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Una estrella de pájaros

peregrino

CARLOS FRONTERA | Lo digo ya para dejarlo claro desde el principio: este libro es una absoluta maravilla. Esto no es, por tanto, una reseña. Se trata más bien de una declaración de amor o una carta de agradecimiento, por ahí van los tiros. Y un intento por entender el amor. Lo cual me lleva a plantearme una pregunta: ¿qué hace que nos guste lo que nos gusta? Si pienso en libros que me deslumbraron, enseguida distingo una característica que comparten yo diría que todos: su singularidad, la impresión inmediata de estar leyendo algo que sólo podría haber escrito tal determinado autor o dicha autora. Y ahí es donde El peregrino se hace fuerte ―no sólo ahí, pero sí mucho ahí―.

No sé, veo a Silvia y sé que es Silvia a la primera. Veo a papá y sé que es papá. Veo a Alejandro Magno y es Alejandro Magno. Veo a Marcos y, hostias, es Marcos. Sin necesidad de que nadie me lo apunte. Si se piensa bien, es algo prodigioso, casi un milagro. Se estima que hay 7.400 millones de personas habitando el planeta ―la cifra se dispara casi al infinito si consideramos la Historia― y basta una cara ―dos ojos, una boca, los mofletes, la nariz, tampoco hay tanto que combinar― para que Marcos a la primera, Marcos sin el menor género de dudas. ¿No es algo maravilloso? Con los libros, sin embargo, cuesta horrores reconocer a Marcos a la primera, Marcos sin el menor género de dudas escogiendo una página al azar. Son pocos, muy pocos los libros que posibilitan ese prodigio, el milagro de reconocer al autor de inmediato tras una cata ciegas de un párrafo o dos. El peregrino es uno de ellos.

Hay circunstancias previas a la lectura de este libro que suscitan mi interés. J. A. Baker es un autor poco conocido ―en España, digo, si bien El peregrino, publicado en 1967, recibió el premio Duff Cooper y fue traducido al francés, al italiano, al alemán y al sueco―, un autor del que apenas se tenían datos biográficos hasta hace bien poco. Además de El peregrino, sólo publicó otro libro: The Hill of Summer, en 1969. La brevedad de su obra y la bruma de su biografía son rarezas que, se quiera o no, despiertan la curiosidad del más pintado.

J. A. Baker dedicó diez años de su vida, de 1955 a 1965, a contemplar a los halcones peregrinos de la zona rural de Essex, en el este de Inglaterra, y fue anotando sus observaciones en un diario. El peregrino es el relato de esos diez años de observaciones condensado en un solo año. Pero no se limita a llevar un registro de lo que sucede ante sus ojos, nada de eso. Como declara al inicio del libro, “aunque todo lo que describo sucedió mientras lo observaba, no creo que con la observación honrada baste. Las emociones y el comportamiento del observador también son hechos y hay que registrarlos con fidelidad”. Al paisaje le dedica la atención que merece en tanto en cuanto escenario del halcón; quiero decir, no se demora en descripciones profusas, el paisaje sólo aparece a la par que el halcón, le reserva espacio si resulta relevante para entender el comportamiento del halcón, para explicar al halcón o de quien lo persigue y observa. “Las descripciones de paisaje muy detalladas hastían. Superficialmente, todas la partes de Inglaterra se parecen. Si hay diferencias son muy sutiles, teñidas por el amor”, escribe J. A. Baker. Es un paisaje con temperatura emocional, el suyo.

Lo alucinante de este libro es que, con apenas eso, con el diario de un tipo que observa halcones, J. A. Baker construye un prodigio con letras que me ha impactado como pocas lecturas. Diría que su grandeza se asienta en dos pilares. El primero, el deslumbramiento de su escritura. Confieso que he tenido que levantar la vista del libro no pocas veces maravillado por la manera de narrar del autor, cómo es capaz de extraer belleza y sorpresa de hechos cotidianos, conocidos de antemano. No sé, un ejemplo: “Al cabo de media hora de solaz y deriva en el frío viento sudeste, bajó al arroyo con una potencia tremenda e hizo añicos una estrella de pájaros”. La literatura, cierta idea que tengo de la literatura, se puede ver reflejada en una frase como “hizo añicos una estrella de pájaros”. Cualquiera en su lugar hubiera escrito algo como “y los pájaros huyeron en todas direcciones”. Pero no, él: “hizo añicos una estrella de pájaros”. Una imagen hermosa, sugerente, visual, resumida, que eleva a categoría de arte lo cotidiano.

Otras plumas; digo, otros ejemplos: “Al fin, una más de esas que parecían palomas y hasta entonces se habían demostrado palomas fue de repente el peregrino”. O también: “Alrededor se alzaron aves de todos los campos. Pareció que terrenos enteros buscaban el cielo”. O también: “Vastas bandadas de chorlitos pululaban como restos de la curva voladora de la tierra”. O también: “Algunos charcos eran de un solo bloque de hielo. Se habría podido levantarlos sin dejar agua”. O también: “Estaba de caza. Los ojos le relampagueaban de rabia. Yo lo sabía; los pájaros del huerto no hablaban de otra cosa”. Ejemplos todos de cómo el lenguaje, bien empleado, embellece y enaltece lo narrado.

El segundo pilar, por así llamarlo, en el que descansa la grandeza de El peregrino es la maestría con que relata y retrata a un hombre sin apenas relatar ni retratar a un hombre. Me explico: aunque el foco está puesto todo el tiempo en los halcones, a medida que avanza el libro vamos conociendo no sólo el comportamiento de los halcones y de las aves que escapan o compiten con ellos, sino también la visión que tiene el narrador del ser humano, su desconfianza y sus problemas de comunicación con sus congéneres, a la par que vamos asistiendo a un lento proceso de mimetización ―la naturaleza tiene sus ritmos, aquí todo sucede al ritmo calmado de las estaciones―, una asombrosa transformación e identificación entre hombre y halcón. Sin necesidad de contarlo, por eliminación, podría decirse, el relato concreto de la obsesión de un hombre por los halcones dibuja con trazos invisibles pero nítidos el retrato completo de un hombre.

No quisiera terminar esta carta, esta declaración de amor, sin celebrar el aterrizaje en España de Sigilo Editorial, que ya llevan un par de años dando la guerra en Argentina y que se han estrenado en nuestro país con varios títulos de altura, como tampoco quería obviar la magnífica traducción que Marcelo Cohen ha hecho de El peregrino, un hermoso y sorprendente libro que sin ninguna duda sobrevolaré en más ocasiones y sobre el que me lanzaré en picado para hacer añicos una estrella de párrafos.

El peregrino (Sigilo Editorial, 2018), J. A. Baker| 224 páginas | traducción de Marcelo Cohen | 18 euros

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