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Vivir del pasado, pero sin repasarlo

9788491040033MANOLO HARO | A cualquiera que haya pasado por una facultad de Humanidades y se haya echado un pulso medianamente serio con la bibliografía fundamental de ciertas asignaturas del currículum el nombre de Peter Burke le resultará familiar. La historiadores culturales y los sociólogos celebran la existencia de este conocedor del pasado que ha alumbrado con sus trabajos diversas estancias recónditas de la Era Moderna, con especial insistencia en el Renacimiento. Sus libros se siguen citando como referentes indispensables para aquellos que quieran atrapar con tino la esencia del pasado. El caso es que, si bien la producción de Burke ha constituido una aportación de inmenso valor para muchas áreas del saber, no deja de sorprender que la reedición de El Renacimiento italiano. Cultura y sociedad en Italia no reciba algunos ajustes oportunos o una remodelación parcial (o total) de un método que ha dado lo que tenía que dar, pero que no ofrece respuestas a un mundo y a una percepción del mismo que considero de vital importancia para que se abran nuevos meandros por los que bogar actualmente y en el futuro. Veamos.

El estudio de épocas pasadas en la mayor parte de las ocasiones –a falta de otras pruebas– ha recurrido a las huellas del ingenio humano. A las claras queda que para la mayor parte de los  dedicados a estos menesteres la observación, clasificación y comparación de estos vestigios han formado parte de su método. El objeto no cambia con el paso de los años, pero sí la postura del observador. Sin entrar a valorar la conveniencia o no del uso de lo que Harold Bloom llamó “la Escuela del resentimiento” en su Canon occidental, donde incluía los estudios culturales de diferentes ramas (feministas, afroamericanistas, etc.), habría que valorar si las visiones parciales de la historia acometidas con celo académico (sin revanchismos ni ajustes de cuentas parciales) no formarían parte de un inmenso mural en la que cada parte formaría un componente inexcusable. Incluso ahí cabrían las diversas ramas de “la Escuela del resentimiento”, aunque sólo fuera por facilitar el juego de contrastes y la confrontación. La revitalización del diálogo con el pasado o el estudio de cualquier hecho se plantea hoy desde la necesidad de una postura que aborde el estudio no desde el hecho diferencial, sino desde un punto de vista holístico, abarcador.

Este libro se publicó allá por 1986. Sus continuas reediciones ayudan a darle el valor que en su momento supuso. La que Alianza ofrece ahora va acompañada de un nuevo prólogo del autor a modo de introducción y fechado en febrero de 2013 en la ciudad de Cambridge. En él Burke hace mención a las críticas que le llovieron en los ochenta por basarse en un método meramente cuantitativo (él mismo aclara que se investigó a un número considerable de artistas y obras), del que partía para sacar luego conclusiones cualitativas. También cuela de rondón en este preámbulo aclaratorio la explicación sobre una serie de giros del mundo contemporáneo que, a su entender, ha hecho que su trabajo contenga algunos remiendos y ampliaciones en su última edición: el giro feminista, el giro hacia la vida material y privada y el giro global. Cada uno, respectivamente, plantea la necesidad de incluir una mirada más atenta a la presencia de la mujer en el Renacimiento, al interés por la vida privada y al comparativismo entre culturas de diferentes latitudes y tiempos para llegar a comprender el fenómeno estudiado a partir de otros referentes. Pienso que si Burke hubiera realmente deseado dar un nuevo sesgo a su estudio y resituarlo para que siguiera aportando una luz más clara y actual sobre el Renacimiento italiano habría puesto más voluntad real en su ejecución, cosa que hace muy tímidamente a pesar de su deseo.

Pero, salvando esta cuestión, lo que ofrece el británico en este título es un estudio sociológico de aquel dorado momento en la Península itálica. Política, economía, trabajo y cultura se entremezclan en esta reflexión. La admiración de Burke por Buckhardt, Huizinga, Benjamin y Raymond Williams marcará el paso de sus investigaciones a la búsqueda de recolocar las artes de la Italia renacentista en su contexto original, pero a partir de un posicionamiento que el denomina «tercera vía» entre el marxismo y la ‘geistesgeschichte’, la historia de las ideas. Ciertamente, el territorio contenía el germen para un ‘revival’ de la Antigüedad. Pero, ¿por qué hubo que esperar hasta el XV y el XVI?, ¿cuál fue el espíritu de la época que podía dar lugar a ello? El Quattrocento y el Cinquecento italianos culminaban un proceso humano que venía desde el mundo greco-latino como consumación y sublimación de un camino de búsqueda. De todas formas, lo que Burke se afana en encontrar es el porqué y quizás se aproxime teniendo en cuenta el conjunto de cambios sociales, culturales e ideológicos que van a aflorar en este período.

