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Un ‘voyeur’ en La Habana



No es de extrañar que la obra elegida por Alejandro Luque para celebrar el II Aniversario de Estado Crítico sea una tan localista y a la vez universal como Memorias del subdesarrollo (1962), del cubano Edmundo Desnoes. Y es que hay mucho de autobiográfico en una selección como ésta. Un libro, una ciudad, un escritor y una amistad surgida de todo lo anterior. Elementos más que suficientes para hacerle cambiar a nuestro crítico la perspectiva de las cosas importantes…

 

 

 

Alejandro Luque

Hasta que llegó Abelardo Linares y arrambló con todo, la habanera Plaza de Armas era un pequeño paraíso para los bibliófilos. Allí podías encontrar, entre libros de entrevistas con Fidel Castro y tratados de cocina, la obra completa de Paul Eluard o una edición autógrafa de Nicolás Guillén a precios razonables. Allí mismo, parece que lo estoy viendo, encontré mi primer ejemplar de Memorias del subdesarrollo, la obra maestra de mi admirado -y, andando el tiempo, entrañable amigo- Edmundo Desnoes.

Como suele suceder, el disfrute de la novela vino precedido de la excelente versión cinematográfica de Titón Gutiérrez Alea. No obstante, el filme me había seducido de un modo todavía difuso, acaso más por sus poderosas imágenes y su cuidadísima banda sonora que por los matices del guión, que pedían una lectura más reposada. Tenía que hacerme con el texto, y allí me estaba esperando, casi desintegrado por la humedad y el sol inclemente del Caribe, un descoyuntadísimo ejemplar. El avezado dueño del tenderete detectó al instante mi interés, y pagué mi incapacidad para disimular con una cifra abusiva en ‘fulas’ estadounidenses. El tiempo, al fin, ha convertido aquella cantidad en ridícula: una lectura que ha de acompañarte el resto de tu vida, como diría un exitoso anuncio de tarjetas de crédito, no tiene precio.

¿Qué me atrapó tanto de Memorias…? Podría llenar varias páginas enumerando los pasajes o las simples frases que me deslumbraron, y me temo que no lograría transmitir con precisión el poderoso influjo que su lectura ejerció, y ejerce aún hoy, sobre mí. La historia de un burgués que decide quedarse en La Habana cuando estalla la Revolución, mientras que todos los suyos salen corriendo para Miami, es sólo un buen pretexto argumental. Podría decir que a partir de ahí asistimos a un recital que toca muchas teclas sensibles conectadas entre sí, dando lugar a una sinfonía prodigiosamente orgánica…

Pero no, no dejen que me pierda en la retórica. Entremos en el texto sin más, empezando por esa primera frase digna de entrar en el pabellón de grandes primeras frases de las letras universales: “Todos los que me querían y estuvieron jodiendo hasta el último minuto se han ido ya”. Así, de un golpe, nos invita Desnoes a compartir la mirada de un voyeur privilegiado, un tipo que confronta su propia experiencia con el supremo momento histórico que le ha tocado vivir, y lo hace con una lucidez corrosiva, demoledora. No hay puntada sin hilo, no hay puño que se pierda en el aire. La literatura cubana, tan hija del barroco, se troca aquí pura fibra, sin un gramo de grasa. Y golpea una y otra vez, en el centro de la conciencia.

No sé qué significa para ustedes un libro fundamental. Para mí es aquel que, más allá de revelar verdades o producir emociones más o menos intensas, logra cambiar por completo tu manera de ver el mundo. Disfruto, como todo el mundo, de esas lecturas refrescantes por las que uno pasa como por un túnel de autolavado, pero con la misma facilidad puedo olvidarlas. Sólo los libros que te atraviesan como un estilete se me antojan inolvidables: porque dejas de ser la persona que eras, porque tienen la facultad de cambiar el mundo. Memorias del subdesarrollo es uno de ellos.

Después de pasar la última página, uno tiene un poco más de cuidado a la hora de manejar conceptos como individuo y pueblo. Cuando oye hablar de economía, no puede dejar de considerar dónde acaba el subdesarrollo susceptible de reducciones numéricas y empieza ese otro subdesarrollo, el de las mentalidades y las pulsiones. Tus ideas alrededor del papel del intelectual en la sociedad quedan patas arriba. Abstracciones como el amor, la justicia, la política, el miedo, se enriquecen con preguntas insospechadas. Y es definitivamente imposible ver pasar a una muchacha hermosa por la calle sin preguntarse si tendrá la barriga llena de frijoles…

Hay un detalle más que me gustaría resaltar, y que ya dejé apuntado más arriba. Tuve la suerte de conocer al artífice de estas páginas, varios años después de aquel hallazgo en la Plaza de Armas de La Habana. Ya se sabe que eso de conocer a los maestros es un ejercicio peligroso, pues te expone a tremendas desilusiones, pero casi siempre vale la pena correr el riesgo. Porque el hombre que encontré era, entre otras cosas, un señor absolutamente coherente con lo que había escrito. Conozco a lectores que gustan de deslindar obra y autor; yo encuentro, en cambio, un gozo inefable en verificar esa correspondencia. Si, además, del experimento surgió una amistad duradera, no puedo sentirme más afortunado. ¿No era la fantasía del joven Holden sentirse amigo de sus escritores favoritos, y poder telefonearlos cada vez que le diera la gana?

admin

Un comentario

  1. ¡Y cuántas memorias me traes de repente! La Habana, Plaza de Armas y yo, exhausta de pasos, de humedad y vida, sentada en un cajón con un ducados en la mano (esto ya también solo forma parte de la memoria) y el abuelo librero llevándome y trayéndome ejemplares de puesto en puesto. ¡Qué buenos libros han caído así en mis manos! También me recuerdo allá en el salón de la abuela Alicia, en el barrio habanero de Alamar, viendo en el vídeo la versión cinematográfica que hizo Gutierrez Alea de Memorias del subdesarrollo, con un intrigante fondo de ojos tras la puerta entreabierta.

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