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Versión española del sueño americano

JOSÉ MANUEL GARCÍA GIL | De ser cierto ese aserto atribuido a John Lennon -con el que podemos toparnos en el sobrecito de azúcar de nuestro café mañanero o en el perfil de cualquier tímido usuario o usuaria de Tinder- de que “la vida es eso que nos pasa mientras estamos ocupados haciendo otras cosas”, escribir la vida de alguien se convierte en un empeño de difícil y real consecución. Máxime cuando esas cosas que nos ocupan son, precisamente, todo lo que manejamos a la hora de reconstruir una vida de la que, de un modo irremediable, se nos escapan las vivencias, las intenciones, los fingimientos, los titubeos, las mentiras que se dan por ciertas o las verdades disfrazadas. Tantos agravantes y tantas disculpas que el biógrafo debe intuir, suponer, elucubrar y toda una retahíla de verbos porosos que más tienen que ver con una operación ficcional que con la urdimbre infinitamente detallada y cuidadosa de una vida individual.

Viene todo esto a raíz de la publicación de sendas aproximaciones biográficas a cargo de dos conocidos escritores, Javier Moro y Andrés Barba, a la extraordinaria historia de los arquitectos (o más bien constructores) Rafael Guastavino y de su hijo del mismo nombre. Para muchos -entre los que me cuento- unos desconocidos quienes, a causa de accidentes y casualidades diversos, desembarcaron en 1881 en un Nueva York en plena expansión. Desde el comienzo de esta aventura americana, nos queda claro que ninguna otra ciudad del mundo les habría proporcionado un éxito profesional parecido a estos dos españoles que cruzaron el océano con más miedos que certidumbres. Mucho tuvo que ver el hecho de haber patentado avispadamente un sistema de construcción ignífugo, inspirado en la bóveda tabicada, ya conocido en el Mediterráneo desde hacía siglos y que causó asombro en un país sin historia, sin arquitectura y sin soluciones para los incendios más devastadores.

Cúpulas grandiosas y edificios a prueba de fuego, en definitiva, que jalonaron a finales del siglo XIX y parte del XX la vida de estos personajes que dejaron esa impronta suya, entre neogótica y modernista del Viejo Continente, en la capital neoyorquina y en la arquitectura estadounidense: en el puente de Queensboro, en la estación de metro de City Hall, en la biblioteca de Boston, en el Capitolio de Nebraska, en las bóvedas del Oyster Bar de la Grand Central Station, en la catedral de San Juan el Divino o en el vestíbulo de edificio de inmigrantes de la isla de Ellis, por citar algunas de sus obras.

Si el trabajo de Moro ha dado lugar a la “biografía novelada” A prueba de fuego (Espasa, 2020), los Gustavino de Barba -a cuya obra van dedicadas estas palabras- le sirven al novelista madrileño para construir un relato mítico o un cuento de hadas de mayor interés literario que biográfico. Un libro que, en realidad, pertenece a ese género de no ficción especulativa que practicaron tantos autores anglosajones y franceses: De Quincey, John Aubrey, Beckford, Schwob, Michon o Echenoz, por ejemplo.

No cabe duda de que para convertir esta historia en literatura viene como anillo al dedo una vida personal pletórica de episodios novelescos, colmados de amores secretos y pasiones hedonistas. Desde el alumbramiento de Rafael Guastavino padre se encadenan hechos con esa potencialidad: su niñez en Valencia y su visión profética del fuego; su pasión sin dotes por la música; su formación en Barcelona como maestro de obra y sus veleidades burguesas; sus meses en Huesca haciendo vino; sus líos con las mujeres; su huida de España, tras firmar unos pagarés sin intención de devolverlos, con su criada y amante; su llegada a Nueva York sin contactos ni hablar inglés con una familia que pronto lo abandona; su ambición y su tesón por el trabajo; la creación de su compañía de construcción; su consolidación, su decadencia, su ruina; su muerte añorando todo lo español, sin volver a ver a los hijos de un primer matrimonio. Toda una trayectoria vital que oscila entre la pulsión creativa (“hacer, hacer, hacer” como consigna) y la necesidad de sobrevivir, entre la lealtad y la infidelidad, entre la ambición y el amor por la tierra que lo vio nacer. Una vida pendular que nos llevará a considerarlo, durante la lectura de este libro, lo mismo un ser humano admirable que una persona digna de compasión.

No obstante, y contra lo que pudiera parecer, esta vida, prolija y explicativa, de los Guastavino no resulta fácil de abordar literariamente hablando. Es precisa una intuición extraordinaria para saber qué contar y cómo contarlo. A Andrés Barba (Madrid, 1975) le bastan 99 páginas, divididas en dos partes -una para el padre y otra para el hijo- de 5 y 6 capítulos respectivamente, para hacerlo. Está, por descontado, fuera de todo propósito del autor la reivindicación justificativa e innecesaria de sus figuras o de su tiempo. En este libro, la vida del primer Gustavino está más cerca del pícaro que logra un sistema de construcción, sin apenas aparato teórico, que la del célebre arquitecto valenciano, triunfador y reconocible, que acaba formando parte de la identidad arquitectónica estadounidense.

