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2014: ‘Bookends’

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José María Moraga

Debo ser una mierda de filólogo inglés porque no sé cómo traducir la palabra ‘bookends’. Todos la conocéis: da título a uno de los mejores discos de Simon & Garfunkel, de 1968. Salvo mejor opinión del amigo Rivero Taravillo (ése sí que sabe traducir, yo soy incapaz: bastante tengo con entender las cosas en su lengua original), leo por ahí que en español se dice “sujetalibros”, “apoyalibros”, “tope para libros”… todo muy torpe. A lo que yo me refiero es a esos pesos que se colocan en las estanterías al principio y al final de las filas de libros, cual panes de un sándwich de literatura, emparedado digno de un Scooby Doo letraherido que acota manjares que hemos disfrutado u otros a los que estamos deseandito hincarles el ojo. En ese sentido, cuando reflexiono sobre mi experiencia lectora 2014 lo primero que me viene a la mente son dos novelas fantásticas, españolas las dos, que marcan el alfa y el omega del año. Ambas de autores jóvenes, prometedores, una la leí en enero y la otra la he terminado en noviembre. Me estoy refiriendo, claro, a Autopsia de Miguel Serrano Larraz y a El cielo de Lima de Juan Gómez Bárcena, flamante Premio Ojo Crítico de RNE (reseña pendiente aquí).

Entre medio, han pasado por mis manos y ahora ocupan un lugar entre mis ‘bookends’ lecturas de todo jaez, de lo más excelso a lo más canalla. En este segundo saco metería El crimen del palodú y El prisionero de Sevilla Este (de Julio Muñoz Gijón), conclusión de la afamada trilogía-localista-con-vocación-universal del rancio Sevillano, cuyo desenlace no llegué a reseñar aquí (cosas del destino) pero que constituye si me apuráis el más gracioso y desvergonzado de los tres volúmenes. Tampoco reseñé El hombre sin rostro de Luis Manuel Ruiz (lo hizo Matute), que desde aquí recomiendo, aunque más recomiendo Temblad villanos, la última y premiada novela del mismo autor. Entre lo más excelso destaco Muertes de perro de Francisco Ayala (1956, reeditada ahora por la RAE en su III centenario) o Piedras negras de Jesús Zomeño (¡en este año 14, centenario de la Guerra del 14!) y tampoco desdeño Todos los buenos soldados de David Torres, que se me pasó reseñar, y es que muchas de las lecturas que cumplen los requisitos para ser reseñadas empiezo a leerlas con esa intención, pero luego la vida me va poniendo trampas lennonianas que impiden que la crítica salga en EC (llamadlo pereza, llamadlo que se me borra el archivo en el ordenador…). El más clamoroso ejemplo de esto último fue Escarnio, la insobornable segunda novela de Coradino Vega, cuya lectura se antoja hoy imprescindible, dado el pútrido clima moral que preside España.

Pero no solo de Estado Crítico vive el hombre, y hoy quiero confesar -como la Pantoja– que más de la mitad de los libros que leo son en inglés, la mayoría de ellos no reseñables por no ser novedad o por no haber aparecido todavía en España. Así, el poco recomendable El Testamento de María de Colm Tóibín, que reseñé en febrero, ya había caído en V.O. en 2013. Entre lo mejor que he tenido la suerte de leer incluiría Nunca me abandones (2005) de Kazuo Ishiguro, novela distópica y polémica -todo un clásico contemporáneo en Gran Bretaña- llamada a mi juicio a ocupar un lugar junto a Un mundo feliz de Huxley o 1984 de Orwell. Precisamente de la mano de Orwell vendría otro contendiente a “mejor novela del año” aunque fuera publicada en 1934. Se trata de Los días de Birmania, tal vez el libro que más huella me ha dejado: toda una denuncia del abuso colonial e imperialista británico en la India, que debería ser de lectura obligada en los institutos. Es el libro que más he regalado y recomendado en 2014. La otra joya inglesa que me he zampado ha sido nada menos que Mansfield Park de Jane Austen, tal vez su obra más compleja (la complejidad aquí siempre es la misma: casar a una chiquitina) y tal vez por ello de las más deliciosas. Ms Austen nunca defrauda, y qué mejor homenaje en el año de su bicentenario que acercarse a esta novela.

Lo más aburrido y plúmbeo que he leído este año (también en inglés, tampoco reseñable) ha sido Drácula de Bram Stoker. Dejad de gritarme. Lo cierto es que empecé este libro con una motivación a prueba de bombas pero la indigerible prosa de Stoker hizo que poco a poco la muy tozuda realidad se impusiera a mis ilusiones y sed de morbo. Drácula es un rollazo, sin paliativos. Es el típico libro cuya sinopsis es más interesante que el texto en sí, lo cual es duro de decir pero no tengo más remedio que admitirlo (y sí, era el libro que me estaba leyendo el día que abdicó Juan Carlos I).

Me quise leer Drácula porque revisité la peli de Coppola, para luego descubrir que no tienen absolutamente nada que ver (¡y que el bueno de don Francis tuviese la desfachatez de titular su cinta Bram Stoker’s Dracula…!), también a la de Ishiguro me llevó la película, aunque esta vez con brillantes resultados. Otro binomio cine/libro de este 2014 para mí ha sido Perdida, la peli de David Fincher que quise ver desde que vi el tráiler pero que una compañera de trabajo (otra filóloga: esa gente no tiene vergüenza) me prohibió visionar hasta que no me hubiese leído el libro. Como quería ir al cine a ver Perdida y como la novela en que se basa me la había estado recomendando mi compañera desde el verano, no tuve más remedio que comprarme y leer el ‘best-seller’ de Gillian Flynn, cargado de intriga, guerra de sexos y engaños sobre engaños, pero distante de ser la obra maestra que muchos han querido ver. La peli -por cierto- también es notable, tampoco sobresaliente.

Recibí 2014 leyendo el Viaje a la Alcarria de Cela (había ido a Cuenca en diciembre, ‘vous comprenez’) y si Dios no lo remedia lo despediré con Pronto seremos felices de Ignacio Vidal-Folch, que espero reseñar a principios del año que viene. Pero eso será ya otro año, y otros libros: otra vida.

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