0

Vivita y coleando

9788498952261ANTONIO RIVERO TARAVILLONo es la primera vez que Luis García Montero aborda el poema relativamente extenso y el conjunto cerrado, unitario. En parte también lo eran sus libros Y ahora ya eres dueño del puente de Brooklyn (1980) y Diario cómplice (1987). También lo era otro texto del comienzo de su carrera: aquel remedo de Jorge Manrique titulado Coplas a la muerte de su colega. Curiosamente, el nombre de Manrique vuelve ahora a invocarse en esta narrativa Balada en la muerte de la Poesía (cuyo título también tiene reminiscencias villonianas). Sí es, sin embargo, la primera vez que el autor emplea la prosa, íntegramente, en uno de sus libros de poesía, precisamente el que trata de la presunta muerte de esta.

Efectivamente, el poeta granadino parte aquí de un suceso imaginario: la muerte de la poesía, anunciada por televisión, como en otras épocas los vates recibían anuncios de otras ondas numinosas. En este caso, el medio es también el mensaje: el no fiable medio de comunicación que repite lo que le dictan sus amos es puesto en tela de juicio, lo que engarza con las preocupaciones extraliterarias de LGM, que lo serían, efectivamente, de no tener él el convencimiento de que la literatura no es inocente y guarda una relación indeclinable con el compromiso. Que el suyo se comparta o no, ya es otra cosa, pero en cualquier caso el granadino canta a la hospitalidad de la poesía, al refugio que ofrece su hospicio de sílabas. Hablando de la difunta, escribe: “Estuve muchas veces en la taberna donde servía café para las mañanas de invierno y alcohol para las noches sin salida. Estuve con ella, me manché el delantal sucio de la misericordia. Ahora sufro su muerte, callo y me siento más solo. Y pesa el reloj, y son frías las paredes de la casa.”

¿De qué murió? No fue un crimen, se apresura a apostillar la televisión. Más bien se trata de un suceso natural, porque esas cosas pasan: el desgaste, el deterioro, el agotamiento que desemboca en el final. Es atinada y hermosa la imagen de esa intersección entre los tiempos del fragmento II (los capitulillos no van titulados y solo ostentan números romanos): “En la esquina del tarde y el pronto suceden la mayoría de los hechos.”

El entierro de esta muerte tintada por lo visionario, sus necrológicas, las llamadas de las personas cercanas, la visita al tanatorio, los ritos habituales tras cualquier deceso, se suceden, y emana de ellos una atmósfera más irreal que elegíaca. A veces, se acerca a lo definitorio, como cuando es preciso rellenar un formulario: “Nombre: Poesía. Nacionalidad: el tiempo y la palabra. Fecha de nacimiento: no se sabe, siempre se quitó años, pero nació seguro en los siglos de la hoguera y de las tribus.”

Hay aquí un puñado de poetas, hijos o padres de la poesía muerta, sus deudos. Una enumeración de ciudades (Nueva York, Buenos Aires, Ciudad de México, Bogotá, Cádiz, Madrid, Granada) antecede a otra de títulos de libros, de aquellos y de otros (de los no nombrados Neruda, Salinas, Cernuda, Rosales…) a los que finalmente se añade el de este último suyo, que no es tanto un obituario como una pesadilla, menos una despedida que un canto de amor a un género que, más que ningún otro, genera, crea, engendra. El único que con la fuerza copulativa de decir que esto es aquello produce una realidad más sólida en el campo figurado que muchas febles en el sentido recto, que, como todo lector de poesía sabe, es el camino más largo entre dos puntos.

Balada en la muerte de la Poesía. Miradas de Juan Vida (Visor, 2016), de Luis García Montero | 64 páginas | 18 € 

admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *