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Una honda caída en los abismos del olvido

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Seguimos celebrando el VI Aniversario de EC, y hoy os traemos un nuevo e inquietante documento de época, encontrado esta vez por José M. López en el DeLorean de Marty McFly: la reseña que Don Torcuato Luca de Tena dedicó en su Blanco y Negro a «La hojarasca» (1955), de Gabriel García Márquez.

JOSÉ M. LÓPEZ | A su regreso, el DeLorean llegó solo, nadie lo pilotaba, lo que nos hizo suponer, entre atribuladas dudas, que nuestro amigo Marty McFly se había quedado atrapado, no sabemos si por voluntad propia, en aquel año de 1955,  adonde había viajado en calidad de investigador intertemporal. Sin embargo, el hecho de que el DeLorean haya retornado, nos hace pensar en la posibilidad de que nuestro colega y amigo no se haya quedado en aquel año, sino que, por motivos aún desconocidos, haya simplemente desaparecido, se haya volatilizado entre las ignotas olas que conforman este insondable océano que abarca todos las épocas. Sea como fuere, nuestro recuerdo y cariño permanecerán siempre con nuestro compañero. Pero debo dejar a un lado los sentimientos y centrar mi escrito en la tarea que se me tenía encomendada como científico. Así, tengo que citar que en la nave sí pudimos encontrar una caja con varios objetos curiosos de aquel año de 1955: una guitarra Fender, la primera edición en vinilo de In The Wee Small Hours de Frank Sinatra, una pequeña televisión en color y una fotografía en la que el rostro de nuestro amigo aparece borrado. Junto a estos objetos, cuyo análisis cederé al colega correspondiente especialista en cada campo, yo destacaré uno que me compete como filólogo, un ejemplar de la revista Blanco y Negro de aquel año, donde encontramos la primera crítica que se hizo en España de La hojarasca, de Gabriel García Márquez. La reseña fue escrita por el mismísimo fundador del periódico, Don Torcuato Luca de Tena. Así la transcribo:

La hojarasca (Ediciones S.L.B., Bogotá, 1955), de Gabriel García Márquez

«Aprovechando la enorme solemnidad y eco de mi humilde columna semanal, centraré la atención de mis líneas en un libro recientemente publicado en Colombia, y que podemos encontrar en España en algunas denodadas librerías. Dicha amalgama de hojas a las que dudo en llamar novela lleva por título La hojarasca, y ha sido escrita por un joven colombiano que responde al nombre de Gabriel García Márquez. Como dictan los cánones de la crítica periodística -que yo mismo he fijado-, empezaré por su argumento: toda trama del libro gira en torno a un entierro, el de un médico de un pequeño pueblo colombiano al que sus vecinos quieren dejar insepulto, debido a la crueldad de este en un momento de su pasado, cuando se negó a  atender a unos heridos de la aldea que requerían sus cuidados tras una batalla. Y ahí, amigo lector, queda todo. La historia no avanza, no hay ni introducción ni nudo ni desenlace; y ni siquiera se narra la trama siguiendo un orden que se pueda comprender. Toda la novela se centra en el mismo amago de entierro, pero, eso sí, contado por diferentes personajes: un anciano con cierta autoridad en la localidad que era amigo del doctor, la hija del viejo y su nieto. Este rocambolesco punto de partida crea unos frenéticos cambios de puntos de vista que no producen más que mareos al lector, que, en ocasiones, parece encontrarse, en vez de ante un libro, ante la ignominiosa pantalla del cine que proyecta una película hollywoodiense. La historia no es más, en definitiva, que una mala copia de la novela Mientras agonizo, del estadounidense W. Faulkner. No obstante, todo parece aquí demasiado impostado, demasiado calcado del autor de El ruido y la furia. Si, en sus novelas, este nos trasladaba a Yoknapatawpha, que era un lugar mítico dentro de un marco real, Misisipi, el joven escritor colombiano pretende hacer algo similar, insertando a sus personajes en el pequeño pueblo de Macondo. Pero los seres que pululan por esta aldea son demasiado planos, y apenas están dibujados en profundidad. No hay bondad en este pueblo, y todos los lugareños se definen por rasgos como el rencor, la codicia o la putrefacción física y moral. En definitiva, los vicios más horrendos que puede adquirir el ser humano.

En Macondo, por ejemplo, la religión se mezcla con la superchería, dando como resultado un hibridismo espiritual en el que hipocresía y superstición van de la mano. En Macondo, continúo, la religión no ayuda a la gente, sino que ejerce la función de yunque opresor que, blindado por el pueblo, lo obliga a comportarse de una manera correcta de cara al resto. Y debo decir que esta descripción de la religión en América latina me parece totalmente tendenciosa por no corresponderse con la realidad, y, en mi opinión, es propia de un bohemio malintencionado, ateo o poco documentado, defectos que, según mi criterio, no puede poseer ningún escritor digno.

Otro defecto imperdonable que encuentro, fiel destinatario, en el libro es la inconcreción de su género. Puedo admitir que el autor quiera mostrar tal artefacto como una novela, pero me resulta totalmente imposible encasillarla dentro de la corriente realista o fantástica. Esta indeterminación en cuanto a su subgénero llega a desesperar al lector, que no comprende que, junto a ciertas descripciones  minuciosas, casi etnográficas, de las costumbres y gentes de aquel pueblo, encontremos anécdotas inverosímiles como la del doctor “come hierba” o la aparición de fantasmas. Esas constantes  incongruencias  producen tal indefinición, que me obligan a etiquetar el libro como desconcertante, incongruente e inquietantemente inclasificable.

Si a esto, estimado amigo, tenemos que sumar lo vacuidad moral de los personajes, la escasa variabilidad de espacios que amaina la trama,  el extraño tratamiento del tiempo, que se muestra amalgamado y anárquico, mezclándose y fundiéndose pasado, presente y futuro, y, por último, un narrador inexistente que cede su labor exclusivamente a los personajes y dejando sin guía al lector, no nos queda más que desaconsejar la lectura de esta novela. Vaticinamos poco éxito dentro del mundo de las letras a este joven escritor colombiano, a no ser que cambie de rumbo radicalmente en lo que a su escritura se refiere. Tanto a sus personajes como a ese extraño pueblo llamado Macondo les auguro una honda caída en los abismos del olvido. Pasemos página pues.»

admin

Un comentario

  1. Agradezco al camarada Luca de Tena su viril y española defensa de la novela tradicional y su advertencia contra estos subproductos. Incauto, he estado a punto de picar con esta nueva martingala hispanoamericana, por ser aficionado a las novelas de temática botánica, como la muy recomendable «Los cipreses creen en Dios» de José María Gironella.
    Saludos.

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