Amin Maalouf
Alianza, 2011
ISBN: 978-84-2066-409-5
512 páginas
9,50 €
Traducción de María Teresa Gallego Urrutia y María Isabel Reverte Cejudo
Ilya U. Topper
Si a usted le gustan las novelas históricas amplias, bien narradas, fieles a la época que describen, preocupadas por el detalle, coloridas y fáciles de leer ―es decir, si le gustan las novelas históricas clásicas― León el Africano le gustará. Aunque probablemente entonces ya se la habrá leído.
Aclaremos el término: novela histórica significa aquí: novela que narra un episodio de la historia de la humanidad. Es distinto a la moda que en la última década nos ha hecho ahogarnos bajo una avalancha de novelas de intriga que, por no saber o por rehuir el trabajo de diseñar un marco actual mínimamente verosímil en el que ubicar asesinatos, conspiraciones y enredos amorosos, les ponen ropajes de época a los personajes y trasladan en un pis pas toda la acción al siglo XIV.
Una época suficientemente oscura como para estudiarse las cuatro líneas maestras conocidas y adaptar el resto de la realidad a las necesidades del guión (personalmente prefiero a los que tomaron la otra dirección, como Stanislaw Lem, y ubicaron sus novelas de crítica social y humana en un futuro galáctico).
No: León el Africano no es un personaje de intriga proyectado hacia la Edad Media para poder repartir veneno o puñaladas a gusto. León el Africano, Hassan Wazzan Fasi para sus amigos, un comerciante y explorador de Fes, vivió efectivamente, recorrió tierras de Tánger a Tombuctú, de Agadir a Estambul, fue hecho prisionero, se convirtió al cristianismo, ascendió a secretario del Papa León X. Lo sabemos de buena fuente, pues escribió para su patrón un amplio y minucioso tratado geográfico de África de Norte, basado en sus propias experiencias viajeras.
El personaje existe, pues; Maalouf no ha hecho más que añadir detalles al lienzo; ha coloreado con esmero las escasas siluetas que nos presta la Historia. Conociendo el trabajo concienzudo del escritor libanés, conocido asimismo como autor de ensayos históricos bien investigados y siempre amenos, no cabe duda de que usted conocerá aquí en directo una parte de nuestra historia y de la de nuestros vecinos inmediatos.
Puede fiarse de que Maalouf no recurre a clichés de segunda mano. (Los de primera mano, qué remedio, componen inevitablemente nuestro pasado, algo de lo que el propio Hassan Fasi tal vez no sea inocente: hay quien le reprocha haber introducido en su tratado numerosos datos falsos para confundir al enemigo cristiano. Y hay quien especula que el viajero nunca existió sino que su libro fue compuesto por mercaderes venecianos. Quién sabe).
En todo caso, con eso es suficiente para decidirse entre las posibles lecturas de verano, sobre todo ahora, cuando Alianza ofrece una nueva edición en bolsillo. Ideal para tren, autobús, avión, hamaca de playa o tarde de sofá. Regalo de fácil acierto.
Tampoco tanto más, debo añadir. Un personaje del tamaño de León el Africano habría permitido una obra mayor: trazar un perfil de caracter realmente personal, rellenar no sólo los colores del zoco en el retablo histórico sino también las oscuridades en el alma del protagonista. Darle una vida interior, inventada, sí, pero inspirada: lo que se llama creación literaria.
Hacer constar que el protagonista se convirtió al cristianismo es correcto. No decir por qué lo hizo es un pequeño delito de omisión contra la Literatura, ésa que se escribe con mayúscula. ¿Se inclinó Hassan Fasi sobre la pila bautismal porque realmente creyó encontrar la bondad de Jesucristo en este acto? ¿Fue todo una farsa hábil para poder escapar al destino de la esclavitud y volver a su fe verdadera, diez años después? ¿O quizás León era agnóstico y realmente le daba lo mismo salpicarse con cualquiera de las aguas que los distintas dogmas prescriben para según qué parte del cuerpo?
Es cierto que no lo sabemos ni lo sabremos nunca. Pero aquí, el escritor, más que el cronista, podría habernos regalado un León como no existe en los libros de historia (y como tal vez nunca existió, pero qué importa). Insinúa Maalouf la tercera opción, la de la indiferencia, pero no cincela del todo esta libertad interior, esta rebeldía contra los dogmas, como rasgo marcado de su protagonista desde el principio. Aunque en lugar de crear un fiel retrato, así tal vez le podría haber conferido la inmortalidad. Ésa que sólo pueden regalar los escritores.
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