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‘Yáhil’

imagesTiempo de errores

Mohamed Chukri

Cabaret Voltaire, 2013

ISBN: 978-84-940353-8-8

288 páginas

19,95 €

Traducción de Karima Hajjaj y Malika Embarek López

Prólogo de Mohamed Berrada

 

Fran G. Matute

Tal y como prometió en 2012, la editorial Cabaret Voltaire sigue empeñada en recuperar la obra completa de Mohamed Chukri aunque en esta ocasión la publicación de Tiempo de errores (1992) tenga más de rescate que de inauguración. A diferencia de lo ocurrido con El pan desnudo (1973), que traía consigo no solo la posibilidad de volver a ver tan ilustre título en las librerías sino de disfrutar de una nueva traducción -supuestamente definitiva- e incluso de un nuevo -y controvertido- título (me van a perdonar, pero me cuesta llamarlo El pan a secas) o, por ejemplo, con Paul Bowles, el recluso de Tánger (1996), que estaba inédito en castellano, no encontramos novedad alguna entre esta nueva edición de Tiempo de errores y la que sacó en su día Debate y que posteriormente reeditó Círculo de Lectores. Así que los suertudos que ya posean un ejemplar de esta segunda instancia en la autobiografía novelada de Chukri pueden dejar sus bolsillos descansar en paz. Al menos, por esta vez. El resto, se alegrará enormemente de este rescate editorial pues los textos de Chukri siempre se han cotizado al alza en las librerías de viejo debido a su escaso tráfico y Tiempo de errores quizás fuera su título más escurridizo.

Al final de El pan desnudo, dejábamos a Chukri, ya con veinte años, con la firme voluntad de aprender a leer y escribir tras la experiencia vivida en el calabozo, armado con una carta de recomendación escrita por su amigo Haman para que pudiera entrar en una escuela de Larache. Tiempo de errores retoma la narración en ese mismo punto de la historia. Es evidente, por tanto, que ambas obras forman parte de un todo. No sólo por la continuidad biográfica sino por la voluntad estilística que desprenden ambos textos. A pesar del abismo que existe entre la fecha de publicación de una y otra -casi veinte años de diferencia- tiene uno la sensación de que gran parte de lo acontecido en Tiempo de errores debió ser escrito por Chukri al tiempo de confección de El pan desnudo o poco después (de hecho, algo de esto se deja apuntar en el prólogo de Mohamed Berrada). Y esto es así porque en Tiempo de errores encontramos a dos Chukris distintos. O esa es, al menos, mi impresión.

De un lado, el Chukri biográfico que continúa con el relato de su vida, ahora de precaria adultez, centrado en su afán por alfabetizarse mientras procura agotar las noches de miseria que la triste Larache es capaz de ofrecer a un hombre “de mundo” como Chukri, que viene de exprimir los callejones de Tánger y Tetuán. Así, junto a los extraños días de escuela, rodeado de chiquillos que en su candidez tutelan a Chukri y le ayudan a realizar la tarea, la pasión del profesor que identifica su talento, las primeras lecturas autónomas, los primeros escritos y los encuentros literarios en los cafés, se ensartan más estampas de prostíbulos, pensiones de mala muerte, noches sudorosas y hasta estancias en el psiquiátrico.

Pero, por otra parte, empezamos a vislumbrar en Tiempo de errores al Chukri más literato en el sentido de que, según lo que esté escribiendo, su prosa se vuelve más elevada. Por ejemplo, a partir del capítulo titulado, precisamente, “Vivir en tiempo de errores”, observamos a un Chukri mucho más reflexivo, intimista y calmado. Como si el paso del tiempo hubiera, por un lado, aplacado a la fiera que Chukri llevaba dentro en su juventud y adolescencia. Como si el cúmulo de lecturas atesoradas a lo largo de los años hubiera modificado la forma de ver el mundo del viejo Chukri. El hijo de las chabolas y del muladar humano convertido en escritor no ya de nombre sino de facto. Chukri, el analfabeto, el ignorante, el ‘yáhil’, afirmará: “¡Yo no sé escribir sobre la leche de los pájaros, ni sobre el delicado abrazo de la belleza angelical, los racimos del rocío…!”, pero sí que sabrá crear una poética de la inmundicia, en la más pura tradición del realismo sucio, que nada tiene que ver con escribir poéticamente sobre ella. Porque no se trata de eso. Se trata, de hecho, de todo lo contrario.

En este sentido, resulta muy interesante la anécdota que el propio Chukri cuenta en Tiempo de errores sobre el arabista Nutahara, que tradujo al japonés El pan desnudo. Un buen día, Nutahara le comentó a Chukri: “He pensado que si visito los lugares donde ocurren los acontecimientos del libro, la traducción me resultaría más fácil, más precisa y clara”. En su visita a Tetuán, pasearon junto a la alberca de Ain Jabbaz y Nutahara, sorprendido, reprendió a Chukri: “En tu libro describes esta alberca y lo que hay a su alrededor con mucha belleza y, sin embargo, no es así ni parece que lo haya sido”. Chukri responde: “Ésa es la función del arte, la de embellecer la vida hasta en los aspectos más horribles. La alberca se grabó en mi memoria de niño como algo hermoso y debo recuperarlo con esa misma impresión, aunque esté llena de agua turbia”. Si esta es la verdadera poética de Chukri, si ese es el prisma con el que está narrado El pan desnudo y Tiempo de errores, miedo da saber qué habría salido en crudo.

De todas formas, un factor de su vida que nunca matizó Chukri, escudándolo bajo ningún tipo de halo poético, fue la imposible relación con su padre, cuya violencia incontrolada marca gran parte de la narración en El pan desnudo. Pero es en Tiempo de errores donde vemos cristalizar los estertores de esa relación insana. Chukri, aislado en Larache con sus clases y sus libros, se entera del fallecimiento de su progenitor varios meses después del suceso. Su familia ha decidido que es una noticia que al hijo Mohamed no interesará. Y así es. No hay ya tiempo para más errores.

Si Tiempo de errores viene a cerrar el periplo de su azarosa juventud (Rostros, amores y maldiciones, la tercera parte de la biografía, es más fragmentaria, menos continuista), también permite a Chukri desarrollarse como escritor. Somos testigos de cómo esa prosa aparentemente ‘naïf’ (más por el influjo de la tradición oral magrebí que por voluntad estilística) y ensoñadora (el niño Chukri, ensimismado, intentando huir de la realidad circundante a través de la imaginación y la masturbación) se transforma en una voz poética y serena, concisa pero hermosa, más acorde al tiempo de vida que narra. Chukri crece y envejece. Aprende las palabras. El lenguaje. Viaja gracias a la literatura. Sale de Tánger, de Tetuán, de Larache. Conoce a otros escritores que, a su vez, le reconocen. Chukri, el escritor. Chukri el personaje. La vida de un hombre convertida en su obra. Una obra que, al leerla, te hace querer creer en la ficción con más fuerza que nunca. Pues en el fondo no quieres que lo que cuenta Chukri haya sucedido en la realidad. Afortunados, entonces, los analfabetos…

admin

Un comentario

  1. Tras mensaje recibido de Miguel Lázaro (editor de Cabaret Voltaire), se hace necesario matizar que esta nueva edición de «Tiempo de errores» sí presenta novedades relevantes. La primera, que la traducción ha sido revisada por sus responsables y algunas correcciones se han hecho. Y la segunda, más chocante si cabe, que se corrige un error que venía repitiéndose en las ediciones anteriores que vieron la luz con el orden de dos capítulos cambiados.
    Ahí queda eso.

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