Nélida Piñon
Alfaguara, 2009.
ISBN: 978-84-204-2355-5
328 págs.
19,50 euros
Traductora: Montserrat Mira
Acabo de concluir la lectura de este Corazón andariego y quiero confesar desde el inicio que es extraña la sensación que me ha dejado la última obra de Nélida Piñon, a la sazón una de las más laureadas autoras hispanoamericanas actuales, tal como reza la solapa del volumen publicado por Alfaguara.
“Mi testimonio es impreciso. Mezclo la cosecha de la memoria con la creación, porque es todo lo que sé hacer. Los episodios que aquí registro, de índole familiar y cotidiana, emergen de mi modestia y mis desaciertos”. Esta declaración de intenciones pone en guardia al receptor, que se apresura a buscar correlatos similares en el despertar a la vida de la Nélida más niña: el simbólico Ocnos del universo cernudiano, la deliciosa e inexistente Sevilla de Los años irreparables de Rafael Montesinos, el idealizado Puerto de Santa María del primer volumen de La Arboleda perdida albertiana o, quizás, el idílico paisaje gijonés de la semidesconocida Helena o el mar de verano de Julián Ayesta.
Y así, como convocados al unísono, se despliega ante los ojos de lector el abanico previsible en toda obra memorialística que, no sabemos por qué –Freud a lo mejor sí lo supo-, son comunes a todo recuerdo de infancia y adolescencia: la recurrente presentación del terruño natal; el inevitable recuerdo de los fantasmas paternos y maternos; la constatación de una casta ancestral que se perpetúa de generación en generación y que traspasa el tiempo y el espacio; la omnipresente figura del abuelo como mesías familiar; la sospecha del misterio; el nacimiento a la vida y a los libros –tal vez cara y cruz de la misma moneda-; la primera escuela; la religiosidad y sus adyacentes: los pecados de la carne, la gula y la lujuria; el despertar del deseo… De todos ellos, convenientemente reunidos y encajados entre sí, se sirve Nélida para trazar sus primeros años de nieta de español emigrado a Brasil. Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol.
Pero, al contrario de lo que podría esperarse, los episodios no forman una unidad narrativa lineal. Ya lo confiesa la brasileña también al comienzo de la obra, como advertencia sincera y aviso a navegantes temerosos: “La selección que hago de la familia, de los amigos, de los pensamientos vagos, compone mi horizonte personal. Sin duda, es arbitraria y presenta un alto grado de subjetividad. Evito ser minuciosa para reducir el margen de errores y también porque las versiones que guardo de los hechos narrados son en sí contradictorias. Yo misma, ante mis imprecisiones y mis provisionales certezas, me sorprendo con lo que relato”. Y eso es, en realidad este Corazón andariego, este recorrido autobiográfico: un pretexto para bucear con el lector por los abisales fondos del alma en busca de la verdad. Una búsqueda sorpresiva del yo y del tú. Un camino sin guía ni ruta. Una manera de justificar lo que puede que nunca existiera. Por eso, todo aquel que espere hallar en esta obra de la Piñon un recorrido pormenorizado por la infancia de la dichosa hija de Carmen y Lino se sentirá tremendamente defraudado y, más pronto que tarde, arrumbará el volumen en un rincón de la biblioteca y buscará otra lectura. Sencillamente porque las biografías no existen y nuestros recuerdos, en realidad, los escriben aquellos que nos recuerdan y que, a su vez -como en un bucle temporal- terminan por borrar momentos que vivimos y nos hacen protagonistas de ficciones que sólo acontecieron en la imaginación de quien nos piensa.
Aún dentro de esta confusión existencial, sorprenden en este Corazón andariego pasajes anecdóticos de una gran altura narrativa. Magistral aquella jornada campestre que termina con el vuelo del tío Adolfo, improvisado Ícaro tropical, arrojándose desde las alturas sin causa alguna que justifique su acción. O el encuentro de la adolescente Nélida con la Madre Patria –con la aldea paterna de Cotobade-, tantas veces recreada en el hondón que parece formarse en el alma de los hombres por el conjuro misterioso de la sangre. Sin embargo, lo más valioso del libro hay que buscarlo subordinado a la voz lírica de la brasileña de ascendencia gallega.
