
ALEJANDRO LUQUE | El libro viene ceñido a una fajita: 2024. Centenario Bonaviri. Un clásico moderno de la literatura italiana. ¿Se habrá dado alguien por advertido? Espero que sí. Pero incluso uno, que se considera bonaviriano o bonavirista, se ha enterado de la efeméride demasiado tarde, y debe consolarse pensando que lo importante no es llegar a las celebraciones, sino a los libros.
Pero, ¿quién es ese tal Bonaviri? Para empezar, diremos que fue un médico siciliano, natural de un pueblecito llamado Mineo, apasionado desde muy joven por la poesía, lo que se hace patente en todo cuanto escribió. Tuvo su momento, sobre todo cuando algunos lectores con notable peso en el mercado editorial italiano, como Elio Vittorini o Italo Calvino, se fijaron en él y se interesaron por sus libros. Siempre compaginó la medicina con la literatura, gozó de repercusión internacional y su nombre llegó a sonar, como el de tantos otros, para el premio Nobel. Luego, llegó lo que más o menos podríamos llamar el olvido.
En España, la obra de Bonaviri ha ido siendo objeto de rescate puntual, casi siempre por sellos pequeños y voluntariosos, que es donde a veces se esconden las joyas. Sajalín publicó su libro más importante, El enorme tiempo, Huerga & Fierro su Silvinia, Zibaldone su Dolcissimo… Y ahora Siruela lanza uno de sus títulos más enigmáticos y fascinantes, esta Divina floresta lujosamente editada, como suele acostumbrar esta editorial, y que cuesta mucho describir sin arruinar las sucesivas sorpresas que aguardan al público entre sus páginas.
¿Qué es La divina floresta? ¿Un libro infantil, o para lectores exigentísimos… de todas las edades? ¿Una fábula o un tratado científico? ¿Un canto a la naturaleza o una parábola filosófica? ¿Un derroche de imaginación o el resultado de toda una vida observando la realidad? Lo que sí puedo adelantar es que se trata de un texto que no se parece a nada de lo que podamos encontrar habitualmente en librerías. De hecho, yo me atrevería a llamarlo con ese termino tan de moda, una experiencia inmersiva, pues eso es lo que uno siente cuando penetra en la historia: un viaje alucinante al principio de la vida, en la que el aliento lucreciano (es evidente que Bonaviri se tiene bien leído De rerum natura) se vuelve ebullición, magma caliente, devolviéndole a la palabra todo su poder generador de imágenes y sensaciones.
Asistimos así a la creación de la isla de Sicilia, así como a diversas metamorfosis que hablan tanto del origen de la vida como de la inevitable convivencia con los elementos y con otras criaturas, incluyendo esos bichos de dos patas que tanta lata van a dar (pero eso solo lo sabemos nosotros) en los siglos venideros. Y todo lo hace Bonaviri echando mano de una convincente primera persona, pero manteniéndonos constantemente en vilo entre lo verosímil y lo onírico. Y creo que no debo decir mucho más.
O sí: que La divina floresta tiene también el extraño poder de abolir cualquier etiqueta de esas que recomiendan determinadas edades para acceder a este o aquel título. Se trata de un libro para niños de 0 a 99 años, pero si alguno de 100, de 110 o de 100.000 años se anima (los dinosaurios sí, son bienvenidos), estoy seguro de que encontrará motivos para abandonarse a esta historia y sentir cómo el tiempo, el enorme tiempo, cabe entre la cubierta y la contracubierta. Siempre digo que una de las cosas que me fascina de los escritores sicilianos es que, siendo originarios en su mayoría de pueblos minúsculos, tuvieran todos una exigencia tan fuerte a la hora de escribir. Podrían haberse conformado con ser los reyes de su comarca con la décima parte del talento que destilaron, y sin embargo quisieron mirar a lo más alto, medirse con los gigantes: Sciascia en Racalmuto, Bufalino en Comiso, Consolo en Sant’Agata di Militello… Y Bonaviri en Mineo. La divina floresta es solo una prueba más de esa ambición desmesurada.
La divina floresta (Siruela, 2024) | Giuseppe Bonaviri | 164 páginas | 19,95 € | Traducción de Francisco Álvarez