Burke señala que la gran mayoría de artistas (con algunas excepciones: Brunelleschi, Masaccio y Leonardo fueron hijos de notarios; Miguel Ángel de un patricio) provienen del taller de un artesano. Escultores, pintores y arquitectos no concebían al principio del XV una presencia de la individualidad en sí mismos como para sentirse únicos. El citado Buonarrotti siempre dijo que no era más que un simple escultor. La pertenencia a la esfera del trabajo artesanal no los situaba aún en la de los genios. En el caso de los escritores y humanistas, la mayor parte de ellos engrosan sus filas desde la universidad, alimentada por gente de iglesia e hijos de nobles. Por este motivo se ha de suponer que el artista no siempre guardaba en su magín las ideas que luego plasmarían en su obra, sino que, probablemente, habría un trabajo de consejo y guía por parte de los patronos (iglesia, gobernantes y mecenas particulares) y de los humanistas para poblar los cuadros, por ejemplo, de referencias clásicas que, a priori, el artista no tenía por qué conocer. Es cierto que algunos de los pintores y escultores de aquel tiempo guardaban en los anaqueles de sus talleres algunos libros que podrían haber actuado como inspiración, pero estos eran los menos. ¿Qué libros tenía Boticelli en su biblioteca? De hecho, artistas y escritores hubo con ocupaciones alejadas del arte que practicaban tales como mesoneros, espías, boticarios, mercaderes, soldados, vendedores de sal y de queso, etc.

También se aborda aquí el uso que se le daba al arte en la época, usos que iban desde lo meramente estético a lo mágico, pasando por lo simbólico. Los intermediarios entre los patronos y los artistas también cumplieron su misión de catalizar la creatividad para que se dirigiera a un fin concreto. Notable era la velocidad y la impaciencia de algunos patronos, tal como escribe el duque de Milán al pintor Vincenzo Foppa: “Nos gustaría que trabajara en ciertas pinturas que deseamos encargar. Queremos que deje cuanto esté haciendo cuando reciba este recado, monte en su caballo y venga a vernos”.  

Los epicentros culturales en la Italia de este período serán más o menos constantes, aunque la supremacía de unos sobre otros vendrá condicionada por la Corte, sea esta eclesiástica o secular, y por consiguiente por la mayor acumulación de genios. Florencia y su avidez de gloria general empujó a muchos hacia la sublimación. Venecia, Roma y Milán, con diferentes formas de gobierno, también supieron atraer a sus salones a los mejores, aunque en algunos casos la insistencia de los propios artistas por acometer un trabajo diera lugar a que ellos mismos se personaran allí y defendieran sus capacidades delante de los posibles mecenas. Así ocurrió con Bandanelli, que esperaba que le encargaran las tumbas de los Papas Medici. Sus visitas se sucedieron con tal asiduidad al cardenal Salviati que lo tomaron por un espía y casi lo matan.

Peter Burke muestra la manera en que el amplio espectro de la cultura mutaba y tomaba otros moldes. Aldo Manuzio, impresor con sede en una calle paralela al Gran Canal, contaba en 1498 con un nutrido catálogo de clásicos a precios asequibles y con un tamaño que casi prefiguraba la edición de bolsillo actual, lo que planteaba una realidad patente: el inicio de la democratización de la cultura o, al menos, de una aproximación a zonas de las que distó siempre. Pero esta “democratización” de la cultura no fue tomada por todos como un logro. Tiziano, por ejemplo, se lamentaba de la siguiente manera: “Es una desgracia que en nuestra época se tolere que se pinten retratos hasta de sastres y carniceros”. En todo este revuelto mundo, el problema del músico, el pintor y el humanista era encontrar un sitio en una estructura social donde el que no fuera clérigo, guerrero o campesino sufría grandes dificultades para identificarse con una clase. El humanista Conversino de Ravena se lamentaba con estas líneas (que bien podrían colocarse en las marquesinas de las paradas de autobús para que la gente de ahora medite acerca de ello): “donde gobiernan las multitudes, no existe ningún respeto por los logros que no arrojen beneficios […]. Todos sienten desprecio por los poetas porque ignoran las ganancias y prefieren mantener perros que a estudiosos y maestros”.

A pesar de lo afirmado arriba, la lectura de El Renacimiento italiano. Cultura y sociedad en Italia supone una inmersión colorida y fiel de aquel tiempo. A pesar de ello, pienso que el espíritu de una época no se puede medir en términos cuanti-cualitativos. El viento incesante del pasado y el latido silencioso pero cercano del futuro convergen en un punto que se llama presente. Ahí es donde fructifican. La visión materialista que la historia social hereda del marxismo olvida algo esencial: el espíritu. Pero claro, esto es otro cantar.

El Renacimiento italiano. Cultura y sociedad en Italia (Alianza, 2015) de Peter Burke | 320 páginas | 32 € | Traducción de Antonio Feros y Sandra Chaparro

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