Y lo que podría parecer una facilidad, bien mirado, es la suma de varias dificultades. La primera, la más evidente, tiene que ver con el aura legendaria que envuelve la vida de los Guastavino. Su reconstrucción, la fascinación que despiertan ambas figuras, más el padre que el hijo, desde un punto de vista novelesco, obliga al autor a seleccionar el material con el que va a componer el relato, el conjunto de datos que va a reunir en la investigación y que se convertirán en motivos de su obra. ¿Cómo hacer atractiva en pocas páginas la vida excesiva y profusamente documentada de los Guastavino? Pues, regateando y extrayendo de ella los ingredientes esenciales y, a partir de ellos, conjeturando, especulando otra construcción deliberada que apuesta por el posible de esas vidas.

Andrés Barba elige entonces escribir la vida de los Guastavino desde la barrera, tomando distancia de los personajes, ajeno a clichés y estereotipos. También de cualquier afirmación apodíctica en lo que respecta a las motivaciones de los acontecimientos comprendidos en esa vida y recurriendo a los procedimientos narrativos que más le convienen: el uso de la primera persona del plural con el fin de que, si el lector gusta, se incluya en la narración y reconstruya espacios vacíos y los conecte entre sí; la conjunción de una intensidad y de una depuración extremas; la colocación estratégica de detalles minúsculos y sugerentes (un sombrero, una escena donde la gente masca y escupe tabaco) o el recurso a la ironía, le sirven para mantener una afortunada tensión entre el buceo particular en las aguas sugestivas y revueltas de esas vidas y la reflexión general ante la conducta de sus protagonistas. Todas esas probaturas -siempre verosímiles, nunca estereotipadas- el narrador las propone para que el lector disponga.

En ese sentido -y para que quien le lee no se distraiga- Barba hace suposiciones y duda de ellas. El uso de modalizadores es importante para este tipo de situaciones: “Lo que sabemos y lo que no”, “quienes somos nosotros para juzgar”, “vamos a llamar a eso verdad”, “lo que no cuadra”, “podemos imaginar”, “creemos”, “sospechamos”, “no descartemos”, “no lo decimos nosotros”, “no sabemos”, etc. Si de los personajes se nos ofrecen algunas breves pinceladas, también del narrador se nos dicen algunas cosas que definen su carácter: “amamos a los ladrones”, “somos de gustos vulgares” y de “naturaleza cruel”. Un narrador, en ocasiones, aparentemente apático y, a veces, necesitado de inspiración (“Háblame, musa”) y de fe e imaginación por parte del lector. Un pacto explícito, temporal y empático entre ambos, en el que el narrador debe abandonar algo del desprecio que le provoca el personaje y el lector, su escepticismo. El espigado de algunas citas (Fei Xiaotong, Blaise de Vigenère, Godwin, Bernhard, Ingmar Bergman, Eugenio Montejo, Whitman, Borges…) de personas sin la menor relación con los Guastavino es un modo más de dejar claro, desde las primeras páginas, que este libro no es una semblanza biográfica a secas.

El trabajo de Barba bien podría llevar por título: De cómo Guastavino y Guastavino llegaron a ser Guastavino y Guastavino. La vida de ambos es la vida engarzada del padre y del hijo. Ellos simbolizan algo más que el sueño americano, simbolizan el miedo como origen de todas nuestras acciones, de todas nuestras huidas hacia adelante. Y en ese miedo, como expresión de nuestras flaquezas, hallamos uno de los elementos nucleares del mundo narrativo de Barba: la indagación porfiada y severa de los afectos, emociones y sentimientos que anidan en el seno de esta relación desde que el padre intuye, antes incluso de su nacimiento, que el futuro de su hijo -quien realizará o culminará casi todas las obras más importantes- irá ligado al suyo. En ese equívoco se basa toda la estructura del libro. Que se llamasen igual no hizo más que reforzar, amén de su fama y de su marca, esa confusión: ¿dónde acababa uno y dónde empezaba el otro? Fueron inseparables y también rivales. El aprendiz, que iba haciéndose mejor que el maestro, fue percibiendo cómo la inicial necesidad mutua se transformaba en celos y en desprecio. Y en esa menos inestable y turbulenta vida personal del hijo, de vida aparentemente casta y aburrida, su debut como personaje principal de un vodevil que Barba resuelve en telenovela escueta protagonizada por el célebre constructor (Guastavino hijo), la desencantada esposa, el marido alcohólico, la hija adolescente a la que nadie presta atención hasta que el constructor se la presta y entonces pasa a ser la hermosa joven. Una miniserie, siempre fiel al encanto de la suposición, cuyo platónico ménage a trois inicial culmina con una boda feliz.

Esta biografía no es una biografía. No al menos en el sentido estricto de la palabra. La traición al término es parecida a la de la célebre imagen de Magritte: una pipa acompañada del texto “Esto no es una pipa”. La explicación del pintor belga fue que haber escrito lo contrario habría sido mentira: lo que hay en el cuadro no es una pipa, sino la representación de una pipa. Pues bien, esta biografía no es sino la representación de una biografía reconstruida a partir de vestigios y testimonios probadamente verídicos, pero siempre limitados y muy provisionales. Reelaborar por parte del propio narrador el sentido y la sensibilidad de estos personajes, tratar de armar y valorar en el presente, con brevedad, una larga historia a partir de las vicisitudes de un pasado para llegar a la misma conclusión con que empezamos: la imposibilidad de contar una vida, la vida que sea.

Vida de Guastavino y Guastavino (Anagrama, 2020) | Andrés Barba |104 páginas | 16, 90 euros.

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