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Venturosa longevidad

9789876582001SARA MESA | A Aurora Venturini (Buenos Aires, 1922-2015) la leí hace ya algunos años, cuando la editorial Caballo de Troya editó Las primas, una extraña y originalísima novela que traía aparejada su propia leyenda. Su autora, una mujer de ochenta y cinco años en aquel momento, había ganado con ella el premio Página/12, dejando estupefactos a los miembros del jurado –Vila-Matas entre ellos-, que quizá esperaban encontrar tras la plica a un jovencísimo autor debido al desparpajo de la prosa, la poca vergüenza de los personajes, la narración desquiciada de la protagonista, el humor y la frescura. Leyenda o no, Venturini -que no era una completa desconocida, pero a la que en España no habíamos leído- irrumpió con una fuerza que nadie imaginaría en una octogenaria, y se hizo con su selecto club de fans y su mito de escritora de culto, minoritaria, rara.

Ahora Random House reedita Las primas y también otros dos libros posteriores, una extraña novela corta, Los rieles, de 2012 y un volumen de cuentos, El marido de la madrastra, de 2013, que si bien no están a la altura de la primera, no carecen en absoluto de atractivo. En Los rieles la narración se enturbia, se emborrona, tiene una cualidad de pesadilla, similar a veces, en su inconexión, a la de la narradora deficiente de Las primas. La historia es inquietante y confusa: una anciana -alter ego de la autora- bordea las inmediaciones de su muerte tras ser envenenada -supuestamente- por su intrigante sirvienta. Mientras lucha por la supervivencia, la conciencia le vuelve a fogonazos, intermitente y contaminada por el sopor; el lenguaje se descompone, se fragmenta, se hace irracional en ocasiones y otras extrañamente racional. Los rieles simbolizan el paso de la vida hacia la muerte -el movimiento a través de ellos, el traqueteo-, y como tales desembocan en algún sitio, es irremediable. El camino no es fácil: “Iba sobre rieles afilados que lastimaban pies descalzos; igual, seguía caminando y repetidas zonas con rieles obligaban al sacrificio horrendo”. La novela es también un ejercicio -inútil- de recuperación de la memoria, porque, como ella misma asume, “escribo demasiado en tiempo de antes y no hay barrera de contención posible de aquellas tardes que puedan confundirlas en la niebla, en sus neblinas opresoras, en la pena, la lluvia, el más allá”. Todo, confiesa la narradora, salió “de la neblina de un día de locura” y supone, sin duda, una reivindicación no tanto del hecho de estar viva, sino de “no estar muerta”.

el-marido-de-mi-madrastraEl mayor atractivo de Venturini radica en su prosa, en la singularidad de su lenguaje poco convencional, cortado como a cuchillo, con un ritmo deliciosamente abrupto y desconcertante. En Los rieles Venturini es ella misma incluso a su pesar, puesto que por momentos el libro se sostiene únicamente por el andamiaje de ese estilo tan propio. En cambio, los cuentos de El marido de la madrastra, perturbadores como pocos, son más sólidos porque en ellos hay un universo mucho más coherente -el de la infancia y sus, a veces, espantosas oscuridades- y el estilo nunca sobrepasa la atmósfera de lo narrado. El marido de mi madrastra es un circunloquio que sirve para no nombrar al padre, porque el padre representa aquí la amenaza, una sombra que se cierne sobre todos los cuentos -cosidos por el hilo común de niñas robadas, abusos sexuales, gitanos nómadas-, el fantasma de la turbiedad y de lo ambiguo. Estos cuentos recogen historias que al parecer le fueron narradas a la autora cuando trabajó como psicóloga, y también experiencias propias -ella misma dijo en muchas ocasiones que su infancia fue triste y que su familia, llena de “retrasados”, era bastante anómala-, incluido un cameo de Jorge Luis Borges, al que trató bastante -“Jorge Luis fue y será amor de mis amores, estúpida novelita rosa, horrendo drama, corriendo como lo hacen las aguas debajo de los puentes (…) No quisiera volver a verlo”-. “Mal tiempo es la infancia”: así comienza uno de los cuentos, una de esas historias que explosionan con luz propia -una luz dentro de la oscuridad-, pobladas de abuelos, bisabuelos, niñas bobas, papaítos, casas vacías, quincallería variada y atrayente.

Aurora Venturini murió hace unos meses, a los 92 años de edad, sin dejar de dar guerra hasta el final, en un ejemplo de prolífica longevidad tan extravagante como lo fue su propia vida: amiga íntima de Eva Perón, de Camus, Ionesco y Sartre, prolífica autora de poesía, narrativa y ensayo -aunque desconocida para el gran público hasta su vejez-, excéntrica e inclasificable, cuando le preguntaban por qué escribió Las primas sin puntuación decía que porque estaba loca, y que si ponía el punto se le iba la idea. “Tal vez llevo en mi interior a otra mujer más joven”, afirmó en otra ocasión, pero yo diría aún más: en su venturosa longevidad, Venturini llevaba dentro a una niña, la niña traviesa, juguetona y mala -pero también triste- que sin duda debió de ser. Así que lean Las primas, y después, si les gusta, vayan por lo demás.

Los rieles (Literatura Random House, 2015), de Aurora Venturini | 185 páginas | 15,90 €

El marido de mi madrastra (Literatura Random House, 2015), de Aurora Venturini | 232 páginas | 16,90 €

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