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Ventajas de viajar en un libro

JOSÉ MARÍA MORAGA |Dice una canción de Bo Diddley que “no se puede juzgar un libro por su portada” pero, de ser así, ¿cuántos libros de menos se venderían? A lo mejor sí que se pueden juzgar los libros por las portadas, lo que ocurre es que los juicios serán erróneos, o al menos deliciosamente inciertos. El vértigo de las portadas; cualquiera que coleccione discos sabrá que el impacto visual es lo primero que asalta al potencial comprador, y que la información que una portada proporciona resulta en ocasiones vital para la decisión (o no) de su compra. ¿Ocurre igual con los libros? Estos proporcionan mucha más información: grosor, contraportada, solapas, una faja… pero ha habido veces en las que un servidor se ha tirado a la piscina, dejándose llevar en exclusiva por la foto o diseño de la cubierta. Cuatro han sido los ejemplos más sangrantes entre los que he dudado para escribir esta reseña: una novela negra cuasi pulp, otra bucólica-romántica, algo con tintes históricos y eróticos y Reconstrucción de Antonio Orejudo.

A día de hoy sé quién es Antonio Orejudo (he tenido el placer de conocerlo y charlar con él varias veces) pero en aquel lejano día de 2005 en que mis pasos me encaminaron a la librería de mi barrio (se llama Palas, la recomiendo descaradamente), ese nombre no me decía nada. “¿Qué me compro?” –debí pensar, y fui a la mesa de novedades desde la que me miró una persona. Unos ojos verdes muy vivos y muy hambrientos me interpelaban desde una clásica portada negra de la colección “Andanzas” de la editorial Tusquets. Obligatorio darle la vuelta al libro, cuya contraportada nos informa de que “En 1535, en el corazón de una Europa convulsa tras el cisma de Lutero, se suceden las rebeliones contra la iglesia católica”. Son hechos históricos, es la sinopsis de una novela sobre las luchas religiosas en Alemania durante el siglo XVI, el teólogo Bernd Rothman y la llamada Rebelión de Münster, que llegó a organizarse como república cristiana anabaptista.

Yo en 2005 desconocía todo esto, aunque un agudo interés por la historia moderna y por la historia de las ideas hacía que aquel libro me resultase atractivo. Y la portada. ¿Quién era ese hombre moreno de mirada viva que te desafiaba desde la foto? ¿Era un talibán? ¿Un profeta loco?¿Era Antonio Carmona? Al final decidí llevármelo, a ver si desentrañaba alguno de los misterios que prometía la imagen de cubierta. Lo que me encontré fue una interesantísima novela histórica pero no una novela histórica al uso, sino más bien un artefacto diseñado para hacer pensar al lector acerca de la tolerancia y la intransigencia, las ideas religiosas, los peajes que hay que pagar para conservar la propia integridad… temas muy relevantes hace casi veinte años, en plena era de George W. Bush y sus guerras contra Al Qaeda, y que aún continúan siéndolo.

Hoy cuesta creerlo, pero hubo unos años, entre la caída del Muro de Berlín y la actual era de la posverdad, en que algunos historiadores hablaron del “fin de la Historia”, una balsa de aceite que se vio turbada por los atentados de la Torres Gemelas y todo lo que vino después. Y resultó que Antonio Orejudo no era ningún desconocido. Él sabía bien la diferencia (tan difícil) entre Historia e historias, entre ficción y realidad, ambas dispensadas a base de narraciones fabulosas. Un par de años después de leer Reconstrucción, leí su primera novela a instancias del crítico y sin embargo amigo Fran G. Matute. Quedé deslumbrado, claro. ¿A quién no le va a gustar una obra que pone en solfa a las Vacas Sagradas de la cultura española del siglo XX en clave de humor gamberro? Después vinieron Ventajas de viajar en tren, Un momento de descanso, Los cinco y yo, Grandes éxitos, La nave, conocer al autor, aparecer citado por la editorial en una de esas frases promocionales que se eligen para vender más ejemplares…

Ayer mi hijo de cinco años, que cogió el libro de la mesa, se quedó mirando la foto de cubierta de Reconstrucción, me dijo: “Papá, este eres tú?” y le contesté que sí. Ya sé que la canción que cité al principio fue compuesta en realidad por Willie Dixon, pero si nos ponemos así, la frase sobre los libros y las portadas no deja de ser un proverbio de la lengua inglesa, por lo que la autoría se diluye. Y es que nada es lo que parece a priori; nadie es lo que parece. Yo puedo ser un talibán o un miembro de Ketama, un anabaptista alemán del XVI o un simple padre con dificultades para sacar tiempo para leer un libro y completar una reseña. Un libro puede parecer una cosa y ofrecernos en realidad otra, puede llevarnos a sitios que no pensábamos visitar, inesperados pero infinitamente estimulantes y mejores de lo que hubiésemos podido imaginar.

Hoy cuesta creerlo, pero aquel día de principios de 2005 en que compré la novela Reconstrucción, su portada supuso la entrada-túnel a un país de las maravillas que todavía no he terminado de recorrer, pues siempre espero con avidez la siguiente novela de Antonio Orejudo.

Reconstrucción (Tusquets, 2005)|Antonio Orejudo | 272 páginas | 16 euros

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