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Una poética del Medio Oeste americano

En el condado de Grouse

Tom Drury

451 Editores, 2011

ISBN: 978-84-92891-08-5

385 páginas

19,50 €

Traducción de Javier Ortiz

Sara Mesa

Hace algunos meses leí en el número 331 de la revista Quimera una conversación entre Tom Drury y Antonio Orejudo que me llamó especialmente la atención. Los dos escritores hablaban con gran humildad de sus influencias literarias, las auténticas, no las que se suelen decir pomposamente en público. Mientras Orejudo mencionaba los libros de Los Cinco, Tom Drury hablaba de… su madre. Su madre, que no era escritora, que era simplemente una mujer que “tenía una visión estética, una forma muy hermosa de contar las cosas que veía en sus paseos alrededor del pueblo”. También mencionaba Drury los relatos de Sherwood Anderson, que son -cualquiera que los haya leído lo sabrá- maravillosos y extremadamente delicados. Bien, me dije, aquí hay un escritor que me interesa. No me equivoqué.

En el condado de Grouse (cuyo título original es The end of vandalism) fue la primera novela de Tom Drury (Iowa, 1956). Apareció publicada por series en el New Yorker en 1994, posteriormente como libro en 2006 y ahora llega a España de la mano de 451 Editores, que también ha publicado, del mismo autor, La región inmóvil. En el condado de Grouse describe la vida de varios personajes del Medio Oeste americano ubicados en un condado imaginario, con una narración en la que imperan la sencillez y la poeticidad. Hay mucho de Sherwood Anderson en este libro, empezando por la inclusión de un plano del condado al inicio del libro, del mismo modo que Anderson incluía un plano en su Winesburg, Ohio. Pero hay más que eso: al igual que en todas las novelas que crean espacios míticos, el lector sabe que va a entrar en un territorio concreto, con sus personajes, sus normas, sus particularidades geográficas y sociales, un territorio que se convierte en familiar a medida que se avanza en el libro, que siempre resulta coherente dentro de sus límites, y que -lo mejor de todo-, a pesar de su acotación tiene vocación de universalidad. Las vidas de los personajes en los que se detiene el narrador nos conciernen, nos importan, se nos hacen cercanas y familiares, aunque nuestra cultura esté muy alejada de la de ellos -o quizá no tanto-.

Se ha dicho de este libro -en la misma contracubierta se indica- que se trata de una novela coral. No sé si esta interpretación confunde porque, aunque es cierto que aparecen muchos personajes e historias, la acción principal corresponde a una pareja, la formada por el sheriff Dan y la fotógrafa Louise, y por aquellos que los rodean, en especial el ex marido de Louise, Tiny. La relación entre Dan y Louise -dos personajes tratados con especial cuidado- es el hilo que recorre toda la novela, una relación con sus altibajos, momentos felices y momentos dolorosos, una relación normal pero al mismo tiempo grande, humana. El resto de personajes cuentan con papeles menos relevantes en la obra, aunque tienen también una importante función: construyen el marco que da verosimilitud y solidez a la vida del condado y sus pueblos. La sensación de novela coral, desde mi punto de vista, viene más bien por la consistencia con que están construidos cada uno de estos personajes más que por el armazón estructural de la obra. Como estructura, esta novela se asemeja más a El villorio de Faulkner, donde hay personajes más relevantes que otros (los Snopes, Varner…), sin que esto haga palidecer la fuerza de los secundarios. Más que una novela coral, esta es una novela donde todo -hasta los personajes más esporádicos- está bien encajado y construido, por eso se produce la sensación de riqueza y variedad que nos hace pensar en lo coral.

La galería de “secundarios” en En el condado de Grouse es realmente sugestiva, y constituye un muestrario de la vida en el Medio Oeste americano: granjeros, predicadores, comerciantes, apostadores, timadores, notarios, criadores de caballos, pero también artistas, una estudiante taiwanesa de intercambio, una ‘stripper’, una reportera de televisión, una consejera matrimonial, jueces y políticos locales. De fondo, el paisaje de los pequeños pueblos, con sus granjas, sus tiendas, caravanas y campos de cultivo, un condado marcado por el frío y la nieve y, de fondo, el aislamiento y la insatisfacción, como queda magistralmente reflejado en el siguiente diálogo:

“-Tengo treinta y nueve años -contestó Tiny- y todavía no he visto el Cañón del Colorado; ni las cuatro caras de los presidentes de Dakota. El mundo me pasa por delante y ni me entero.
– Has estado en Las Vegas –repuso Jerry.
– Estoy hablando de las maravillas de la naturaleza -dijo Tiny-. Mira alrededor, Jerry. ¿Qué hay aquí?
– Tu coche, el mío y mi casa.
– Toda la tierra está cultivada. Todo lo que no está cercado lo siembran. ¿Qué ha sido del país salvaje que teníamos antes? Ahí es donde me gustaría ir.
– Estás hablando de un lugar que nunca ha existido.”

