El curioso incidente del perro a medianoche
Mark Haddon
Salamandra, 2010. Colección «X Aniversario»
ISBN: 978-84-9838-333-1
272 páginas
10 €
Traducción de Patricia Antón de Vez
José María Moraga
De entre esta colección destaco El curioso incidente del perro a medianoche (original de 2003, en España 2004) del autor inglés Mark Haddon. Se trata de un libro premiadísimo y millonario en ventas, sin duda una de las sorpresas de culto de la pasada década. Si –como me pasó a mí- se os escapó cuando apareció o en sus sucesivas reediciones, podéis aprovechar para acercaros a esta novelita intrigante, turbadora y engañosamente simple que no deja indiferente a nadie. Haddon, con una más que solvente trayectoria como autor infantil y juvenil a sus espaldas, nos lanza con El curioso incidente una bola curva: parece un libro para niños pero se trata en realidad de una obra estrictamente para adultos.
Sin querer pecar de hacer la sinopsis, sí diré algo por si no estáis al tanto: la novela es el relato en primera persona de Christopher, un niño de quince años con graves problemas de conducta y altísimas capacidades matemáticas. En todo el libro no se menciona el diagnóstico real de Christopher, aunque los términos “Asperger” o “síndrome del sabio” le vienen al lector enseguida a la mente en cuanto empieza a sumergirse en el estructurado e inflexible mundo del narrador. Digamos que podemos generalizar, con permiso de los expertos, que Christopher es autista, de esos con asombrosas capacidades para la ciencia, el cálculo, la geometría y todo lo que les ayude a imponer un orden en el caótico caudal de información que a estas personas les supone el mundo real.
Mientras sueña con ser astronauta, el mundo del protagonista/narrador se mueve en unos parámetros de sota, caballo y rey, lo que refuerza la terrible tensión, constante durante toda la novela, entre la realidad (que un lector medio puede fácilmente percibir) y las composiciones de lugar que Christopher se hace, lógicas y racionales hasta el paroxismo pero carentes de todo lo que huela a empatía, sentimientos o un ligero desvío de la literalidad (léase chistes, metáforas, religión). Hasta cierto punto, el chico es consciente de esta carencia suya pero, antes de sentirse desgraciado, se siente superior a sus semejantes, puesto que él no es vulnerable a los sentimientos (y por tanto débil) como lo son sus congéneres. A cambio, él es capaz de recordar con precisión absoluta imágenes, nombres y números, o de realizar complicadísimas operaciones matemáticas, vedadas, no ya al resto de los niños de su edad, sino a la mayoría de los mortales.
Pienso que en esta tensión entre narrador autodiegético infrasciente (cuenta su propia historia, sabe menos que el lector) y lector atento estriba el más potente recurso estilístico de El curioso incidente, aunque en honor a la verdad podría achacársele al libro que una vez se conoce el mecanismo este deja de sorprendernos. También el “extrañamiento” juega un papel importante al presentarnos Christopher nuestro propio mundo a través de sus ojos (por ejemplo, cuando ve una taquilla de una estación de metro sin entender lo que es y nos dice que había una mujer sentada detrás de una ventanita de cristal).
Tal vez los seres humanos que no percibimos el mundo así podamos extraer algún beneficio de enfrentarnos a él con los ojos de Christopher: tal vez más nos valdría hacernos fuertes y no depender tanto de los sentimientos, aplicar un poco más la lógica. Sin embargo, me atrevo a aventurar que la intención de Haddon no era sensibilizarnos sobre la problemática del autismo (él ha negado ser un experto en la materia) sino presentarnos de un modo original una compleja historia de expectativas, sentimientos y relaciones interpersonales. Por concretar más el contenido del libro baste decir que contiene un misterioso caso de asesinato, y que el ídolo y modelo de conducta del protagonista para resolverlo no es otro que el mismísimo Sherlock Holmes (de uno de cuyos cuentos está sacado el título de esta novela).
Así y todo, quisiera encuadrar El curioso incidente del perro a medianoche en una corriente de interés por las “mentes prodigiosas”, personas cuyos cerebros no funcionan de manera normal (estadísticamente hablando, no hay juicio alguno aquí) y que por ese motivo nos resultan fascinantes. Ya nos pasó con el Charlie Babbitt de Rain Man (1988), y recientemente los hemos visto en Una mente maravillosa (2001), las series Los informáticos (2006- ) y Big Bang Theory (2007- ) o el documental sobre Daniel Tammet El chico del cerebro increíble (2005). Como dice un amigo mío historiador, esta gente probablemente no hubiera durado ni 5 minutos en la época de las cavernas, pero pienso que a día de hoy son lo más parecido que tenemos a los ordenadores. Y si eso no causa piedad y terror, que venga Dios y lo vea (si existe, claro).