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… Y lo increíble se hizo realidad


Yo serví al rey de Inglaterra

Bohumil Hrabal

Galaxia Gutenberg, 2011

ISBN: 978-84-8109-951-5

217 páginas

17,50 €

Traducción de Monika Zgustova

Sara Mesa

Una de las maravillosas historias que aparecen en esta novela es la de un hombre que lee con extrema concentración un libro en la mesa de un restaurante, sin inmutarse por la ruidosa y brutal pelea de gitanos que se desarrolla alrededor: “Las mesas estaban llenas de sangre, pero el director de la escuela de música continuaba leyendo su libro con una sonrisa en los labios, los rayos de la tormenta gitana no caían a su alrededor sino sobre él, tenía la cabeza y el libro ensangrentados, clavaron dos veces un cuchillo en su mesa, pero el señor director continuaba leyendo como si nada…”. Algo así le sucede a uno cuando lee Yo serví al rey de Inglaterra, una de las novelas más conocidas del escritor checo Bohumil Hrabal (1914-1997): es tal la magia de la acción, tan encantador el lenguaje -en el sentido de su capacidad de hechizo-, que no se puede dejar de leer de un tirón, hasta el final. Muy pocos escritores consiguen esto: que la vida alrededor -una loca pelea al fin y al cabo- se quede en silencio, mientras la palabra escrita crece hasta convertirse en un mundo sólido y verosímil.

Los que conozcan la literatura de Hrabal (o las películas de Jiří Menzel basadas en sus novelas) me dirán que “verosímil” no es una palabra que parezca demasiado apropiada para su obra. Es cierto que sus personajes son siempre estrafalarios, excesivos, caricaturescos; que las situaciones narradas resultan hilarantes y absurdas, cuando no directamente disparatadas; que su influencia más reconocida es el universo de Gargantúa y Pantagruel. Y sin embargo, Hrabal construye un mundo con reglas propias, con una atmósfera y un tono propios, un mundo coherente donde, como repite a menudo el protagonista de Yo serví al rey de Inglaterra, lo increíble se hace realidad.

El modo de conseguirlo, el gran logro, como siempre sucede con los grandes escritores -y Hrabal lo es- radica en el lenguaje. No el lenguaje desde una concepción puramente formalista, sino como una concepción vital (lo cual incluye, entre otros muchos factores, experiencia personal e ideología). Es conocido el interés del escritor por los personajes cotidianos, por los pequeños detalles de la vida común (leo en Wikipedia que él mismo dijo: “Allí donde fallo yo como hombre, fallan también mis personajes literarios. Por otro lado, ellos sienten orgullo por las mismas cosas que yo, es decir, por los pormenores cotidianos de la vida”); también su alejamiento de las imposiciones (o no) de la fama, su elección por la vida sencilla, su preferencia por la cervecería de siempre, sus trabajos en los ferrocarriles en un entorno obrero. Esta postura, que no es impostada sino una auténtica forma de entender el mundo, impregna también su narrativa con un lenguaje que es extremadamente rico en su ingenuidad, y extremadamente vivo en su autenticidad. La prosa de Hrabal palpita, vibra, tiene el poder y la sugestión de lo espontáneo, por eso posee ese magnetismo al que hice alusión al principio.

Toda la novela se narra como un largo monólogo dividido en cinco capítulos, siempre desde la voz del protagonista, que se guía por el gusto de contar (los capítulos comienzan con un “Escuchad bien lo que voy a contaros” y finalizan con “Pues por hoy termino”). La elección de la primera persona consigue dar relieve al personaje, al que llegamos a conocer perfectamente por su modo de expresarse, porque, entre otras cosas, sí, somos lenguaje. La narración sin apenas puntos, abigarrada, densa, resulta sin embargo fácil de leer porque recrea a la perfección la oralidad del discurso. Esta edición, además, ofrece una nueva traducción de mano de la biógrafa de Hrabal Monika Zgustova, basada en la primera versión de un texto espontáneo, escrito en tres semanas y plagado de errores, pero con una frescura y una expresividad envidiables. Según explica la misma traductora, publicarlo así fue la voluntad que le comunicó personalmente Hrabal antes de morir.

Leyendo Yo serví al rey de Inglaterra conocemos la vida de un personaje fascinante -a pesar de su imbecilidad, o precisamente por ella-, de esos que quedan como paradigma en nuestra cabeza. Se trata de Ditie, un pequeño sinvergüenza con ansias de crecer que comienza trabajando como camarero en hoteles y que terminará convirtiéndose en millonario justo con la llegada del régimen comunista. Al principio es inevitable pensar en un Lazarillo al modo checo: la narración adquiere tintes de novela picaresca, combinando brutalidad con humor negro. La importancia del dinero y el ascenso social son una constante no solo en el protagonista, sino en prácticamente todos los personajes (el viajante que forra el suelo de billetes cada noche y se postra para adorar su fortuna; los políticos que derrochan a espuertas en divertidas bacanales; su compañero Zdenek, que es feliz repartiendo dinero puerta por puerta). El mismo Ditie disfruta arrojando monedas para ver cómo la gente se agacha a recogerlas con disimulo: “ante aquel espectáculo me harté de reír porque vi claramente qué es lo que mueve a la humanidad, qué desespera a la gente y de lo que es capaz del género humano para conseguir unas monedas”. También, tras una visita a un burdel, Ditie, recién enamorado, descubre que “con dinero se puede comprar no sólo una chica hermosa, sino también la poesía”. La visión del trabajo es meramente pecuniaria (“En el hotel Plácido hice un descubrimiento: comprendí que el que inventó eso de que el trabajo dignifica no podía ser otro que un rico, uno de los que nadan en la abundancia y organizan bacanales en nuestro hotel”), pero también -y esto es importante- otorga una sabiduría especial. El mismo Ditie aprende de un maître que presume de conocer mundo porque una vez sirvió al rey de Inglaterra; tomándolo como modelo Ditie sentirá que adquiere un estatus nuevo tras escanciar la copa al mismísimo emperador de Etiopía.

