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Una fortuna bien administrada

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CAROLINA EXTREMERA | Durante una época de mi vida no hacía otra cosa que leer novelas escritas por autores anglosajones muertos. Los buscaba en las bibliotecas y en la librerías y, cuando caía en mis manos algún libro originalmente redactado en un idioma diferente al inglés, lo encontraba extraño, como si no fuera real. La calle, mi ciudad, mi país, todo eso que a veces aparecía bien reflejado en novelas españolas, me parecía totalmente cutre o artificial. La realidad, la verdadera, era la que me contaban Jane Austen, Elizabeth Gaskell, las Brontë, E.M Forster o Henry James. Después, ante los ruegos de mis amistades, amplié mi campo de lectura: había llegado la hora de admitir también autores anglosajones vivos. Así estuve años, toda mi época universitaria. Más tarde, aunque no creo en el concepto “salir de la zona de confort” porque, como dice mi padre, para algo la llaman “zona de confort”, le di una oportunidad al resto del mundo y mi vida se enriqueció muchísimo. Aún así, cada vez que vuelvo a mi amado inglés del XIX o de principios del XX, tan sutil, con esa penetración psicológica sin estridencias, me siento en casa.

Cuando cayó en mis manos este primer volumen de los cuentos de Edith Wharton (los que van desde 1891 hasta 1908) creí que me no me encontraría realmente con la Wharton que me alimentó durante tanto tiempo, la de La edad de la inocencia, La casa de la alegría o Las costumbres del país. Muchas veces hay un empeño en recuperar material inédito o principiante de los escritores conocidos que solo descansa en la idea de que se venderá por el mero nombre del autor, por lo que la desconfianza cuando se encuentra un libro de relatos completos en orden cronológico hace pensar que precisamente el primer volumen mostrará solo historias mediocres. Les saco de dudas: Edith Wharton es la misma todo el tiempo y la editorial Páginas de Espuma ha tenido un grandísimo acierto.

De los cuarenta y tres relatos que componen esta primera entrega, solo he contado ocho que podría calificar de peores que el resto. No sé si por demasiado simbólicos o inocentes o simplemente porque puede que no traten de lo que yo suelo asociar con la autora. El resto, son todos pequeñas joyas en las que nos asomamos a una historia mucho más amplia que la información que se nos proporciona. Encontramos en ellos todo el elenco de personajes que convirtió a Wharton en la escritora de primerísima fila que es: la madre abnegada que renuncia a todo por su hijo a pesar de ser mucho más inteligente y válida que él, la joven moderna que quiere cambiar a un hombre conservador, a veces con éxito y la mayoría de las veces sin él, el seductor inveterado que un día desarrolla una ética tan rígida que tiene que olvidar a sus conquistas, la esposa decepcionada por la escasa calidad moral de su marido o el hombre asombrado y hundido cuando averigua el pasado de su mujer. Todo ello, por supuesto, narrado con la fina ironía de siempre. Por ejemplo, en boca de un caballero que acaba de ser rechazado por una jovencita encontramos la frase: “El resultado de sus reflexiones es que no quiere casarse conmigo. Ha llegado a esa conclusión por puro raciocinio, dice que no es cuestión de sentimientos. Soy el único hombre al que ha amado pero no me quiere como marido. ¿Qué novelas leíste cuando eras joven? Estoy seguro de que todo se reduce a eso. Si hubiese crecido leyendo a Trollope y a Whyte – Melville en vez de a Tolstoi y a Ward, ahora estaríamos sentados en un sofá como gente corriente y probándonos los anillos de compromiso.”

Todos los cuentos juntos presentan un tapiz muy completo de la sociedad de su época, con los cambios sociales del fin de una era, que a veces eran demasiado rápidos y otras demasiado lentos. Encontramos la pasión contenida que luego explora con tanta brillantez en sus novelas, la tensión entre el idealismo y el pragmatismo, las facetas del matrimonio, los problemas del divorcio o el adulterio y la necesidad de encajar en una sociedad con un sistema absurdo de castas en la que no hay más remedio que tener dinero pero que está llena de vergüenza puritana con respecto a cómo se consigue ese dinero. Solo por ver este efecto general merece la pena hacerse con este libro y tenerlo sobre la mesita durante el tiempo que haga falta, leyendo un par de relatos cada semana.

No quiero terminar sin hacer mención al magnífico prólogo de Clara Obligado con el que se inicia el volumen, del cual he extraído la frase de Wharton con la que cierro esta reseña.

“Escribir ficción puede compararse, en cierto sentido, con administrar una fortuna. Tanto el ahorro como el gasto deben tener un papel en este ejercicio, pero nunca deben degenerar hasta convertirse en mezquindad ni despilfarro. La verdadera economía consiste en extraer de cada tema cada gota de significado que pueda ofrecer y, el verdadero gasto, en dedicar tiempo, reflexión y paciencia al proceso de extracción y representación”.

 

Cuentos Completos. Volumen I (1891 – 1908) (Páginas de Espuma, 2018)|Edith Wharton| 984 páginas | 37.50€ | Traducción de E. Cotro, M. Fernández Estañán, E. Gallud y J.C. García | Prólogo de Clara Obligado 

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