José María Zavala
Libros Libres, 2012
ISBN: 978-84-92654-94-9
240 páginas
19 €
Jesús Cotta
Aunque la intención de este libro es documental más que literaria, surte el efecto que más valoro en literatura: llegar al corazón, amueblar la cabeza y conmover los cimientos. Además está bien escrito. Por eso lo reseño aquí.
La verdad es que este es un libro escalofriante. Acostumbrado a ver a los endemoniados solo en películas, le recorre a uno por la espalda un estremecimiento solo de oír a gente de lo más normal contando cómo fueron poseídos por uno o varios diablos y cuál fue su calvario hasta que lograron liberarse, porque eso sí: si uno tiene esperanzas y persevera, la liberación sucede.
Hablan en el libro ex posesos españoles, italianos y franceses, y exorcistas españoles, como Lorenzo Alcina y Salvador Hernández, y el célebre exorcista de la diócesis de Roma Gabriele Amorth.
Yo he leído algún libro escrito por exorcistas o expertos en el Diablo, pero no había leído libros donde los poseídos, sin morderse la lengua, cuenten su estremecedora experiencia. En el libro se narran historias como el caso de las ursulinas de Loudun, sonadísimo en la Francia de Richelieu, entre otras cosas, porque el exorcista mismo, un jesuita, fue alcanzado por la influencia diabólica, y del que se han hecho películas y relatos, como Los diablos de Loudun de Aldous Huxley. También la del exorcismo realizado por Juan Pablo II y la de la monja María de los Dolores Quiroga, en nuestro siglo XIX, que fue vilipendiada y acusada de provocarse ella misma los estigmas y tuvo que salir la misma Isabel II en su defensa.
Cuestión aparte es lo que nos cuenta el padre Gaetan, un exorcista africano. Allí las historias dan para una novela de terror. Allí los hombres pactan con el diablo para conseguir diamantes de las minas. Allí los hechiceros tratan de matar a una persona a través de un muñeco o de un animal.
Pero las historias que más conmueven son las de las víctimas actuales, personas cercanas que podrían ser nuestros parientes o vecinos. Allí habla un padre aún horrorizado de haber visto a su hijo levitar o comportarse como un perro o hablar con un vozarrón de gañan y escupiendo a la estola del exorcista. Sorprende oír de labios de un médico o de un joven agente inmobiliario o de un chico discotequero el espinoso camino de sufrimiento incomprendido que tuvieron que recorrer porque no sabían qué les pasaba y, si lo sabían, les daba pánico pensarlo y, si lo pensaban, no lo decían y, si lo decían, nadie les creía y se reían en sus narices y, si nadie les creía, el mal iba en aumento, y la única salida era tirar la toalla, ‘id est’, la vida. Casi todos realizan un ‘via crucis’ de médico en médico y, cuando el médico no hallaba explicación a esa opresión en el pecho, a esos arrebatos de cólera, a esos vómitos antinaturales, a esa manía del cuerpo a desobedecer con tan mala sombra las órdenes del cerebro, entonces acuden a los psiquiatras y estos les vuelven a decir que están más sanos que una pera, que no hay esquizofrenia ni cuadros psicóticos, que no hay ningún mal orgánico, que no hay razón ninguna para ese malestar y esa angustia. Y eso los desespera más, porque entonces cómo se explica que, de la noche a la mañana, sientan deseos de hacer cosas asquerosas y peligrosas y suicidas que antes ni se les pasaban por la cabeza y cómo se explica ese odio por lo puro, lo santo, lo sagrado, lo inocente, y ese mal olor y la violencia desatada y, sobre todo, lo que más escama, esa constante sensación de horror, asco, rabia, ira, odio que puede más que ellos, un retorcimiento que a ellos mismos les asusta y que perciben dentro de sí pero como ajeno a ellos y les provoca un comportamiento insufrible para todos, pero sobre todo para ellos mismos, y unos males físicos que los médicos vuelven a negar. Las amistades, el esposo, el jefe, todos los acaban despidiendo y, cuando están más desesperados y solos, cuando la ciencia ya nada puede hacer por ellos, recurren, como último medio, a un curandero, el cual suele empeorar las cosas mucho más, porque, según los exorcistas que hablan en el libro, la santería americana, la hechicería africana y la brujería en general, en el mejor de los casos, no funcionan porque son una engañifa, y en el peor, funcionan por una presencia de Belcebú, el Príncipe de las Moscas y, en ese terrible caso, la influencia maléfica aumenta y puede que el demonio que en ese cuerpo ya habitaba se haga más fuerte y llame a otros para establecer allí su morada, tal como narran los evangelios. Es entonces, en el colmo de la desesperanza, cuando se les ocurre llamar a un cura. Y aquí empieza otro calvario, porque muchos curas no se acaban de creer la posibilidad de las posesiones o directamente se avergüenzan de la creencia católica en el demonio y se ríen del cometido de los exorcistas o les dicen a los poseídos que el demonio no existe y que todo el mundo se salva, a pesar de que en los evangelios el demonio aparece nombrado en 188 ocasiones. Pero a veces los poseídos tienen la suerte de que el cura los deriva a un exorcista y este comienza entonces las bendiciones para averiguar si se trata efectivamente del diablo o si es tan solo una sugestión.
