SARA MESA | Llegué a este libro por una feliz casualidad -su traductor es nuestro compañero Antonio Rivero Taravillo, que aquí vuelve a dejar constancia de su ya conocido buen hacer-, y desde el principio quedé seducida por la inteligencia y sensibilidad de la historia, por el enfoque, la prosa y esa especie de suavidad tan «munroniana» -si se me permite el «palabro»- que no es, ni más ni menos, que pura elegancia narrativa. Su autora, la inglesa Margaret Drabble, novelista y crítica literaria que en 2011 recibió el Golden Pen Award, vuelve aquí a algunos de sus temas centrales: la maternidad y la responsabilidad que conlleva, las mujeres y su independencia, los cambios sociales y cómo estos afectan a las convenciones de las relaciones familiares. Ya en La piedra de moler aparecía el mismo ‘leitmotiv’ que en esta novela que nos ocupa ahora: una joven culta y brillante decide seguir adelante con un embarazo no deseado y criar a su hijo en soledad. En este caso, el fruto final será una dulce criatura, Anna, “la Tontita, la Hermana Boba, la Muda, la Niña Idiota, la Niña de Oro Puro”. Estamos en Londres, en plenos años 60 y Jessica, la joven madre -una antropóloga con una curiosidad innata por otras formas de vida-, consigue tirar para adelante, en soledad pero también con la ayuda de sus amigos y, sobre todo, de sus amigas. Anna no es tonta, ni boba, ni muda, pero es evidente que necesitará atención constante toda su vida. Sus dificultades de aprendizaje están contrarrestadas con la luminosidad de su carácter: la alegría inalterable de la niña será un estímulo para Jessica, que en el camino tiene que renunciar a muchas cosas, aunque no a todas -no a su profesión, no al amor, no al conocimiento-.
El gran mérito de este libro es ser sensible sin sensiblería; emocionar sin caer, en ningún momento, en lo cursi; iluminar sin dejar de recoger, al mismo tiempo, todas las zonas de confusión y dudas que rodean una historia como esta. Hay una elección narrativa que a mi modo de ver es clave para conseguir este equilibrio: el hecho de que la historia esté contada décadas después por una amiga de Jessica, lo que permite establecer una distancia muy interesante. La misma narradora es cauta al expresar algunos de los sentimientos que atribuye a los protagonistas, e incluso manifiesta dudas sobre su atrevimiento (“No tendría que haber escrito nada de esto. No tengo derecho”). Por otro lado, la distancia temporal permite ensanchar su mirada, que oscila continuamente entre el pasado y la actualidad para hablar de cuestiones diversas, no sólo referidas al tratamiento de la discapacidad mental (asistiremos a la época de los manicomios y a los inicios del debate sobre la educación integrada), sino también a la liberación de la mujer (la píldora, el divorcio, la incorporación a la vida laboral) y a los cambios sociales referentes a ámbitos tan diversos como la droga, la ecología, la vida sexual, el urbanismo o la percepción de la vejez. Hay en esta narración un ligero tono sarcástico, propio de la anciana que habla y que ya ha visto muchas cosas, un tenue matiz de decepción pero también de admiración por la supervivencia. También, a veces, se desliza, inevitable, cierta tristeza: “Nuestros niños pequeños, ¿qué ha sido de ellos?(…) Es duro ver que se quedan calvos, que se separan, que algunos de ellos se quedan solos”.
No es casual que la protagonista sea antropóloga, como no lo es que el libro comience con una expedición al África central, antes de que naciese la niña, donde la joven descubre a una tribu en la que abundan los niños con síndrome de Pinza de Langosta -ella lo considerará más tarde como una especie de presagio-. No es casual, tampoco, que continuamente haya referencias antropológicas -algunas muy conocidas y otras no tanto-, porque lo que subyace es, después de todo, la necesidad de indagar en las distintas sociedades humanas: ¿qué hacen otros con los más débiles, con los enfermos, los viejos o los locos? ¿Todas las sociedades los protegen? ¿Se deshacen de ellos? ¿Son responsabilidad de sus familiares o de la sociedad en su conjunto? ¿Cuál ha sido la evolución en las distintas épocas? Pero no sólo hay antropología. Como la protagonista, la narradora es una mujer culta, así que ofrece también numerosas referencias literarias de escritores que vivieron de cerca este problema, como Paul Claudel, Pearl S. Buck, Jane Austen, Doris Lessing o Kenzaburo Oe.
La niña de oro puro atesora una virtud difícil de encontrar -y de explicar sin caer en equívocos-: es un libro que podría gustar a cualquiera porque tiene la capacidad de emocionar y hacer que empaticemos con las situaciones contadas -es, en esencia, una intensa historia de amor y de amistad-. Pero no es un libro simple, ni un libro insuficiente. Quizá no sea una gran obra literaria, pero es un libro emotivo, perspicaz y está excelentemente escrito, con una galería de personajes fuertes y bien trazados y una estructura sólida y más compleja de lo que pareciera a simple vista: es decir, ofrece mucho más que la mayoría de los libros que se publican; es decir, es de oro puro. Después de todo, ya vimos que para ser de oro puro no era necesario ser perfecto.
La niña de oro puro (Sexto Piso, 2015), de Margaret Drabble | 293 páginas | 22 € | Traducción de Antonio Rivero Taravillo