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A la rueda de doña Agatha

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RAFAEL ROBLAS | El verano pide descanso, una hamaca bajo el sol o un daikiri al borde de la piscina. Y también libros leves, que relajen la mente de la densidad de las otras lecturas obligadas que han de realizarse durante el resto del año. Dicho y hecho, escojo Muerte contrarreloj de un tal Jorge Zepeda Patterson, cuya biografía –pronto lo descubro en la misma solapa– contiene un hito inquietante: fue el ganador del Premio Planeta de 2014, con una obra titulada Milena o el fémur más bello del mundo. Prometo que siempre guardo escrupulosamente las dos horas de rigor tras las comidas, pero el lírico titulito logra cortarme la digestión. Sin embargo, el argumento y, sobre todo, la minimalista portada del volumen que ahora sostengo entre las manos –construida sobre el fondo amarillo del maillot de líder– terminan por convencerme. ¿Quién dijo miedo? Abandonando el gratuito prejuicio, pues, asumo el reto, olvido por un rato el piscineo y me sumerjo en la intriga. A ver qué pasa.

Y pasa que me encuentro en el interior del pelotón del Tour de France, de la mano de mi amigo Marc Moreau. Marc es el gregario de lujo del equipo Fonar, que lidera el estadounidense Steve Panata, un portento del ciclismo que hasta ahora se ha adjudicado cuatro Tours. Moreau se crió en un barrio marginal de Medellín y allí se hizo inmune al sufrimiento. Su madre nació en Colombia, pero su padre era francés, así que puede decirse que corre en casa. ¡Y vaya si tiene cualidades el muchacho para lograr el triunfo en la general de la Grande Boucle! Una pena que su especial amistad con Panata –más que un jefe, un hermano– y su particular reinterpretación de lo que significa la palabra “fidelidad” le impidan rendir por encima de lo que reflejan sus resultados clasificatorios habituales, para decepción del coronel Bruno Lombard, su mentor, y de su potente novia Fiona, a la sazón supervisora de mecánicos de la UCI.

Pues ya he cumplido uno de mis sueños: estoy en el Tour. Sin embargo, la paz del pelotón se ha visto alterada desde el principio de la competición. Marc me cuenta que algunos hechos que se creían accidentales, realmente, no lo son. La policía se encuentra investigándolos. Y aquí va la bomba: como él, durante su fugaz paso por el ejército galo, tuvo asignación en la pequeña unidad de la policía militar del regimiento, le han pedido colaboración.

En resumen, que el bueno de Marc Moreau tiene durante estas tres semanas una gran tarea por delante. A saber: sobrevivir a los más de tres mil kilómetros de carretera que le esperan, intentando ayudar a al líder de su formación para que consiga su quinto Tour; colaborar con el comisario Favre para que la seguridad de la carrera se mantenga y se detenga a los culpables; y, finalmente, convencer a sus inseparables Lombard y Fiona de que la amistad con Panata justifica su habitual comportamiento gregario, ese que le obliga a aceptar siempre el sacrificio de mantenerse en segundo plano ante los éxitos del otro. Telita.

A partir de este momento, sólo resta pedalear a su lado, permaneciendo atento a sus palabras y estando ojo avizor a los movimientos de todos los personajes –corredores o no– que se mueven alrededor de la ronda francesa. Sin embargo, mi labor no concluye aquí, que otros amigos –esta vez los de Estado Crítico– me aguardan para confirmar si merece la pena o no emprender por cuenta propia esta aventura ciclista.

Brujuleo un poco por internet y encuentro una entrevista a un Zepeda Patterson que parece que me ha leído las intenciones. ¿O ha sido al revés?: “Quise hacer una novela en el tono de Agatha Christie, de un grupo cerrado donde hay un criminal; el Tour de Francia es mi Expreso de Oriente. Hay un asesino y debe ser descubierto antes del próximo golpe y eso produce una atmósfera muy Agatha Christie”. Textual. Yo nunca podría haberlo dicho más breve y certeramente, ya que hablar de este tipo de influencias tiene el riesgo de que el aludido pueda tomárselo como si le mentaran a la madre. Y me alegra esta total ausencia de complejos.

Mira que lo pensé. Ahora sí puedo afirmarlo sin miedo y a la estela de su autor: Muerte contrarreloj es una suerte de Asesinato en el Orient Express a la heroica y con pedales de por medio. Pero, ojo, nótese en este aserto mi tono de admiración y no una crítica malintencionada, que el texto de Zepeda está excelentemente dispuesto en torno a una intriga muy bien dosificada y a una narración documentada con gran brillantez. Así, el novelista confiesa haberse acreditado para cubrir varias rondas ciclistas y doy fe de que en su obra se perciben con nitidez las distintas sensaciones –y hasta los olores– que identifican inequívocamente al sufrido deporte de la carretera. Del sofocante calor del mes de julio hasta el brutal granizo de la jornada alpina. Desde la grasa de la cadena hasta el mágico elixir del linimento tras la paliza del día.

Lo mismo puede decirse de sus protagonistas, todos ellos muy dignamente descritos y desarrollados, ya que lo que sí resulta imprescindible en una trama de intriga es que sus personajes –al menos los principales– sean perfectamente creíbles en sus personalidades y comportamientos. Que nadie espere, por tanto, en este tipo de novelas un desglose psicológico de sus perfiles o retorcidas teorías freudianas que justifiquen sus evoluciones vitales: con un aceptable grado de verosimilitud en ellos, va que chuta el invento. En Muerte contrarreloj, el cóctel funciona con el mínimo de los esfuerzos, así que… ¿para qué vamos a pedir mayor virtuosismo?

En cambio, lo que sí ha de apuntársele en el debe a su autor es una molestísima tendencia a utilizar expresiones, vulgarismos y giros ajenos al español normativo, que afean el resultado final, por más que el curioso lector haga de tripas corazón y acepte convertirse en un “manito” más, en favor de la trama. Jalonan el texto abundantes ejemplos, siendo los más evidentes los pertenecientes al nivel léxico. Así la reiteración de la palabra “competencia” por “competición” o “carrera”; de “celular” por “móvil”; de “fólder” por “carpeta”. Incluso, y esto sí que es imperdonable, también se resiente de ello la sintaxis, habiéndome encontrado no sólo con algún que otro laísmo, sino  incluso con gravísimos fallos en el uso de los tiempos y modos verbales, que deberían haber sido enmendados en la corrección de estilo. Para botón de muestra, tengan aquí un ejemplo extraído de uno de los diálogos que tienen lugar entre el ciclista Moreau y el comisario Favre:

“…No sé cómo podría ayudar, incluso si lo que usted sospecha es cierto. No sé cuánto sepa de ciclismo; los deberes dentro de un equipo que compite en el Tour son extenuantes…”. (pág. 42).

El resumen de toda esta reseña es que, finalmente, llego a París con una muy buena sensación y sin que la fatiga propia de la competición me pase factura. Y todo ello a pesar de las imperfecciones ya descritas. Mi amigo Marc me guiña un ojo al despedirnos. Voy a echarlo de menos, así que denle una oportunidad al señor Zepeda Patterson. Espero que, como yo, puedan terminar el Tour sin resentirse tampoco del pedaleo, aunque el verano ya se nos haya ido… Salud y ya me cuentan cuando crucen la meta. Au revoir.

Muerte contrarreloj (Destino, 2018) | Jorge Zepeda Patterson | 368 páginas | 18,50 €

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