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Y éramos tan jóvenes

Chesil Beach

Ian McEwan

Anagrama Compactos, 2010

ISBN: 978-84-339-7470-9

184 páginas.

16 euros.

Traducción de Jaime Zulaika

Rafael Suárez Plácido
En estos meses, cuando de tantos sitios nos han ido llegando ecos de lo que supuso o dejó de suponer el mayo del 68, recuperamos esta novela, la última de uno de los autores ingleses más galardonados y exitosos, tanto para el público como para la crítica, en la que nos ofrece su singular visión del tema. Para él el cambio esencial no fue político, desde luego, ni artístico ni de pensamiento. En su opinión lo que cambió de verdad fueron las relaciones humanas, más libres, más relaciones y mucho más humanas desde entonces.
Ian McEwan nació en 1948 y vivió en primera persona unas condiciones sociales muy parecidas a la de Edward, el joven protagonista de la novela. Muy pronto se convirtió en uno de los escritores más reconocidos de las islas y su fama transcendió de ellas con libros como el inquietante Ámsterdam y, muy especialmente, con Expiación. En España prácticamente toda su obra está publicada en la colección “Panorama De Narrativas”, de Anagrama, la editorial de Jorge Herralde.
En Expiación (2001) plantea una situación que aparentemente es feliz e idílica, en la que una familia inglesa muy acomodada ha admitido al hijo de los jardineros, hasta el punto de que ya ha concluido sus estudios universitarios y va a casarse con la hija mayor de la familia. Algo parecido ocurre en Chesil Beach, donde dos jóvenes veinteañeros pertenecientes a dos familias de clase social muy diferente: ella de clase alta, padres ricos, cultos y con el mundo a sus pies; él de clase media-baja, padres trabajadores, con todos los problemas que hay en la Inglaterra de la postguerra en el seno de su familia, se enamoran y en algo menos de un año se casan. Las dos historias acaban mal. No parece que McEwan confíe demasiado en que el amor funcione como vínculo indestructible para una pareja que aspira a encontrar juntos la felicidad, por encima de convenciones sociales. El hecho es que los protagonistas de Expiación quedan marcados de por vida por ese romance juvenil, igual que se deja entrever en Chesil Beach que ocurrirá con Edward y Florence.
Chesil Beach es una novela breve, de menos de doscientas páginas, que comienza describiéndonos en tres pinceladas a los protagonistas en su noche de boda: “jóvenes, instruidos y vírgenes”. No es un inicio muy prometedor como se deja ver a continuación: “vivían en un tiempo en que la conversación sobre dificultades sexuales era claramente imposible.” Quizá ya estas primeras líneas nos pongan en alerta ante la magnitud de la tragedia que se avecina, y utilizo esta expresión porque en el libro aparece varias veces. Con la habilidad del autor para transmitirnos la importancia de los pequeños detalles que se van volviendo esenciales, iremos descubriendo que los hechos transcurren en 1962, en Oxford, cuando Inglaterra se debatía con el último de los sucesivos gobiernos republicanos que siguieron al de Churchill tras la segunda gran guerra, y que nuestros protagonistas eran activistas de las filas laboristas; que incluso se conocieron, aunque fue algo circunstancial, en una charla que alertaba sobre la amenaza que suponía la carrera armamentística, que una vez más colocaba a Inglaterra del lado norteamericano frente a la amenaza roja de la Unión Soviética, la llamada Guerra Fría. Pero la noche de bodas, que podía haber sido un momento feliz para ambos se convertía ya desde la primera frase en todo lo contrario, porque eran vírgenes, porque nunca habían hablado sobre sexo, en definitiva: porque no se conocían. Es cierto que ahora nos puede chocar esta idea, pero entonces y en toda Europa era lo habitual. Las mujeres llegaban al matrimonio enamoradas pero sin saber demasiado bien qué era eso del amor y, desde luego, temiendo, quizá también deseando, pero más que nada temiendo el momento del sexo. A los hombres se les presuponía alguna experiencia, aunque no siempre era así y, desde luego, era un tema del que no se hablaba. McEwan parte de esta secuencia, dos jóvenes enamorados sin ninguna experiencia sexual en su noche de bodas y, a