JUAN CARLOS SIERRA | Creo que fue Manuel Alcántara quien dijo aquello de que la mejor literatura está en los periódicos. Quizá sea una exageración, quizá un guiño cómplice a los compañeros de profesión, quizá haya algo de «autobombo», quizá simplemente se trate de una ‘boutade’. No tengo claro si con esta afirmación se refería a los escritores incrustados en las columnas de opinión de los periódicos o al oficio de picar texto de los profesionales del periodismo en sus mesas de redacción. Sea como fuere, sin pensarlo demasiado, se me vienen varios nombres a la cabeza que en cierto sentido confirman esta sentencia en su labor diaria o cuando han decidido dar el salto del periódico a la poesía o a la novela y que, por otra parte, encarnan una geografía, Cádiz: Juan José Téllez, Óscar Lobato o Alejandro Luque. A este improvisado y muy personal parnaso gaditano literario y periodístico, he de añadir un nuevo miembro, José Landi, quien tras muchas horas de vuelo en redacciones del más diverso pelaje acaba de publicar su primer libro de relatos bajo el título Ya vendrán tiempos peores.
Si por relatos se entienden cuentos, hemos de subrayar, para que nadie se llame a engaño, que la obra de Landi se aleja bastante del canon de lo que tradicionalmente se entiende como tal. Ahora bien, si el término «relato» se aplica en un sentido más laxo y amplio, si en él incluimos todo aquello que tiene que ver con la narración corta, aceptamos pulpo como animal de compañía. Hay piezas que más o menos encajan con lo que los manuales de retórica definen como cuento, pero abundan más en este libro las piezas que a partir de la narración de una anécdota desembocan directamente en la reflexión, en la crítica –y en la autocrítica–, en una suerte de extenso artículo de opinión.
Serán tics propios del hábito de escribir todos los días en un periódico o simplemente la mirada de un paracaidista que ha caído en una redacción como podría haber aterrizado en un claustro de profesores o en una cadena de montaje. Se nota el oficio, la mano, el talento, la habilidad en el contar por la costumbre de llenar columnas a diario, pero, como en la poesía, la técnica no es nada si no hay algo detrás, si no la anima una pulsión, una mirada, una conciencia que, en el caso que nos ocupa, pone en solfa la realidad, que no deja títere con cabeza, empezando por la del propio autor y la de su oficio. Porque no se trata de quedar bien, de salir guapo en el relato, de salvarse y condenar a los demás; el infierno no son solo los otros.
En esa labor de toca pelotas, de malaje, de aguafiestas cumple un papel central el relato generacional. Los protagonistas principales de Ya vendrán tiempos peores son quienes tuvieron la fortuna de vivir en primera persona y en primer lugar las bondades de una democracia recién estrenada y sus inéditos aires de mejora económica –a pesar de las crisis cíclicas–, los primeros niños caprichosos y mimados de papá y mamá, la primera juventud mayoritariamente hedonista de nuestra historia reciente, los que se creían y se creen en el derecho de vivir mejor que sus padres –en muchas ocasiones en connivencia con ellos–, los que se pusieron la venda en los ojos para que no les dieran la lata con consignas revolucionarias, los que lo apostaron todo al pan y circo, es decir, a una paguita fija y al fútbol –aquí al Cádiz y a Mágico González–, los que se daban de hostias con los niños pijos en las puertas de los bares y ahora hacen todo lo posible para que sus vástagos entren, aunque sea con trampas, en centros concertados –si son religiosos, mejor–,… En fin, la generación de los que frisan los 50, como el propio autor, que como ya apuntamos anteriormente habla en primera persona del plural de un pretérito imperfecto.
A pesar de todo lo dicho, no hay en Ya vendrán tiempos mejores solo inmolación, sacrificio, quema de herejes en la Plaza de las Flores o en Plaza Mina. En estos relatos existe un equilibrio sano y necesario entre esta mirada ácida y la ternura, la melancolía bien entendida, la compasión, casi el perdón. No se trata de ser cínico y demoledor, sino de intentar comprender un tiempo que solo es posible analizarlo en su justa medida desde la distancia que proporciona el presente, siempre y cuando este no caiga en el mistificación y en la tontería de encumbrar las horteradas de los ochenta y los noventa; es decir, sin gilipolleces. Y en ese juego afortunadamente Landi no cae, porque también ha aprendido con los años a sortear las trampas de la nostalgia que, como los diez mandamientos, se resumen en una: que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pues no exactamente.
En este difícil ejercicio de funambulista, la pértiga que ayuda a José Landi a no precipitarse en el vacío de la literatura hueca o pretenciosa –que viene a ser lo mismo– es el tono en que está escrito el noventa por ciento de la obra. Ya se sabe que con vino las penas se llevan mejor y con humor también. Asombra para una primera publicación que el nivel se mantenga tan alto y durante tantas páginas; o, dicho de otro modo, que la mueca de la sonrisa apenas desaparezca del gesto del lector a lo largo de la mayor parte del libro y que, cuando lo haga, sea para desplegarse en una carcajada incontenible. Y así, el retrato resulta menos hiriente, se acepta con mejor ánimo el golpe, incluso con indulgencia en los lapsus de lucidez, cuando el lector se pregunta de qué coño se está riendo exactamente. Para conseguir esto hay que estar muy dotado, hay que conocer muy bien los resortes que mueven la maquinaria de la narración. Y eso lo proporciona el oficio, que no solo se entrena en el gimnasio de la escritura –ya sea en la redacción del periódico que te paga o delante de la pantalla de tu ordenador doméstico–, sino también en una determinada actitud ante la vida, en una mirada muy particular y en una manera de contar mil veces las mil anécdotas del día a día en mil barras de bar diferentes.
El estreno de José Landi como autor le ha llegado a los cuarenta y tantos largos. Esperemos que el temporal de levante de la crisis del periodismo le pase de largo, que siga poniendo su escritura a poniente en lo sucesivo, porque libros como Ya vendrán tiempos peores refrescan y limpian el horizonte de nuestra literatura, y que no pasen tantos años hasta que nos lo crucemos otra vez en las mesas de novedades de las librerías.
Ya vendrán tiempo peores (Cazador de Ratas, 2016), de José Landi | 186 páginas | 16 € | I Premio de Relatos Café de Levante