Agota Kristof
Alpha Decay, 2015
ISBN: 978-84-92837-84-7
64 páginas
9,90 €
Traducción de Juli Peradejordi
Prólogo de Josep María Nadal Suau
Sara Mesa
Una niña no deja que su abuela le cuente cuentos a la hora de dormir: es ella quien los cuenta. “Las historias las explico yo, no tú”, le dice, y tras la retahíla de fabulaciones concluye, exhausta pero amenazante: “no se acabará nunca”. Años más adelante, la niña vive en un internado, alejada de su familia, y para poder dormirse, vencida por el llanto, compone poemas que se recita a sí misma entre susurros: “Ayer, todo era más bello”. Poco después, con algo más de veinte, continúa utilizando la poesía como medio para escapar de la soledad y la locura: transforma el desquiciante ritmo de la fábrica donde trabaja todo el día en palabras y versos, que tiene que memorizar porque solo puede escribirlos cuando llega por la noche a su casa. Esta misma mujer, años más tarde, vierte estas experiencias, más las de la guerra, la represión y el exilio, en una narración entrecortada, seca, dura y sin concesiones, sin duda una de las obras cumbres de la literatura europea del siglo XX: El gran cuaderno. Pocas veces se encuentra una fusión mayor entre vida y literatura que en el caso de Agota Kristof. Pocas veces, también, esa necesidad de escribir ha sido más imperiosa, más auténtica y más desgarradora.
De todo esto va La analfabeta, un relato autobiográfico compuesto por breves estampas que nos presenta algunos de los momentos de la vida de la autora, además de una de las reflexiones más hondas que he leído nunca -más que muchos tratados lingüísticos, posiblemente- sobre lo que supone la pérdida de la lengua materna y la imposición de otra. Como es bien sabido, salvo los poemas de juventud, Agota Kristof, nacida en Hungría en 1935, escribió toda su obra narrativa y dramática en francés. Esto podría considerarse como un acto voluntario, pero solo hasta cierto punto: es la respuesta -la más lógica, la más coherente- a la experiencia del exilio, de la ocupación militar y del desarraigo de los que se ven forzados a dejar su país. Las historias que aparecen en la trilogía de Claus y Lucas no podrían haber sido escritas en su lengua materna: recordemos que el relato comienza con dos niños que se ven obligados a huir de su pueblo y tratan de adaptarse a un mundo inhóspito y ajeno con reglas arbitrarias para ellos. “No he escogido esta lengua. Me fue impuesta por el destino, por la suerte, por las circunstancias. Estoy obligada a escribir en francés. Es un desafío. El desafío de una analfabeta”, dice en este libro nuestra autora. Es una analfabeta, explica, porque tiene que empezar desde cero, partir desde los inicios y manejarse, también como escritora, con estas nuevas coordenadas. No es casual que la narrativa de Kristof tenga similitudes con las redacciones escolares, ese tono casi ingenuo, llano, pero más demoledor aún precisamente por la ausencia de artificios. En una entrevista también declaró haber escogido el francés frente al húngaro “para poner distancia entre mi terror y mi escritura”. Probablemente, y con todos los matices que se quieran, el caso más similar sea el de Samuel Beckett, que optó por el francés como fórmula para lograr el extrañamiento del lenguaje y de escapar de los automatismos de la lengua materna, pero también como manera de romper con las formas narrativas convencionales en un momento en el que las terribles consecuencias de la Segunda Guerra Mundial se abatían sobre el mundo.
No, no me estoy yendo por las ramas. La idea que subyace a todo esto es: no podemos escribir «del mismo modo», como si «nada» hubiera sucedido. La lengua es algo más que un molde: es en sí mismo el modelado, es indisoluble de lo que se escribe (y por eso, las traducciones, pienso, siempre son versiones). Y si en el caso de Beckett el resultado del trasvase de lenguas se plasma en la desarticulación del lenguaje, el discurso enloquecido y el balbuceo infantil, en el de Kristof encontramos la brevedad, la concisión, la falta de retórica, ese estilo que la hace única y que da toda su fuerza a sus escritos, tan bien plasmado como ideario en el famoso fragmento de El gran cuaderno: “Debemos escribir lo que es, lo que vemos, lo que oímos, lo que hacemos. Por ejemplo, está prohibido escribir: “la abuela se parece a una bruja”. Pero sí está permitido escribir: “la gente llama a la abuela la Bruja” (…) Escribiremos: “comemos muchas nueces”, y no: “nos gustan las nueces” (…) Las palabras que definen los sentimientos son muy vagas; es mejor evitar usarlas y atenerse a la descripción de los objetos, de los seres humanos y de uno mismo, es decir, a la descripción fiel de los hechos”. No deja de ser curioso que en el relato de los horrores hayan sido muchos (y pienso ahora en Primo Levi o en Imre Kertesz) los que han huido de la expresión de sentimientos: la mera exposición de los hechos, desprovistos de explicaciones, interpretaciones e incluso juicios morales, nos parece más que suficiente.
Este librito cuenta además con una extraña virtud: como bien apunta Nadal Suau en el prólogo, puede funcionar como puerta de entrada para los lectores que aún no conocen la obra de Kristof, pero también será valioso para los que ya la hayan leído. En el primer caso, abrirá la curiosidad por saber más de esta mujer que fusionó de tal modo su creación y su vida, y querremos ahondar en sus libros tras leer su historia: la prematura salida de la infancia, su escapada de Hungría con un bebé en brazos, su vida en Neuchâtel -la hermosa ciudad suiza que puede también ser un desierto-, sus inicios literarios y su lucha por escribir. En el segundo caso, comprenderemos mejor de dónde nacen la violencia y la crueldad de la trilogía de Claus y Lucas, de dónde el desconsuelo de Ayer, el por qué de su estilo áspero y enjuto, y todo encajará de forma sorprendente. En ambos casos, nos encontraremos con las palabras de una escritora imprescindible que, con toda humildad, afirmó no estar interesada por la literatura, pero que sin embargo, durante toda su vida, utilizó los diccionarios y aceptó el desafío de la expresión más difícil de todas: la que se hace con una lengua que no ha sido escogida libremente sobre temas que tampoco fueron escogidos libremente.
[Borrador del inicio de La analfabeta]