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A dónde van

Fantasmas de piedra. Cuando una aldea era el mundo

Mauro Corona

Altaïr, 2011. Colección «Clásicos Heterodoxos»

ISBN: 978-84-9375-558-4

296 páginas

22 €

Traducción de María Alida Ares Ares

Alejandro Luque

En los últimos años, España e Italia han coincidido en demostrar un renovado interés por la memoria. Escritores, cineastas, artistas del más diverso pelaje han participado de este movimiento, a veces fuertemente politizado, pero casi siempre impregnado de un angustioso sentimiento de pérdida. “Se canta lo que se pierde”, escribió don Antonio Machado. Pero no todo lo que se pierde es cantado, porque para eso hay que encontrar primero un cantor. En una canción preciosa, Silvio Rodríguez se preguntaba adónde iban las cosas cotidianas que el olvido barre; pero, nombrándolas una a una, el público sentía con un escalofrío la certeza de que estaban siendo rescatadas.

He recordado ambas cosas, el verso machadiano y la letra de Silvio, tras la lectura de este hermosísimo libro de Mauro Corona, vecino de los Dolomitas del Friul, en el norte alpino de Italia, escalador, escultor en madera y, desde que fuera descubierto nada menos que por Claudio Magris, escritor con 16 títulos en su haber. Tras darse a conocer en su país con libros como Aspro e dolce, L’ombra del bastone o Storia di neve, este hombre de montaña ha desembarcado en España con un testimonio de los que dejan huella en cualquier lector sensible.

El origen de esta historia se remonta al 9 de octubre de 1963, cuando el embalse de Vajont fue desbordado por una ola gigantesca y el valle completamente barrido, con un saldo de dos mil pérdidas humanas y el resto de la población desalojada a la fuerza. Erto, la villa natal de Mauro Corona, fue así durante décadas un pueblo fantasma. A él regresa el autor en estas páginas, recorre las calles en las que transcurrió su infancia, empuja la madera podrida de las casas, reconoce objetos que pertenecieron a parientes y vecinos, y poco a poco consigue que todo vuelva a revivir ante nuestros ojos.

Estructurado en cuatro partes correspondientes a las estaciones del año, Fantasmas de piedra es al mismo tiempo una autobiografía íntima, una elegía al mundo perdido de ayer (“Ha habido más cambios en los últimos treinta años que en los doscientos precedentes”, dice), un canto a la naturaleza y, desde el punto de vista estilístico, un relato magistral, con momentos que habrían merecido la aprobación de Rulfo, descripciones capaces de traernos a la nariz el olor de la resina y la tierra húmeda, y a los labios el sabor de la polenta y el áspero vino de las montañas.

Tal vez no sea casual el hecho de que Italia haya dado un caso como Corona, paralelo al que surgió en España, a la sombra del maestro Delibes, con nombres como Julio Llamazares o Alejandro López Andrada, todos ellos autores capaces de poner en pie un universo que ya no es, que nunca volverá a ser. La nostalgia, como se puede imaginar, está presente a todo lo largo y ancho del libro, y también son frecuentes los fragmentos que mueven al humor. Pero Corona es lo suficientemente inteligente como para no rellenar casi 300 páginas con escenarios arcádicos, coros de pájaros y ancianitas bondadosas. Hay que subrayarlo: Fantasmas de piedra no es Heidi. Por el contrario, se trata de un libro duro, que levanta acta, por ejemplo, de cómo los niños robaban los pollitos de los nidos y les quebraban el cráneo con una simple pinza de los dedos, cómo una chica violada volvía a casa amordazada por el miedo y la vergüenza, o como se dirimían en sucesos de sangre algunas controversias personales, al margen de las leyes codificadas.

Prolijo, moroso, muy bien hilvanado, pero sobre todo honesto, el testimonio de Corona nos recuerda que no hay que tener miedo al escozor de la memoria, porque a veces ésa es la señal de que las antiguas heridas se desinfectan. Y, dando una vuelta de tuerca al adagio machadiano, que sólo lo que se canta puede ser salvado.

[Publicado en La Tormenta en un Vaso]

admin

3 comentarios

  1. Reflexión en voz alta: en las reseñas que caben en esta página no hay ningún comentario; ¿hace falta que se huela la sangre para que el personal se anime a opinar?
    Excelente reseña, por otra parte, Alejandro.

  2. Los comentarios pueden ser un signo de vitalidad de un blog, sin duda, pero por desgracia abren también la puerta a los gérmenes. La gente tiende a callarse las impresiones positivas y a vomitar las negativas a las primeras de cambio. Yo no me obsesiono (y sé que tampoco el resto de los estadistas) por la audiencia: eso es propio de otros medios, que las necesitan para subsistir. Lo nuestro es hacer nuestro caminito, me alegra verme acompañado en él por ti.

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