El problema -o la virtud- de Ditie es, sin duda, su estupidez. Acomplejado por su estatura, se ve forzado a comportarse de forma altiva y ambiciosa: “puesto que era bajito, tenía el pescuezo corto y el cuello de celuloide de la camisa que nos obligaban a llevar en el trabajo me dolía, para evitar aquel martirio iba siempre con la cabeza erguida, (…) y así iba por el mundo, con la cabeza echada hacia atrás, los ojos semicerrados y mirando con cara de desprecio, como si me burlara, como si nada fuera digno de mi atención…”. Personaje sin escrúpulos, que solo sabe engendrar a un niño retrasado, siempre se arrima al bando adecuado e incluso conseguirá enriquecerse con la guerra. Lo que lo salva ante nuestros ojos es, precisamente, ese estado de inconsciencia constante y su torpe egoísmo casi infantil que lo convierte, a ratos, en un personaje entrañable. No deja de ser curioso de todos modos cómo Hrabal nos muestra que, sin inteligencia pero con astucia, se puede llegar a ser millonario.

Con una atmósfera de película de Kusturica o incluso de ‘gags’ de los Monty Python, la novela ofrece una visión distorsionada y humorística de la ocupación alemana de Praga. Son inolvidables las pruebas médicas a las que los alemanes someten a nuestro personaje para comprobar si su esperma es digno de engendrar a un ario modelo de la nueva era. El retrato de la ideología nazi, caricaturesco, nos recuerda también al que hizo Lubitsch en To be or not to be. Igualmente divertida resulta la descripción del campo de concentración comunista para millonarios, donde nunca terminan de contar cuántos presos hay, se pegan grandes banquetes con los milicianos y se vigilan ellos mismos si sus carceleros están durmiendo la borrachera. Hrabal es irreverente en el tratamiento del sexo y de la religión, disfruta contando historias con regusto de cuento popular (como la de los cocineros de Abisina que rellenaron un camello con dos antílopes rellenos de faisanes rellenos de pescado rellenos de huevos duros) y, sin embargo, no elude la descripción de una Europa devastada por la crueldad de la guerra (es terrible la escena de los alemanes mutilados que se bañan en el río). El tono es siempre burlesco, distanciado, con un resabio de desengaño que se va adensando con las páginas hasta desembocar en un final simbólico de una gran belleza, donde de pronto todas las cosas adquieren un significado diferente al que esperábamos.

A Hrabal se le ha considerado como el mejor escritor checo contemporáneo, pero me da la impresión de que aquí aún no es lo suficientemente conocido ni leído. Por eso hay que dar la enhorabuena a la editorial, que con esta nueva traducción de la novela anuncia la recuperación de su obra en español. Esperamos más títulos con impaciencia: literatura singular para lectores que buscan libros diferentes.

admin

12 comentarios

  1. No he leído a Hrabal pero sí he visto alguna que otra película de Menzel basada en su obra. «Trenes rigurosamente vigilado» (que ya casi nadie se acuerda, pero ganó el Oscar en 1966 a la mejor película de habla no inglesa) me pareció una delicia. Por aquel entonces el cine checo estaba que se salía…

  2. Pienso que uno de los principales problemas para la «universalización» de la lectura de Hrabal es la personalidad de su estilo, que lo hace difícilmente traducible a otras lenguas sin dejar en el camino parte de su fuerza. «Trenes rigurosamente vigilados» me pareció una proeza estilística y de lenguaje, aunque tuve la impresión (me ocurre tb con Jaroslav Hasek, curiosamente otro checo, o con Milan Füst)de que los lavados de la traducción habían descolorido inevitablemente la prenda.

  3. Sí, imagino que leer a Hrabal en su lengua original tiene que ser un auténtico gustazo. Saludos a todos y gracias por los comentarios!
    (Matute: me volví loca buscando la r con sombrero)

  4. Yo recomendaría algo más que la literatura de Hrabal: la taberna en que la pergeñaba. Está en Praga, responde al nombre de «La leona de oro» y los insignes estadistas Daniel Ruiz y Manolo Haro la conocen bien. Mr. Matute, ¿cuándo una quedada estadista allí, en honor a la literatura checa?

  5. Pues sí, amigo Luis, aún recuerdo a aquel señor leyendo el periódico en el banco corrido que estaba frente a nosotros mientras que no paraba de beber impasiblemente unas jarras que a nosotros, pobres sureños, nos sedaban ante cualquier actividad intelectual. Voto por que los próximos premios EC se celebren en «La leona de oro».

  6. Hola:

    Recuerd leer el obituorio de Hrabal en El país, en 1997: una página escrita por su traductora de entonces,donde se hablaba de su vida en Praga, sus oficios, sus últimos días en el hospital, y se especulaba sobre si se tiró por la ventana del hospital o se cayó al intentar dar de comer a las palomas (murió al chocar contra el suelo).

    El impacto de esa página fue fuerte: comprobé que en la biblioteca tenían varios de sus libros:

    Leí este de Yo que he servido al rey de inglaterra y me encantó, mucho más que Jaroslav Hasek.

    El mejor después de este me pareció La pequeña ciudad donde el tiempo se detuvo.

    Y me gustaron también Trenes rigurosamente vigilados y Una soledad demasiado ruidosa.

    A ver si vuelvo con Hrabal.

    saludos

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