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Una poética de la luz

ÁLVARO SALVADOR | La trayectoria poética de Jesús Amaya (Granada, 1954), aunque comenzara tardíamente, está ya lo suficientemente desarrollada y consolidada. Su primer libro, El aire trajo tiempos sin espacio, se publica en 2006 y a partir de ahí se suceden Todos mis nombres son aire (2011), Carmina lucis (2013), La soledad no es una geografía (2016) y el libro que hoy comentamos, Otra manera de nombrarte (2024). Además, nuestro autor publicó en 2014 una novela autobiográfica: De hombre luminosos a hombre invisible.

Poeta tardío y vocacional, enamorado de la enseñanza y de la música, la trayectoria de Jesús Amaya ha desarrollado su obra poética en una dialéctica que va desde el silencio y la soledad hasta el aire de la naturaleza en una primera etapa, y desde estos tres espesores hasta la luz y la poesía en una segunda: “Traedme quietud./ Traedme silencio./ Traedme luz”, decía el poeta en Carmina lucis. Y en La soledad es una geografía  el primer verso del poemario rezaba: “Después de dejar el alma completamente aire”, para añadir en uno de los poemas finales: “Luz de todos los hombres que sueñan/ dime, a dónde iré…?” Estos espesores significantes se mezclan en toda su poesía con una serie de temas, más o menos eternos, como la soledad, el amor, la muerte y la trascendencia, este último a través de la concepción de la poesía como una religión, o una parte de la misma, abundando en su obra las imágenes extraídas de los modelos del cristianismo. Así, los pecados capitales dan título a la primera parte de su Carmina lucis y el modelo de oración cristiana surge en estos versos de La Soledad es una geografía:

Por qué de nuevo esta sed

inesperada adentrándose,

prendiéndome el alma.

Este último libro publicado por Amaya que hoy nos ocupa está dividido en tres partes, un prefacio y un posfacio. La primera parte se titula “El mirlo”, la segunda “En envite amoroso de la luz es alejarse” y la tercera, la que da título al libro, “Otra manera de nombrarte”. En el prefacio precisamente se escenifica todo el recorrido de sus primeros libros: “pero aquí está la pérdida/ y la querencia, la ternura/ la bondad y la belleza,/ el recogimiento/ y una liturgia de la luz.// Al aire de mis edades/ he entregado mis versos//…// Aquí no hay historia/ ni elegía al menos/ sólo una existencia hecha cántico…”

La primera parte, «El mirlo», está compuesta por siete haikús con sus correspondientes glosas también en verso, pero ahora libre. La vocación aérea de esta parte es evidente, los pájaros son criaturas del aire, por lo tanto del vuelo y la elevación, también del canto, es decir, de la música y finalmente de lo que tradicionalmente se conoce como escenario de la poesía. El pájaro y el vuelo simbolizan imágenes que tienen que ver con la juventud, la vivacidad, la ligereza, la dulzura y la pureza: “Mirlo de luz/ vives transfigurando/ la lejanía”, dice nuestro poeta. Pero el mirlo es además un pájaro con un comportamiento territorial muy acentuado y, además, defiende incluso con violencia su independencia familiar. El mirlo es, sin duda, un pájaro muy granadino, además de poético.

La segunda parte, “El envite amoroso de la luz es alejarse”, es introducida por una cita de León Felipe, enormemente significativa: “Luz…/ Cuando mis lágrimas te alcancen/ la función de mis ojos/ ya no será llorar,/ sino ver.” Está compuesta por trece poemas en verso libre que comienzan con un cierto tono pesimista: “y este tránsito/ y esta música/ y estos aires/ y este asombro.// El envite amoroso/ de la luz es alejarse.” Quizá porque lo que estos poemas van a señalar sea una biografía no precisamente dichosa (“Mi infancia y sus enigmas/ un picaporte persistente”) y quizá el porqué de muchas de las temáticas del poeta, la infancia, la naturaleza, la humildad del autorretrato: “Un hombre humilde camina/ sobre la tierra humilde.// Hacia el horizonte humilde./ Bajo el cielo humilde// de la nada/ humilde/ de la vida.”

La tercera parte, la más voluminosa y que da título al libro, “Otra manera de nombrarte”, está compuesta por 65 tankas, sostenidas en su tercer verso por préstamos de la poesía de Federico García Lorca, cuya procedencia se indica en unas notas finales. Se trata, por tanto, de una intertextualidad explícita que se transforma en un homenaje al genio granadino, tan presente tanto en la obra como en la vida de nuestro autor. En el transcurso de estos poemas al modo oriental se reproduce toda la lógica interna de esta poesía a la que nos hemos referido al principio. La luz que vive en la soledad del poeta, el lenguaje solamente atisbado, la ayuda del aire de nuevo (“¡Mi corazón/ por el azul perdido! ¡Mi corazón!/ elevado en el aire…”), los vuelos perdidos, la invocación al corazón para que vuelva, la plegaria en la tarde, una vez más la luz que desemboca en el río del corazón, y por fin la creación que invade al poeta como un ángel vestido de esperanza. Desde aquí al final, la reconciliación con el resto de los elementos representados por el agua ( “Ser como el agua/ y no quedarme en nada…”) y la reconciliación consigo mismo:

Aquí mi cuerpo

inconcluso, mi vida,

dormida y sola;

otros son ya los aires

en esta incertidumbre.

En definitiva, un libro espléndido de un poeta que parece haber alcanzado ya su propia voz con humildad no exenta de originalidad y brillantez.

Firma invitada: Álvaro Salvador es poeta.

Otra manera de nombrarte (Támesis, 2024) | Jesús Amaya | 110 págs. | 15€

admin

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