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Y por qué debería curarse, pienso yo

portada_soy-el-hermano-de-xx_fleur-jaeggy_201510220921SARA MESA | Hace ya algunos meses que leí devoré el nuevo libro de cuentos de Fleur Jaeggy, pero no pude escribir sobre él de inmediato. Cuando esto sucede, se presentan luego dos opciones: o bien el libro se ha desvanecido tanto en el recuerdo que ya resulta casi imposible aportar nada interesante y entonces la reseña se deja sin escribir, o bien las sensaciones que dejó se han aposentado, se han depurado incluso, se han hecho más intensas, llegando de este modo a una perspectiva diferente, quizá menos detallada pero quizá también más verdadera.

Es evidente que con esta autora había más posibilidades de que sucediera lo segundo, con la salvedad de que no sólo conservo en la cabeza recuerdos precisos incluso frases concretas de estos cuentos, sino que soy capaz también de volver sin más problema a respirar su atmósfera alusiva, vidriosa y delicadamente dura, si se me acepta el oxímoron.

Lo primero que debería destacar, y lo más importante, es que El último de la estirpe está a la altura de las mejores novelas de Jaeggy, de Los hermosos años del castigo (1989) y de Proleterka (2001), de modo que la espera pues ya sabemos que la autora es poco prolífica bien ha merecido la pena. Su lenguaje vuelve a desplegar, con toda su fuerza, cualidades casi mágicas, es increíblemente estimulante y turbador, con un andamiaje subjetivo basado en correspondencias tan sutiles como poderosas. Leer a Jaeggy es entrar en otro mundo y, sin embargo, creo que este resultado no es universal. Jaeggy es, como Bernhard -autor al que se aproxima más de lo que parece en una primera lectura-, una escritora que enamora o irrita, no puede simplemente gustar o no gustar. Su recurrente mundo claustrofóbico poblado de relaciones familiares enfermizas, internados, sanatorios, paisajes nevados, amistades ambiguas, creadores, solitarios y suicidas, resultará excluyente para muchos porque no admite injerencias, pero inagotable para otros porque su talento siempre logra sacar belleza ¡y humor! desde ángulos inesperados.

El último de la estirpe reúne veinte cuentos, algunos de ellos muy breves, que son un perfecto muestrario de este universo narrativo, con relaciones incluso con libros anteriores y la aparición de personajes reales como Oliver Sacks, Iosif Brodsky e Ingeborg Bachmann, en homenajes más o menos explícitos. El que abre el volumen, “Soy el hermano de XX” y título del libro original: Sono il fratello di XX— es una espléndida visión del vampirismo de la creación y del deseo de desaparecer, construido con frases tan cortas como demoledoras: Mi hermana se muestra demasiado atenta cuando hablo. Me acecha. Tal vez esté escribiendo mi historia, mientras todavía no me he muerto como mis padres. Siempre he sospechado que uno de los dos murió por culpa suya. Además pienso que los padres siempre mueren por culpa de otro. No sé si es justo decir por culpa de. Pero se muere por los demás. En favor de los demás, tal vez sea más acertado. El último, “F.K.”, emparentado claramente con Los hermosos años del castigo, habla de la búsqueda de una amiga del pasado, de la fascinación por la locura y de la naturaleza de la misma locura: La señora me dice que no hay esperanza para mi amiga. No se curará. Y por qué debería curarse, pienso yo. Que esté enferma lo dijeron los médicos del hospital psiquiátrico. Pocas veces un lenguaje tan despojado, tan aparentemente seco, se llena de tanta literatura como aquí: en el punto que separa una frase de otra se abre paso el deslumbrante mundo de la elipsis.

Miro en Goodreads para corroborar esta impresión mía de que las reacciones ante la obra de Jaeggy van del rechazo a la adoración, pero casualmente, en las opiniones que escriben los lectores, encuentro sobre todo lo primero: afirman que lo que hay en el libro no son relatos, más bien, se trata de flashes, experimentos, fotografías literarias (…) imágenes sugerentes, resquicios que hubiera sido interesante explotar a más larga escala. Consideran que el estilo es pretencioso y que son simples ejercicios vacíos de palabras e imágenes, fríos en su retrato de los personajes y sus emociones. Que las historias no empiezan ni acaban ya lo sabíamos, que están llenas de resquicios, también, pero como diría la narradora de “F.K.”, quizá eso no sea una enfermedad. En cuanto a lo supuestamente pretencioso del estilo, ¿de verdad se desprende de los fragmentos que he copiado arriba?

Por otro lado, tenemos también la crítica que escribió hace poco Justo Navarro, fiel de la autora a la que emparenta, agudamente, con Georg Trakl, y en la que afirmaba: “La literatura de Fleur Jaeggy tiene —y por eso es extraordinaria— un impulso feliz, una misteriosa alegría. No habla la jerga del sentimentalismo.

Así que, ¿en qué bando nos situamos? Qué pregunta más tonta.

El último de la estirpe (Tusquets, 2016) de Fleur Jaeggy | 187 páginas | 17 € | Traducción de Beatriz de Moura

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