Debo a la lectura de una recensión crítica del narrador, traductor y crítico argentino Rodrigo Fresán, hace ya casi una década, el descubrimiento del escritor japonés Haruki Murakami. Era de su primera novela publicada en España, la monumental Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, y estaba redactada en un tono lo suficiente entusiasta como para que la sacara inmediatamente de una biblioteca pública; a partir de ese instante, leí todo lo que se publicó de él en castellano, algo que se aceleró tras el éxito internacional de Nowergian Wood, absurdamente traducida por Tusquets como Tokio Blues.
Que Murakami es un gran escritor, probablemente uno de esos (sí, es posible que se trate de una expresión ingenua, pero lo escribo con toda sinceridad) que marcan una época, es algo que supe casi desde la primera página de la Crónica, en la que el narrador, un treintañero que ha dejado su trabajo y perdido a su gato prepara una olla de pasta a mediodía y recibe una misteriosa llamada obscena. Pero no se me había ocurrido escribir un texto que explique mi admiración, aunque haya redactado alguna modesta nota crítica sobre algunas de sus obras, hasta que leí otra reseña –si bien tal vez habría que calificarla mejor como exabrupto- de otro crítico y escritor, el cordobés Vicente Luis Mora, en su conocido blog literario. Si algo tienen en común los autores de ambas críticas es, que desde mi apreciación personal, tienen mucho más talento como ensayistas, recreando y comentando textos ajenos, que como narradores originales. Los artículos sobre otros autores de Fresán son, a menudo, brillantes; en algunos casos –recuerdo en especial uno escrito en homenaje al recientemente fallecido J.G. Ballard– rozan lo genial, pero, aunque he leído varias de sus novelas y relatos no recuerdos en ellos ningún pasaje memorable, ningún personaje (en las novelas de Rodrigo Fresán no suele haber personajes distinguibles entre sí, excepto una voz narradora sin inflexiones, pesada y cargante, adicta a los párrafos hiperbreves e inconexos y a las metáforas encadenadas); de hecho, su último libro, El fondo del cielo, que compré al presentarla como una novela con ciencia ficción –género que siempre me ha apasionado- me pareció una de las obras más decepcionantes con las que he tenido la desdicha de perder el tiempo.
Vicente Luis Mora realizaba en su blog una serie de críticas a Murakami, calificándolo como un autor leve, superficial, de nula ambición estilística o estructural, y por último repetitivo creador de personajes clónicos. Ninguna de ellas me parece justificada. Sobre la escritura de Murakami, cabría decir que lo cierto es que ninguno de nosotros ha leído realmente de Murakami; leemos una traducción de un idioma tan lejano como el japonés; a pesar de eso, la sensación que me dejan sus mejores novelas es la de un escritor extremadamente dotado a la hora de desarrollar una acción fluida, pero también para crear sus poderosas atmósferas e imágenes visuales. A la comparación habitual con David Lynch –ambos suelen colocar una habitación siniestra en el centro de sus ficciones- se podría añadir el magnífico Wong Kar Wai, tanto en su versión luminosa y romántica como en la más enrarecida. Por otro lado, las veinte o treinta páginas que en Crónica del pájaro que da cuerda al mundo narran la incursión en Mongolia de una patrulla japonesa –imborrables el alucinante paisaje, el hombre despellejado, el pozo- bastan, creo, para anular cualquier acusación de levedad e intranscendencia. La compleja estructura de ese libro la hacen más ridícula -y si además su autor ha intentado vanamente convencernos de que la pobre trilogía de Mallo, con su metaliteratura de manual, su prosa pedestre de suplemento dominical de viajes y sus personajes ineptos oculta algún tipo de complejidad… Y afirmemos finalmente que, aunque los confusos treintañeros de Murakami son totalmente distinguibles entre sí, al igual que los adolescentes de Salinger, no hay que olvidar que ha escrito igualmente desde la mente de un anciano disminuido psíquico o un adolescente con resultados convincentes.
