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Vida y milagros de un hombre que buscó la belleza

JUAN MARÍA PRIETO | «¿El día logrado? También ese llegará». El final del primer poema de Egipcíaco (Visor, 2021), último libro de Martín López Vega, anuncia el espíritu de una obra de honda y estoica clarividencia. El sujeto que se formula tal pregunta conoce los anhelos y horizontes con que el tiempo nos invita a avanzar, pero también la conmoción de madurar, la de preguntarnos por aquel camino que no escogimos.

Egipcíaco se erige en una inflexión en la producción del autor ya que, a la habitual senda meditativa y testimonial, habría que sumar la radical lucidez con que el sujeto poético, aunque sereno, adopta su vocación introspectiva, impulsándose en el recuerdo de una manera muy personal. «Él solo querría saber quién es»: en la obra, un «forastero», un nómada en la búsqueda de sí mismo, recorre lugares simbólicos (desde la infancia a la búsqueda del amor) y reales (desde Georgia hasta China). en los que su extraordinaria sensibilidad le permiten partir de lo anecdótico —o, por el contrario, en ocasiones de lo relevante— para configurar el poema y con él hacer balance del camino recorrido.

A pesar de algunos pasajes y vivencias que dejaron huellas de diverso signo, no percibimos en el poeta una orfandad, una ausencia de raíz. El pretexto del poema siempre será un universal que encontramos en una piel común: la memoria («Soy de todas las ciudades/ de las que puedo dibujar un mapa de memoria»). Lo vivido es suficiente para no poner excusas, a pesar de una convivencia consustancial con el dolor o la soledad: «porque hay quien piensa, está de moda, que es acogedor/ rodearse de cierta apariencia de intemperie». Con todo, el poema será una habitación en que encontrar refugio en cualquier lugar del mundo, acaso el país y la lengua en que sentirse guarecido.

«Y tal vez sea solo/ que siempre se ha sentido en las antípodas de la vida». Esa inadaptación, o al menos ese intrínseco desengaño de nuestra naturaleza, desembocan en la videncia de un paseante distanciado, cuya mirada está alejada del melifluo lirismo que tanto abunda en el panorama actual, con una afectación —posible en muchos poemas— desde la credibilidad de una voz en tercera persona. Por ello, a pesar de conocer el dolor, no hay zozobra en la voz que configura Egipcíaco, pues ha asumido con pundonor nuestro vulnerable y a la vez recognoscible destino: «importa ser capaz de atravesar el dolor,/ ser uno entero en la soledad». En ese sentido son significativos los versos que el poeta revela quizás como los más característicos del conjunto («Volvería a no ser feliz, porque ser feliz no importa»), toda una declaración de intenciones, acaso la cruel paradoja del vitalismo desde la infelicidad.

Sin embargo, a pesar de ello, insistimos: no hay pesimismo en estos poemas, sino una razonada esperanza que se reafirma en la relación del autor con la belleza. Cabe destacar, en ese sentido, un culturalismo diseminado a lo largo de la obra, desde la lengua empleada en «Ivierno mandadero», pasando por la presencia de la ironía, las referencias a la pintura, la escultura, la música o la poesía. Todo ello desemboca en una fina delectación que desafía al lector enfrentarse a una obra extensa en todos los sentidos, ambiciosa pero de gran honestidad. Asimismo, en el temperamento de este libro se evidencia la libertad de la que el autor se dota en la construcción formal de los poemas —tendentes al versículo— como consecuencia de ese «vaste ébranlement d’images et d’idées» del que ya hablaba Paul Claudel, y con que López Vega configura la coherencia versicular y temática.

Cabe destacar la pertinencia de uno de los temas que, en mi opinión, de manera más acertadas, recorre de manera vertebral la obra: la infelicidad o, mejor dicho, la búsqueda de la felicidad. López-Vega reconstruye un camino repleto de vivencias donde sí es posible aprehender el día logrado. En Egipcíaco, la voz que protagoniza los sucesivos poemas nos transmite una experiencia tan descarnada como entusiasta, siendo el sujeto poético capaz de explicitar la nostalgia —como por ejemplo, la experiencia amorosa— de una manera atópica y desprejuiciada. Así, el tiempo como tema eterno, una mirada hacia el pasado para proyectar un aprendizaje. No obstante, no hay en esta obra pedagogía barata, acaso la vida y milagros de un hombre que buscó la belleza..

La obra no niega la posibilidad de ser felices frente al precipicio. Es la poesía ese «egipcíaco» que puede aliviar las heridas («mas nunca caigas/ en el error de pensar que lo importante es la herida»), pero solo podremos curarnos si tras cada nueva amargura, podemos seguir mirando cada cicatriz. Escocerá así esa herida eterna del recuerdo, del amor, de la escritura.

Egipcíaco (Visor, 2021) | Martín López Vega | 96 páginas | 12 euros

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