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A qué suena un corazón que se rompe

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CARLOS FRONTERA | Los griegos tuvieron la suerte, la grandísima suerte de que no existían antes que ellos. Los griegos de toda la vida, digo, los clásicos, los de los edificios a medias y las estatuas tullidas. Con todo y con eso, algo hay que reconocerles: no se quedaron con las brazos cruzados, a verlas venir. Bien pudieron haberse conformado con sus guerras y sus olimpiadas, pero no. Hincaron las rodillas. Hincaron los codos. Hincaron el cerebro y escribieron todas las historias.

Todas.

Jugaban con una ventaja: no contaban con una tradición literaria escrita. No la había. Y, si la había, no tenían acceso, o era un acceso limitado, restringido por las circunstancias, poca cosa. El wifi de la época funcionaba a vela y la comunicación tenía un ritmo más humano, menos comercial. Ellos eran la tradición. Un momento de la Historia en el que presente y tradición iban de la mano.

Después de los griegos ―los clásicos, los de toda la vida―, la literatura es un ejercicio de repetición. Es un hándicap con el que contamos los habitantes del tiempo después de los griegos. A falta de historias, nuestra única esperanza de originalidad, el último reducto de autenticidad es la perspectiva. La perspectiva nos salva.

Pongamos una ruptura, una de esas sentimentales que vuelven el mundo del revés y desmigajan el corazón. Una ruptura se puede contar desde diversos ángulos, desde no pocas perspectivas: el drama, las escenitas, la tragedia ―llantos, gritos y toda la pesca―, el vacío, el silencio, los sitios sin ti.

Esa última perspectiva escoge Juan Berrio en su última novela gráfica, Siete sitios sin ti. Estructurada en eso, en siete sitios, en siete capítulos que son los escenarios inmediatamente posteriores a la ruptura de la que Elena trata de reconstruirse sin Jorge. A decir verdad, seis son los capítulos que cumplen esa premisa. El primer escenario es la casa de los padres de Jorge, donde viven ambos. El libro arranca en el instante en que Elena toma conciencia de que la relación ha acabado, sin entender del todo qué le ocurre a Jorge.

A partir de entonces, comienza una odisea que no es como la de los griegos pero que también se las trae. Una odisea sentimental, un viaje más hacia dentro, podría decirse. Juan Berrio hace gala de una enorme sensibilidad en cada viñeta. No se centra en los momentos en los que la tristeza aflora en forma de lágrimas, enfado o hundimiento. Obvia esos momentos. Ya los narraron tantos. Juan Berrio prefiere mostrarnos una tristeza más comedida, más apocada, llena la intimidad de Elena con el silencio de las horas muertas y la desgana del cuerpo, vencido, apaleado por el amor no correspondido. Con trazos simples, sutiles, casi esquemáticos, casi esbozos en ocasiones, y con una gama de colores más bien tristones, apagados, Juan Berrio dibuja el silencio, dibuja el vacío y construye viñetas, escenas en las que parece que no pasa nada pero vaya si pasa. Pasa lo que no está escrito. Lo que no está dibujado, pasa.

Todo lo contaron los griegos ―los de los edificios a medias―, pero no exploraron todas las perspectivas. La perspectiva no depende tan sólo del punto de vista. El tiempo, o sea, la experiencia, también determina la perspectiva. Y los griegos no disponían de la experiencia de un individuo del siglo XXI al que le rompen el corazón, eso no les pertenecía. No podían saber a qué suena el silencio de un corazón roto en estas alturas de la Historia, no conocían sus retortijones. Y el amor, como todo, también es cultura, y está sujeto por tanto a los vaivenes del tiempo, a sus costumbres. Juan Berrio ha escogido una perspectiva actual, de su época, menos trillada que otras perspectivas, y ha dibujado en Siete sitios sin ti ―con delicadeza, con sensibilidad― a qué suena un corazón que se hace añicos: a nada, al vacío. Cualquiera que haya sufrido una ruptura se conmoverá en no pocas ocasiones al observar un gesto leve de Elena, un movimiento dejado a medias, el apego repentino a ciertos objetos que antes pasaban inadvertidos y que formaron parte de esa comunidad de dos que es quererse. Cualquiera.

Siete sitios sin ti Juan Berrio | Dibbuks, 2018 | 111 páginas | 18 euros

admin

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