Así, las inflexiones de la voz de la autora se adensan continuamente, retrocediendo y avanzando, como ocurre en las conversaciones cuando el licor escasea ya en el vaso. En la sinceridad de la borrachera lírica, en el silencio de la página emborronada, retumba la poesía. Así leemos versos sueltos de poemas nunca escritos (“La memoria empieza adonde hemos nacido”, “La patria de la infancia es siempre una aldea…”, “Yo soy mi madre”) e incluso composiciones enteras, ¿o es demasiado disparatado pensar que, bajo la epidermis narrativa, no subyacen auténticos poemas en prosa como ocurre en el capítulo 87?… Y siempre, más allá, en el fondo del discurso, obviando discusiones filológicas que disecan el lenguaje y clasifican las palabras en fríos géneros literarios, sigue flotando el misterio o la conciencia de una verdad que a todos afecta y que sólo al escritor es dada siquiera a sospechar: “Hay misterios en la casa bajo formas que no describo, pero intuyo”. ¿Habla Nélida Piñon o es Juan Ramón Jiménez?
En estas confesiones es donde debe dejarse fluir la voz de la Piñon, libre y sincera, cabalgando en el susurro sensual de la lengua de su admirado Machado de Assis. En el eco, en las obsesiones: la voracidad lectora y el amor a la narración oral que desembocan en la vocación literaria de la niña Nélida; la irrefrenable atracción a la tierra y a lo cotidiano, responsables directos de los placeres de la mesa y de la carne; la enfermiza búsqueda de la raíz común de todos los hombres del planeta, proyectada sobre la pantalla de un idílico cosmopolitismo; el fraternal amor a la familia; el divino oficio del escritor, médium perseguidor del “misterio”, sólo intuido tras la belleza de las palabras…
Así, confesión tras confesión, sentencia tras sentencia y siempre poesía tras poesía, la obra de Nélida Piñon avanza adolescentemente hasta el capítulo 60, donde se inicia la segunda parte del libro bajo la titulación de “Santa Fe y otras aldeas”. A partir de aquí, la narración tiende a focalizarse en un único lugar y tiempo -es ya el presente en la casa leridana de la editora Carmen Balcells– y la prosa de la brasileña se adensa y complica en reflexiones que, cada vez más, se alejan de la anécdota narrativa y de la niñez. Su promesa de búsqueda –esa “sorpresa de lo que relato”- se hace efectiva y se multiplican las referencias literarias, filosóficas e históricas: D’artagnan se mezcla con Trajano y Camarón en un desfile donde poco nuevo se vislumbra. Nuevamente la mitología como cohesionador de ese tronco que llamamos cultura occidental. Nuevamente el cosmopolitismo como ideal de vida para un alma permeable y porosa que no se cierra a nada. Nuevamente el poder de la palabra como creadora de la existencia. Nuevamente el amor como motor del mundo. Y, nuevamente, esa pátina lírica con que la escritora brasileña ha barnizado este su Corazón andariego. Una y otra vez, como en un bucle. Hasta que todo está ya dicho.
Es extraña la sensación que deja la lectura de este Corazón andariego, escribíamos al comienzo de esta reseña. Ahora tenemos más datos para la reflexión y podemos atribuir esta extrañeza a su heterodoxia genérica, a caballo entre la prosa memorialística y la reflexión metafísica; a su híbrida naturaleza discursiva, a ratos narrativa a ratos lírica; a su desfocalización que continuamente se bifurca en un pasado que sube al lector en una montaña rusa vertiginosa para despeñarlo al instante hacia un confuso presente; a su estructura de falso diario recurrente, como un cauce de río que serpentea perezosamente acariciando las curvas de sus meandros. Pero quizás sea más extraña -y esto tal vez sea lo más importante- a causa de su hiriente sinceridad y de su honradez literaria, lo cual es ya mucho en estos tiempos que corren de ademanes contrahechos de cara a la galería. Ese es el mayor mérito de este corazón que Nélida Piñón deja líricamente sobre la mesa.