El gran acierto de la novela de Drury, lo que hace precisamente que sus personajes nos interesen y den la sensación de estar realmente vivos, es su actitud narrativa discreta y distanciada. Los personajes se definen a sí mismos por sus palabras, por su forma de actuar. Salvo en contadas ocasiones, el narrador no opina, no interpreta, los deja libres. De hecho, cuando interviene (esporádicamente) su voz chirría un poco. Es posible que estas intervenciones limitadas se deban a la publicación original por entregas de los capítulos, y a la necesidad de enmarcar las acciones para lectores despistados de aquel tiempo. En cualquier caso, se trata de una narrativa muy visual, en la que las imágenes -potentes y, en ocasiones, líricas- son las que dan fuerza al relato. Cuando el sheriff Dan se encuentra un bebé abandonado lo que se nos cuenta es simplemente es “Dan oyó un llanto, abrió la caja y encontró a un bebé envuelto en una camisa de franela azul, con una nota prendida: ‘Me llamo Quinn. Por favor, cuídame’. El bebé tenía los ojos y el pelo oscuro y lloraba sin parar. El sheriff cogió la caja de cervezas, la colocó en el asiento del pasajero del coche patrulla y ajustó el cinturón de seguridad alrededor de la caja lo mejor que pudo”. Nos basta con eso. Sabemos del dolor, de la alegría, de la duda de los personajes por el modo en que se expresan, por las cosas que hacen. La narrativa de Drury se despoja de sentimentalismo -no se nos explican continuamente los vaivenes emocionales de los personajes- pero no excluye el sentimiento. De hecho, hay momentos muy emotivos en la historia, lo cual es sorprendente teniendo en cuenta la aparente frialdad del relato.

Pero no se trata solo de economía de medios o de austeridad narrativa. Se trata de depuración, de condensar en la imagen los significados, darle peso y consistencia a una narración que parece basada en detalles insignificantes, pero que no lo son, porque precisamente son esos detalles los que constituyen la vida. En la conversación de Quimera que mencionaba al principio, Tom Drury aseguraba: “Creo que hay una forma de decir las cosas en el Medio Oeste, decirlas de forma natural”. Y más adelante: “Mi escritura, libro a libro, es una voz con la idea de decir las cosas directamente pero también de una forma original, simple pero no plana”.

Es muy difícil escribir como escribe Tom Drury, darle a la narración una textura propia, destellos de humor, epifanías poéticas y consistencia desde una actitud humilde y distanciada. Es muy difícil hacer eso y muy pocos lo hacen, porque la tentación de hacer brillar al narrador es más fuerte que la necesidad, a veces imperiosa, de callarlo. Hace poco cometí el error de darle una oportunidad más a Paul Auster y leí Brooklyn Follies. Bien, de lo único que me alegro es de que este libro rematadamente malo me haya servido para dar aún más contraste y valor a la prosa limpia y eficaz de Drury. Donde Auster es pretencioso, irritante y entrometido, Drury es elegante y preciso; donde Auster cursi, Drury sensible; donde Auster construye monigotes, Drury elabora personajes vivos, incluyendo a los femeninos (¡cosa nada frecuente!), y muy en especial a Louise. Sé que esta crítica comparativa no es muy ortodoxa, sobre todo porque estoy hablando de la obra última de Auster, que es la que lleva flojeando ya demasiado tiempo, y porque el mérito de un escritor no se basa en el demérito de otro. Pero el caso es que aquí a Auster lo conoce y lo lee todo el mundo, mientras que de Drury prácticamente no habíamos oído hablar hasta ahora. ¿El peaje de ser humilde? A eso me refiero.

admin

8 comentarios

  1. Brooklyn Follies es una de las novelas más espantosas que he intendado leer en los últimos años y desde luego la que comentas parece que merece una oportunidad. Un cordial saludo

  2. Me han entrado ganas de leer a Drury! El ‘midwest’ americano me parece fascinante como paisaje de fondo para contar historias.

    Aunque no tenga que ver con la literatura, la mejor representación que he visto últimamente de lo que significa el ‘midwest’ fue en la película de los Coen «Un hombre serio».

    PD: Paul Auster = kk!

  3. Pues sí, José, «espantosa» es un adjetivo que le va bien a esa novela. Pero el caso es que persistimos con Auster, en vez de dedicar nuestro tiempo a otros…
    En cuanto a los Coen, la narrativa de Drury ha sido comparada con su cine. Y lo cierto es que hay momentos (los coches atascados en la nieve, el embarazo de la protagonista, algunos diálogos delirantes…) que se ven con imágenes de Coen.

  4. Hola Sara:

    Leí esta novela hace unos meses, cuando salió, y me gustó bastante. Me parecen muy acertados los comentarios que haces sobre ella.
    Leí también La región inmóvil, de Drury, que es su 4ª novela y que también publicó aquí, antes que Grouse, 451, y la verdad es que esta que comentas me parece mejor.
    La de La región inmóvil juea a mezclar demasadiadas cosas: relato constumbrista, thriller, fantasmas… y se dispersaba algo.

    Yo el último intento con Auster lo tuve con Un hombre en la oscuridad y salí espantado.

    saludos

  5. Ya que estamos despellejando: en Babelia han adelantado el día de los Inocentes y han nombrado Los enamoramientos de Javier Marías la mejor del año.

  6. Por cierto, que lo de incorporar un plano parece que es algo muy típico de los relatos sobre el ‘midwest’. En «Knockemstiff» de Donald Ray Pollock también se incluía uno del pueblo que daba nombre al libro. Curioso…

  7. Hola, David. Yo «La región inmóvil» aún no la he leído, pero también creo que me atrae más esta, precisamente por cierto inmovilismo en la acción, esa sensación de parálisis en la que se ven sumidos los personajes, como una tela de araña. No pasan demasiadas cosas y sin embargo pasa todo.
    Lo del plano es un clásico, sí. Yo también dibujé uno una vez, Fran, y sin hablar del ‘midwst’, qué osadía…
    En cuanto a la lista de Babelia, eso sí que es inmovilismo!
    Saludos a todos
    Sara

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