Haruki Murakami no es, pues, sólo un escritor de moda: es uno de los grandes artistas de nuestra época. Y esto lo demuestra una vez más con si última novela editada en España –de extraño título: El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas– publicada originalmente en Japón en 1985 y que ahora recupera Tusquets para deleite de sus muchísimos fans hispanohablantes. Como en todas sus obras, encontramos una serie de detalles que identifican a un auténtico Murakami: un protagonista masculino con su vida en suspenso cuya existencia empieza a cambiar de la manera más desconcertante posible, una o varias mujeres misteriosas y lynchnianas, unos espacios enclavados en nuestro mundo, pero que no parecen tener nada en común con él (en este caso, no aparece ningún gato), escenarios progresivamente inquietantes, como si el protagonista hubiera cruzado algún tipo de barrera invisible que separa este mundo de otro, innominado, del que no tenía la menor noticia…
Esta novela se estructura en dos historias que avanzan de forma paralela y que, en un primer momento, no pueden resultar más distintas: por un lado, en El fin del mundo, con aire de fábula, nos encontramos con una ciudad misteriosa, rodeada por una muralla impenetrable, donde vive una manada de unicornios y en la que todos aquellos que acceden a su interior están obligados a desprenderse de su sombra. En Un despiadado país de las maravillas el protagonista es un informático que trabaja en una siniestra organización gubernamental –El Sistema- en constante guerra por el control de la información. Sin embargo –y de eso nos damos cuenta pronto-, ambas historias son la misma y lo que, inicialmente, tenía la forma de una fantasía algo extravagante, se vuelve en la más poética y melancólica de las novelas de Haruki Murakami.
Interesante reseña, no tanto de este libro de Murakami, al que le dedicas poco espacio, como de las circunstancias que te han llevado a escribirla. A mí también me gusta Murakami, y mucho. La entrada del blog de Mora y las respuestas de la mayoría de sus acoholitos me parecieron un lamentable ejercicio de desinformación y esnobismo. Hay libros de Fresán que sí me han gustado mucho. Coincido contigo en que este último no. Encantado de conocerte. Un abrazo.
El problema con VLM es, en mi opinión, que entre todos le estamos dando demasiada relevancia a lo que pone o deja de poner en su blog. Personalmente, nunca he sido capaz de terminar ninguno de sus kilométricos posts, porque me suelo aburrir a la mitad…
En cualquier caso esta reseña me parece valiente, sobre todo porque reivindicas a un autor que se nota que te mola y eres capaz de contagiar tu admiración. No he leído a Murakami pero espero poder sacar hueco algún día para catarlo…
Ja, ja, ja! Perdonandme que me aparte del libro de Murakami y me ría de los comentarios sobre el diario de lecturas de VLM y sus «kilométricos posts» (no puedo parar de reírme ante esta calificación). En realidad, y conste que como crítico (todavía) respeto a VLM, pensad en esto: el día que a una entrada se le pusieron notas al pie de página y referencias murió el blog. Gracias! Eso ya existía y se llamaba «ensayo».
En defensa de los amigos de Tusquets, diré que la traducción de ‘Norwegian Wood’ no se debe a ellos, sino al propio autor. Cuando vino a Barcelona lo explicó: él mismo supervisa las traducciones de títulos y las ilustraciones de portada. Cuando preparaban la edición española, ya había aparecido la italiana bajo el título ‘Tokio Blues’, y creyeron que el problema estaría resuelto. Pero al parecer no fue así, y necesitaron largas conversaciones con Murakami hasta que al final se quedó en el título que conocemos. No creas que es tan absurdo evitar un título que la mayoría de la gente en España no sabría escribir ni pronunciar. Por lo demás (y vaya por delante que aprecio a Vicente tanto como disiento de muchas de sus opiniones, y lo de Murakami es un ejemplo), es un interesante post.
Creo que todo en esta crítica es exagerado. Murakami está muy lejos de marcar una época. Dista del peso que otros escritores, o de su misma generación o más jóvenes y casi con menos difusión, tienen hoy en día. Pensemos en Bolaño, Foster-Wallace, Pynchon, Vila-Matas…
Podemos asumir que nos gusta un autor. No tengo ningún problema en decir que a mí me gusta Murakami, por ejemplo, me atrapa como lector, pero no es una persona que marque profundamente ni mi visión de la literatura ni de la escritura. Cae a menudo en sus propios tópicos que, lo lamento, tampoco son tan originales. Los narra bien, con fluidez, con sensibilidad, pero no creo que sea un grande.
Por otro lado las novelas de Fresán me parecen algo mucho más rico que lo que comentas, aunque daría para otro comentario mucho más extenso, pero evitaré más digresiones.