partir de ahí, teje la biografía de ambos para tratar de explicar cómo se ha llegado a esa situación. Para ello se sigue la técnica del Contrapunto. Se van intercalando fragmentos escogidos por el autor para contarnos la vida de cada uno de ellos y se va retomando la escena principal de la noche de bodas. A esto le podríamos llamar el Contrapunto Externo, pero hay otro elemento mucho más sutil pero más decisivo en la trama que es el Contrapunto Interno. Ellos se aman, sí, eso nunca se discute, pero son muy diferentes y esta circunstancia siempre queda patente. A la diferencia social ya mencionada tendríamos que añadir una infancia confusa. Ella nunca ha sido abrazada por su madre y su relación con el padre es, cuanto menos, equívoca, con continuos viajes a capitales europeas y salidas en yate que hacían los dos juntos. La madre de Edward sufre una lesión cerebral cuando él tiene cinco años y a partir de ahí es alguien casi siempre ausente y, cuando no, desconcertante. Su padre tiene que asumir como mejor puede y sabe los dos roles, y eso le quita tiempo para sus hijos. A la hora de estudiar ella lo hace en la clásica Oxford y él en la algo más ágil, pero no demasiado centrada, Londres. Ella, Música; él, Historia. Les une, eso sí, aunque por diferentes motivos la inexperiencia sexual. Ella plantea desde el inicio una cierta frigidez que le lleva a sentir repulsión por el acercamiento, por el contacto sexual, aunque reconoce en varias ocasiones que todo lo que ha ido haciendo este último año va encaminado a él. Edward es mucho más un hijo de su tiempo. Aunque a él le agradaba la idea, sabía que el sexo no era digno no sólo de practicarse, sino ni tan siquiera de hablar de él o de lo que sentían o deseaban. Podía ser motivo de ruptura de una relación seria y ninguno de los dos quería esto. Sí hablaban del amor, pero de una forma vaga y más próxima a lo que habían leído sobre él, a lo que creían que al otro le iba a gustar oír, que a lo que realmente querían contarse. La música es, como en las demás novelas de McEwan un elemento esencial en el relato, eje sobre el que también se usa el Contrapunto. A ella, que estudia Música y ensaya con un cuarteto de cuerda cada día, le interesa la música clásica, Mozart, Schubert, Schuman, Haydn… Él, en cambio, siente debilidad por los músicos de soul y de jazz estadounidenses, y por un rockero, Chuck Berry, que ella no comprende. Ella necesita comprender la música; él la disfruta de un modo más liviano.
Comencé este artículo hablando de lo que supuso mayo del 68 para el autor. Lo cierto es que todo lo que hemos mencionado hasta ahora cambiará drásticamente a partir de esa fecha. Políticamente como ya vaticinó algún personaje de Lampedusa “todo ha de cambiar, para que todo siga igual”. Además aquellos que dirigieron la revolución pasaron a ocupar los sillones de los que antes tanto renegaban. En la novela hay un comentario en este sentido: “por un tiempo observó la actitud de que nadie podía confiar realmente en la prensa “seria”, porque todo el mundo sabía que la controlaban los intereses del Estado, militares o económicos, opinión de la que Edward renegó más adelante.” El principal cambio vino en las costumbres, en los pequeños hábitos cotidianos, en el inicio real de la liberación de la mujer, en el orgullo de ser y desear ser como uno realmente es. En Francia, en Inglaterra y también en España. Ian McEwan lo sabe, por eso nos ofrece esta novela tan breve como intensa, con unos personajes, tanto los principales como los secundarios, tan bien trazados pero con tantas dudas, con tantos puntos oscuros. Con esa predilección por ir esparciendo detalles, en apariencia insignificantes, que posteriormente se van a descubrir claves. El desenlace en esa playa de Chesil ocurre así porque es la primera vez que dicen lo que sienten, mucho más Florence que Edward, que no comprende lo que ella le ofrece hasta varios años después, hasta que se libera de las marcas de su tiempo. Ellos no saben qué es el amor pero se aman y se amarán toda la vida, y McEwan, un nombre que suena cada vez más solido, más consistente, nos entrega otra de sus mejores novelas; nos ofrece un fragmento de nuestras vidas.

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