Sobre una montaña
John D’Agata
Dioptrías, 2014
ISBN: 978-84-942973-0-4
208 páginas
19,92 €
Traducción de Carles Morera e Inmaculada C. Pérez Parra
Fran G. Matute
«Yeah, I was born about 10,000 years ago
Ain’t nothing in this world that I don’t know«
Elvis Presley
Por puro azar, como si hubiera ido a un casino de Las Vegas a jugar a la ruleta y un libro fuera el premio gordo, así es como ha caído este Sobre una montaña (2010) de John D’Agata en mis manos. Desconocía de su existencia, no había oído jamás nombrar a su autor (a pesar de que el todopoderoso David Foster Wallace lo consideraba “uno de los escritores estadounidenses más importantes de los últimos años”), es más, no sabía que teníamos en este país una editorial llamada Dioptrías y, sin embargo, aquí estoy ahora intentando convenceros de que lo dejéis todo, de que os pongáis a leerlo ya, como si no hubiera mañana. Más que nada porque, si atendemos al grado de estupidez humana que este libro constata, es bastante probable que eso de que no haya mañana ocurra más pronto que tarde.
Sobre una montaña es un texto de no ficción (aunque, a la vista de lo que cuenta, nadie lo diría) que toma la forma de crónica o ensayo periodístico de carácter personalísimo, en la medida en que el autor se involucra de forma activa en los hechos que disecciona. Esto, así puesto, puede recordar bastante a las premisas que caracterizaron el llamado Nuevo Periodismo, y algo de ello hay aunque creo que la intención de D’Agata va mucho más allá. O, mejor dicho, va mucho menos allá: en ningún momento la narrativa nos hace perder el norte de que lo que estamos leyendo es un frío análisis del estado de las cosas. Lo que ocurre es que “las cosas” que aquí se analizan son tan absolutamente demenciales y disparatadas que parece que estuviera uno ante una obra puramente distópica.
Quién, qué, cuándo, dónde, por qué y cómo, se pregunta D’Agata en Sobre una montaña. Y vuelve una y otra vez al por qué, porque lo cierto es que la cuestión de fondo no tiene ni pies ni cabeza: en 2002, el gobierno de los Estados Unidos aprobó la construcción de un depósito nuclear subterráneo en los bajos de la montaña Yucca, situada en el estado de Nevada a poco más de 100 kilómetros de Las Vegas. El rumor llega a oídos de D’Agata, que se acaba de mudar allí con su madre, y así es como comienza la más desquiciante de las indagaciones: aquí resulta que nadie sabe en verdad nada, que nadie ha comprobado nada antes, que el proyecto se ha aprobado porque se tenía que aprobar, y punto. Las preocupaciones de D’Agata son de lo más lógicas: más allá de las inevitables cuestiones medioambientales, lo que al ciudadano de a pie le interesa saber es si el sitio es seguro, si es viable, pero a medida que D’Agata hace las pertinentes preguntas con el ánimo de tranquilizar a su madre (y de paso a los lectores) no solo no encuentra confort en las respuestas que recibe sino que salen a la palestra nuevos e incómodos interrogantes.
¿Durante cuánto tiempo han de estar los residuos radioactivos enterrados? 10.000 años, le dicen a D’Agata. ¿Por qué 10.000? ¿De dónde sale esa cifra? ¿Quién la ha calculado? ¿Basándose en qué? Tras hablar con más de una decena de entidades e instituciones que al parecer han ido dando su opinión «experta» sobre la viabilidad del proyecto, y que educadamente van pasando el muerto de la responsabilidad a otro, D’Agata da con el tipo que lo sabe todo: ¿10.000 años? Ja, ja. ¡Nosotros dijimos que como mínimo 1.000.000 de años! Y así, sin comerlo ni beberlo, alguien, en algún momento del proceso, decidió cambiar esa cifra sobre la que pivotan todos los demás elementos del proyecto: con qué material se va a fabricar el depósito, teniendo en cuenta que debe durar “diez mil años”; cómo se va a señalizar el lugar para que sea inteligible por todos dentro de “diez mil años”, etc, etc… D’Agata conversa entonces con expertos en logística, geología, biología, lingüistas, diseñadores de carteles y, sí, algún que otro político, para poner sobre la mesa que nada de lo que está aprobado por el gobierno resulta físicamente posible de ejecutar en la práctica. Al menos sin que desaparezca la raza humana por el camino, claro está.
De este modo, el proyecto, que lleva rondando las instancias administrativas desde finales de los cincuenta -y que probablemente sea inspirador de esa Gran Concavidad que aparecía en La broma infinita (1996) del citado Foster Wallace-, se presenta como una absoluta entelequia: “Así que si hay algún detalle de la realidad que no sea bonito -dice la senadora del estado de Nevada- queremos librarnos de él. Nadie quiere toparse con la realidad cuando viene aquí por la fantasía.” ¡La fantasía! ¿Será por eso que Las Vegas es la ciudad idónea para llevar a cabo semejante desfachatez? Las Vegas es la ciudad con mayor tasa de suicidios del país. Pero también se vanagloria de ser la ciudad de las congregaciones, del espíritu comunitario, ¡la ciudad de los abrazos! “Hemos glorificado el juego, el divorcio y otras actividades dudosas. Y todo eso en un intento de asegurarnos una reputación nacional. Pero ahora podemos ser parte de la tarea más importante llevada a cabo por el gobierno federal de los Estados Unidos. Hemos descubierto nuestra razón de ser”, afirma el editor fundador de Las Vegas Review-Journal.
Vaya que sí: al final van a conseguir que la muerte sea otro elemento más del azar, con el que poder jugar a la ruleta. Así al menos lo certifica D’Agata cuando concluye que, de llevarse a cabo este proyecto, la posibilidad de un accidente nuclear en Las Vegas será “mayor que la probabilidad de hacerse rico en un casino”. Por revelaciones como esta (y hay otras muchas), Sobre una montaña se termina erigiendo como uno de los análisis más finos y clarividentes que existen sobre esa fuente inagotable de sorpresas que es la estulticia humana, aquí científicamente comprobada.
Alucinante reseña por todo, por el libro, por lo que cuenta, por su contexto… Poco más y nos tendremos que mudar a… no sé… Plutón?
Enhorabuena.
Sí, sí. Lo que cuenta el libro es tremebundo. ¡Y divertidísimo! Fíjate además qué casualidad lo de los 10.000 años. ¡Que ya lo había dicho Elvis antes! 😉
Cuidado, que en Plutón hay plutonio ¿no?
Lo tranquilizador es saber que aún no se ha llevado a cabo el proyecto ¿verdad? Leí en la prensa seria algo sobre un cementerio nuclear en Alemania (Asse), construido en 1965 en una vieja mina de sal, y que ahora está contaminando el agua en la mina. Calculan que la única forma de limpiar aquello es sacar todo – 126.000 barriles que en realidad sólo estaban fabricados para aguantar 3 años, no un millón – y filtrarlo. Por ley han decidido sacarlo cuanto antes, ya mismo. Costará 4-6.000 millones de euros. Hay quien dice que antes de 2036 no se podrá.
Welcome to Las Vegas Germany. The Real Stuff.
Efectivamente, el proyecto parece que está aprobado pero no ejecutado, más que nada porque es imposible. Una locura!