Si los hay mejores, estupendo, pero no me acuses de caer en las redes de la publicidad, (además, ¿qué publicidad?), he leído bastante como para saber que estos cuentos de ningún modo pueden calificarse como «pésimos».
        En España, al igual que en todos sitios, funciona cierto grado de marketing y peloteo, pero eso no garantiza nada (¡será por pelotas!), ni me hace poner en duda todo libro que encuentro en las librerías. Pensar que todo el que publica lo consigue porque pertenece a lobbies de escritores que «mutuamente se rascan las espaldas» es de una suspicacia insana. Curiosamente me mencionas a un autor, Ferrufino, que ha sido premio Casa de las Américas, lo que no parece que achaques a enchufes ni a misteriosos hilos, ¿no? Pues yo lo mismo con Colanzi y con todo aquel autor que lea y que me guste.
        Saludos.

  4. Intersante discusi[on. Me gusta esta página y siempre leo sus rseñas. Casualment soy boliviano y compatriota de Colanzi. La verdad le doy la razón a Sara, pues de ningún modo es un libro pésimo. Lo que sí, y esto lo sabe cualquier boliviano lector no perteneciente a las élites, es que hay una extraña catapulta que encumbra a autores que, curiosamente, estudian en la misma universidad y son grandes amigos y tienen el mismo estilo.No digo que TODOS sean así en Bolivia, pero justamente EN CASI TODOS LOS FESTIVALES DE AFUERA los únicos invitados son ellos, como si la literatura se redujer a su narración. Ya sé que esto es extraliterario, pero esa coincidencia es triste, pues que el dominio de las élites (sí, aunque a vosotros escritores no les gusta la sociología) a las que pertenecen esos autores (Hasbún, Paz Soldán, Colanzi, Lema, etc) se reprodujo a lo largo de la historia de Bolivia. Es como si el elitismo con el que se fundó el país (hablo del elitismo de los más ricos, blancos y que viven afuera del país o mueren por hacerlo) se reproduce en la literatura. Yo sé que Sara no tiene la culpa de ello, tal vez ni siquiera los autores. Pero resulta un fenómeno insano. Ahroa, según mi opinión de lector, la literatura d elos mencionados, a excepción de Paz Soldán, que es el más sobrio, me parece reptitiva, traumada, galante de un cosmopolitismo ridículo (cosa que Colanzi intenta abandonar en su último libro), tipo «Camino por las calles de bERLÍN yyy»… Cuento los segundos para que digan que soy un resentido o cualquier cosa. Ese es el argumento de las elites cuando se sienten atacadas. En fin, sólo quiero hacer notar un fenomeno triste en mi país y en latinoamérica. Si hay rabia en los anteriores comentarios sólo es fruto del repudio a esta realidad que se manifiesta EN TODAS LAS ARTES EN GENERAL. Aquí les paso una reseña de ricardo bajo sobre el caso: http://www.la-razon.com/index.php?_url=/la_revista/Generacion-confusos-Ricardo_0_1695430443.html

  5. Pues mira, Daniel, creo que tienes razón en gran parte de lo que dices, y sin duda la literatura hispanoamericana -o gran parte de ella, la más visible- está tomada -en cuanto a prestigio y resonancia se refiere- por autores de clases medias y altas, que estudian en EEUU, hijos de diplomáticos o empresarios, etc. Por lo poco que yo he viajado, he visto al menos la puntita de esta realidad. Ahora bien, yo leo libros y los valoro en función de sí mismos. Hay autores hispanoamericanos que no nombraré ahora porque no vienen al caso que están en todos los festivales, ganan premios muy bien dotados, gozan de reconocimiento internacional, y a mí no me interesan lo más mínimo, nunca me oirás elogiarlos. Liliana Colanzi no sólo escribe -desde mi punto de vista, claro está- muy bien, sino que tiene un mundo personalísimo y auténtico, o eso traslucen sus textos. Me da igual dónde estudie. Más pena me da -y en eso, insisto, tienes toda la razón- que haya escritores buenísimos con pocas o nulas opciones de ser leídos por su origen social. También eso pasaba antes en España y, afortunadamente, ha cambiado. Ojalá lo haga pronto también por allí.

  6. Concuerdo con el comentario de Daniel. Y Sara, eso de decir «me da igual dònde estudie» es cierto. Nadie se fija en el color de piel del autor ni en la procedencia. Un libro basta por su calidad… Y eso es lo preocupante porque creemos que lo que nos dan es lo unico que existe. Nos hemos convertido en lectores ingenuos que no ven mas allà del libro. Y la literatura, justamente,creo que nos debiera hacer ver mas alla. Somos lectores pasivos, que buscan el buen momento y ya. Por eso nos va en latinoamérica como nos va. Saludos desde Guatemala.

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