En ese encuentro entre el poseído y el exorcista, este cuenta con varias señales para saber si se está enfrentando en realidad al Bicho o es tan solo un problema mental que los médicos no logran diagnosticar: si la víctima tiene una fuerza descomunal y conoce lo oculto y habla lenguas desconocidas y muestra una aversión rabiosa a lo sagrado y entra en trance con las bendiciones, es muy probable que tenga al Bicho dentro. A veces se encuentran con demonios segundones y a veces con bestias poderosas que le dan a un niño la fuerza de un gigante y a un analfabeto el conocimiento de un erudito, y a todos un odio más fuerte que ellos mismos hacia Dios, que es lo mismo que decir a todo lo bello y lo noble y lo sagrado. A veces se tardan años en liberar al poseído. A veces los poseídos no soportan los exorcismos y se alejan del exorcista y prefieren tener dentro al mismísimo Satanás. De estas últimas historias nadie sabe nada, pero intuyo que deben acabar muy mal.
Lo más impactante es el dolor y la soledad del poseído ante esa presencia interior y desconocida que lo odia más de lo que un hombre puede odiar a otro y que todo el mundo niega que exista. Todo su calvario se debe a que el mundo entero, incluida gran parte de la Iglesia, cree que el demonio es solo una personificación del mal o que existe solo en La semilla del diablo y en El exorcismo de Emily Rose. Ya lo dijo Baudelaire en El jugador generoso: “El mejor truco del demonio fue convencer al mundo de que no existe”. Si al menos se tratara de diablos majestuosos como los de Miltono Gustavo Doré. Pero no: se trata de diablos feos y crueles, como los de Dante y con hambre de devorar almas para convertirlas en lo más parecido a la nada. Quien haya leído las estupendas Cartas del diablo a su sobrinode C. S. Lewis sabrá de lo que hablo.
Por fortuna, el Diablo nada puede si uno no se le acerca, aunque, a veces, nuestra vida pueda convertirse en un infierno. Macnamara, hoy Fabio de Miguel ‘dixit’.
El autor de este libro tremendo, que es un periodista veterano de El Mundo, lamenta los pocos exorcistas que hay en España. De las 69 diócesis españolas, solo 18 tienen exorcista. Los obispos son reacios a nombrar exorcistas. Los exorcistas de este libro alertan contra la banalidad con que se deja a los niños jugar con cosas de brujería, lo fácil que es acceder al tablero de la güija, la extensión del espiritismo, el ‘rock’ satánico y la hechicería, cosas todas por donde se puede acabar colando el diablo. Lo corroboro: en cierto teatro andaluz, sobraban entradas para la ópera, pero faltaban para el espectáculo de una medium muy conocida en la tele. Cosas de la crisis.
De las sectas satánicas también se ocupa el libro. Yo no sabía que eran tantas y tan peligrosas y que hacían cosas tan feas.
El romano Apuleyo en el maravilloso El asno de oro, que recomiendo encarecidamente, nos muestra que la brujería siempre ha existido. Cuando los hombres no encuentran respuesta en los dioses, que piden oraciones y buenas acciones, entonces recurren a los espíritus oscuros, que piden oscuridad, fealdad y sacrificios de ratas, miembros amputados, mechones robados de la melena de jóvenes guapos para atarles la voluntad y la libido, frutos contaminados de sangre menstrual y de sapos para arrojar la ruina a la persona que odian. La brujería nunca ha sido buena. En la misma onda, Silvio Rodríguez lamenta la santería cubana en una canción hermosísima, de la que recuerdo estos versos:
“Abracadabra,
siga la pata en su cabra”.
Pues eso, que siga ahí, donde tiene que estar, para que pueda corretear libre entre los pastos.
Pues sí, lo políticamente correcto también puede serlo diabólicamente. La Ilustración, con todo lo bueno que tuvo, pago ese precio descomunal de no querer aceptar la existencia de ninguna sombra, que -era cuestión de tiempo y técnica- acabaría disipándose. Pero no, lo peor de todo es que hay sombras que saben disfrazarse de luz, algo que, para una mente deísta ilustrada estaba fuera de todo cálculo. Yendo a lo que citas de Baudelaire y Lewis, lo primero para vencer a las sombras es reconocer que existen: esa es la única luz que no soportan, la de la verdad.
Buena reseña, gracias.
Estimado Mora Fandos, interesante lo que dices de la Ilustración. Ando dándole vueltas desde hace tiempo a la Ilustración y me has abierto los ojos. Gracias.
De nada, a ti, Jesús.
Jesús querido, ya sabes que yo estoy con William Blake: «Todo poeta verdadero, por fuerza, se tiene que sentir de parte del demonio…»
Carissimo Alessandro:
El demonio de William Blake es el único que podría tentarme, y más si es la piedra de toque del poeta verdadero y más aún si a ti ya te ha seducido. Pero más me gustan los ángeles de Blake que sus demonios. Un abrazo.