ILYA U. TOPPER | De todo hay en la viña de la Señora. Este podría ser el resumen de este ensayo sobre Erótica y libertad femenina en la madurez —es el subtítulo del libro— y probablemente lo comparta con cualquier investigación antropológica que escudriñe una sociedad humana. ¿En qué sociedad no hay un poco de todo? Gente que se incline hacia una cosa, otra gente que prefiera lo contrario.
La observadora —Anna Freixas, doctora en Psicología con una larga trayectoria académica y feminista— toma nota, levanta acta, al preguntar a las mujeres mayores de 50 años por sus preferencias sexuales: son todas diferentes, constata. A unas les gusta con más ternura que antes, con menos desenfreno, menos orgasmo, más sensación de amor tranquilo, y a otras todo lo contrario: por fin pueden pasar de rollos de pareja, ficciones amorosas y demás condicionantes para concentrarse en lo que les gusta a la hora del sexo: correrse de placer. Y luego está toda la gama de opciones intermedias.
Nuestra sexualidad: un totum revolutum, se titula, de hecho, uno de los apartados. Y al leer, a veces me ha dado la sensación de que para este viaje no hacían falta alforjas. Hasta que he recordado, claro, aquel mito que asegura que las mujeres vienen de fábrica con una obsolescencia sexual incorporada, una especie de interruptor que a una determinada edad hace clic y las apaga para los restos. Un mito inexplicable, pero tan persistente que marca desde escritores – ahí está la residencia de ancianos de valter hugo mae, en la que nadie folla – hasta los titulares de la prensa anglosajona seria (“Sí, el sexo después de la menopausia no es igual”. The New York Times, 2019. “¿Cuánto dura el deseo sexual?” BBC Ciencia) o incluso la hispana (“Qué ocurre con el deseo sexual de las mujeres a los 40 años?” Infobae, 2016, citando un estudio australiano. 40 años, ¿se pueden creer ustedes? Hay redactores a los que habría que colgar de la verga mayor).
Es decir: hace muchísima falta el estudio de Anna Freixas. Porque una cosa es saber que hay de todo en la sexualidad de las mujeres mayores, y otra muy distinta es seguir creyendo que no haya nada. Y digo estudio porque va más lejos que un ensayo: es un trabajo de campo con 729 mujeres de entre 50 y 83 años. Encuestas, entrevistas, charlas. Aunque la manera en la que se presentan los resultados mantiene un equilibro algo tenso entre el alegato feminista —que solo cabe suscribir— y un formato esforzadamente académico con innumerables notas a pie de página. La contradicción: escribir, en primera persona, representando a las mujeres (españolas): “Para nosotras, sexualidad y afectividad interactúan poderosamente” y acto seguido cimentar esta afirmación con una nota que cita un estudio anglosajón de una publicación especializada. Como si una revista científica norteamericana fuera más creíble que Anna Freixas para dejar dicha una perogrullada.
Sí: el 99% de las citas a pie de página son trabajos anglosajones. Menos mal que no hace falta leérselas, porque me preocuparía, y mucho, si tras todo el trabajo realizado, Freixas intentara hablarnos de nuestra sociedad, la española, basándose en lo que ha averiguado para la suya el victorianismo moderno (vide supra: infobae). No lo hace. Afortunadamente. Lo que nos cuenta se basa en su propia investigación, sus propios datos. Aunque, eso sí, la primera persona la reserva únicamente para dejar claro la visión feminista de un “nosotras”; no busquen en el libro ni una sola experiencia, recuerdo o vivencia personal de la autora: esto, parece, es otra de las cosas que una académica no puede permitirse.
Son, pues, los datos y entrevistas los que, en forma de citas muy frecuentes, forman gran parte del libro, con los comentarios interpretativos de la propia autora haciendo más las veces de voz acompañante. Pero, y esto es otro aspecto que uno puede llegar a lamentar, en ningún momento se cristalizan perfiles, no se intenta trazar ningún estudio de caso, todas las voces son totalmente anónimas, sin mención de edad, circunstancias, experiencias vitales. Cualquiera de las citas — a menudo no constan de más de dos o tres palabras— puede pertenecer a cualquiera de las 729 mujeres entrevistadas.
Si alguien puede sacar algo en claro de esta masa amorfa de opiniones en las que hay, como es natural, para todos los gustos, es la propia autora. Y me quedo con una observación ciertamente interesante: hay un cambio de actitud en las entrevistadas a partir de los 70 años. Pero muy probablemente no porque esa edad signifique un cambio para una mujer —observa Freixas— sino por aquello de tener veinte años en el sesenta y ocho. Cambió España.
Y más que debería cambiar. Solo página y media dedica la autora al apartado ‘Nuestra puritana prole’, esos hijos mayores de edad que cohíben a su madre a la hora de buscarse líos o parejas. Habría merecido más, porque allí iríamos más allá de cómo estas mujeres se ven a sí mismas: sabríamos como las ve su entorno. Porque —y esto sale solo tangencialmente en un libro centrado en las sensaciones o los deseos propios— no se puede ligar sin entorno.
Otro apartado, este sí bien explicado, cuya importancia es difícil de sobrevalorar, es la preocupante tendencia a enfermizar a la falta de sexo entre las mujeres mayores. Porque sí, hay muchas mujeres que se quedan sin sexo a partir de los 70. No porque no quieran. Sino o bien porque su pareja no está a la altura (sobre todo si es hombre: las lesbianas se entienden mejor) o bien porque no tienen pareja y vivimos en una sociedad en la que a esa edad es cada día más difícil salir a pillar. ¿Y qué hace la máquina publicitaria anglosajona? Proponer píldoras. Viagra rosa. Con tal de vender, un problema de tabúes sociales se convierte en materia de ganancias farmacéuticas, denuncia la autora, alto y claro.
Chicas, menos farmacia y más bar. Y leer más a Anna Freixas. No esperen hasta las Reyes del año que viene para regalárselo a mamá. (Siempre que mamá tenga más de 50 años).
Sin reglas (Capitán Swing, 2018) | Anna Freixas | 208 páginas | 17 euros