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Y el mar no es el morir

VICTORIA LEÓN | Incluso con una impecable y reconocida obra de larga gestación a sus espaldas, bien puede decirse a la luz de sus últimos libros que la trayectoria poética de Jacobo Cortines (Lebrija, 1946) ha dado sus mejores frutos en los últimos años. Lo comprobamos en el volumen Pasión y paisaje (2016), que recogía su poesía completa hasta la fecha. Lo vimos confirmado en su reciente antología En el mejor silencio (2020), una colección de poesía amorosa dedicada a la memoria de la que fuera esposa del poeta, Cecilia Romero de Solís, en la que sin hipérbole podemos decir que se contaban algunos de los poemas de amor más hermosos que hayamos leído nunca. Y vuelve a demostrarlo ahora esta última entrega poética cuyo mismo título alude al lento y laborioso trabajo que es su manera de entender la poesía, perfectamente resumida en ese “disponer la faenas a su tiempo” de la cita de Hesíodo que abre el libro.

Cultivador desde sus comienzos de una poesía esencialmente clásica en las formas y culta en su trasfondo (aunque alejada de la exhibición culturalista que ha sido seña de identidad de tantos compañeros de generación), los años y el bagaje vital acumulado han ido haciendo la obra de Cortines cada vez más honda y, al mismo tiempo, más cálida y humana. Su poesía ha ganado intensidad emocional manteniéndose fiel a su empleo de una lengua a la vez literariamente depurada, accesible y cercana y a una musicalidad de acento cada vez más personal e inconfundible. Todo ello en una rica diversidad de formas (que abarcan desde la estampa breve al largo poema discursivo pasando por la la fábula moral o el poema amoroso), sin la menor señal de agotamiento y con su acostumbrado dominio de la técnica.

Dividido en seis partes diferenciadas aunque hábilmente dispuestas de manera que dialogan entre sí en un todo orgánico, Días y trabajos comienza con la sección titulada “De vita beata”, un conjunto de seis breves estampas y dos poemas largos en los que pintura y poesía van de la mano en unos versos de gran plasticidad. Oscilando entre la elegía y el idilio en sentido schilleriano y sin perder de vista la herencia simbolista, estos dan forma, a modo de preludio, a ese hortus conclusus de un jardín real e imaginado que ya encontramos en poemarios anteriores y que será un motivo recurrente en este libro. Unas veces como expresión de la intimidad, de retiro e introspección; otras como símbolo del renacer en la naturaleza que es su promesa cotidiana: “Tardarán aún las rosas, pero agudas espinas / el largo sueño velan de la savia en los troncos”.

Finaliza esta sección con dos poemas de mayor extensión en los que merece la pena detenerse, pues figuran entre los mejores del libro. “En esta primavera” es una enumeración caótica en la que se prescinde de puntuación para acentuar a través de la sucesión vertiginosa de endecasílabos la fugacidad abrumadora de la existencia: el tiempo humano frente a la naturaleza como puente hacia la eternidad. Mientras que “Calendario” aborda el mismo tema a través de una estructura que se apoya en el transcurso del año para expresar el deseo de desandar el tiempo, “de volver a vivir lo aún no vivido”, y revivirlo todo en renovada plenitud.

La sección “Afinidades” vuelve a unir música, pintura y poesía en tres homenajes dedicados respectivamente a Manuel Castillo, Carmen Laffón y Alberto Zedda, que trascienden con mucho el mero poema de circunstancias y en los que destacan la descripción, casi traducción de la música en palabras del primer poema (un ejercicio literario complejo como pocos) y la lograda écfrasis del segundo.

La tercera sección, que da título al libro, parece ensayar una renovación de las formas clásicas de la poesía moral a través de tres propuestas tan diferentes como personales. “Como una melodía negra y cristalina” es un poema onírico de cierto aire surrealizante y cuyos versículos hipnóticos construyen un relato a través de una atmósfera más que de una narración explícita. Aunque tanto la estremecedora evocación de “Europa” (reescritura de un pasaje horaciano que busca la catarsis del dolor colectivo, pero también la protesta y la denuncia), como “Réplica final” comparten el uso de lo mitológico, en el segundo caso para desembocar en un poema amoroso que sirve de transición a los poemas de “Pasos de amor”, la sección central del libro en todos los sentidos.

Si el dolor y la pérdida han alimentado desde su origen la poesía lírica de todos los tiempos, estos poemas vienen a sumarse a esa tradición que busca el amor arrebatado por la muerte en la propia poesía (“razón de mi vivir será cantarte / y que el mundo conozca cuánto amor y belleza / calladamente atesoró tu vida”). La misma que cristalizó con Dante y Petrarca (del que Cortines ha sido brillante traductor a nuestro idioma) en los albores de la literatura occidental. Pero, en su caso, posiblemente mucho más cerca del Goethe que escribió a la muerte de Christiane Vulpius: “Ya el único consuelo de mi vida / es llorar lo perdido para siempre”. Pues los poemas de Cortines también son inspirados por la memoria de una mujer real, como real es la ausencia contra la que luchan estos versos.

En ellos asistimos al transcurso inexorable de las estaciones por el hogar compartido, a la dolorosa aceptación de lo irremediable y al vacío dejado por la persona amada como un manto de oscuridad que a veces parece apoderarse de todo (“cómo pesa tu ausencia cada día”). Pero desde la mayor desolación, ese presentimiento “de lo que nunca, nunca quisiera que ocurriese”, los poemas al fin encuentran el camino a la esperanza en una certeza que se anunciaba ya antes de la despedida con un verso luminoso: “porque eres presencia, y has de serlo”, que más adelante se reafirma: “tú muy dentro de mí y luz contigo”. El amor que regresa como alma del mundo y fuerza redentora. Resume ese camino el emocionante poema que cierra la sección, cuyo comienzo nos trae a la memoria aquel “Señor, ya estamos solos, mi corazón y el mar” de Antonio Machado para acabar aquí de un modo muy distinto, en el reencuentro definitivo: “Y el mar no es el morir, sino otra vida / que has de vivir conmigo mientras vivas”.

La siguiente sección, “Extraño regreso”, consta de un único poema así titulado y escrito durante el confinamiento de los meses de marzo y abril de 2020. En él la infancia, la familia, el recuerdo de los padres y de la mujer amada son el refugio ante la soledad y la incertidumbre en un poema de largo aliento que no se arredra al poner en verso los aspectos más prosaicos, confusos y terribles de nuestros días.

Más serenos, el libro finaliza con una serie de epigramas melancólicos que nos devuelven a la reflexión elegíaca y entre los que destacan “Resplandor” o “Cumpleaños”. Se cierra con ellos el círculo (otra de sus metáforas centrales) de un libro escrito contra la ausencia y hacia la esperanza y tan lleno de belleza y de verdad de vida como toda la poesía que está llamada a perdurar.

Días y trabajos (Fundación José Manuel Lara, 2021) | Jacobo Cortines | 128 páginas | 11,90 €

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