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Ahí el mar esperando, ahí desde el principio

ROCÍO ROJAS-MARCOS | Estaba el mar. Antes que nada, antes que la necesidad de ponerle nombre, antes que el ruido de sus olas rompiendo contra la orilla, antes que cada uno de los pensamientos estaba el mar constante en sus subidas y bajadas de mareas, en sus ritmos sinuosos y aterradores al hacerse de noche. Eso ya estaba ahí cuando Tomás González empezó a escribir la novela Primero estaba el mar y supo que había que marcar un momento en el tiempo pasado que sirviese de origen de esta historia, un momento pasado que se alejase en los ritmos perdidos del oleaje, pero le valiesen para contarnos cómo por mucho que una persona intente salvarse, por mucho que luche contra su propia naturaleza, al final, ahí está ese pasado para tirar de ella hacia lo más profundo, hacia ese fondo del mar que ya estaba ahí esperándola.

Entonces, rodeados del mar que todo lo moja es como los protagonistas de la novela de Tomás González van a avanzar por esta historia. Han llegado para instalarse en un lugar remoto de la costa colombiana, han comprado una finca y creen que van a lograr dejar atrás una vida caótica y sin rumbo que llevaban en la ciudad, para empezar a gestionar las tierras y que estas den rendimiento. Visto así, el pan parece bueno. Se han inventado una vida basada en la atracción que sienten el uno por el otro, pero ahora deben hacer que funcione, porque el mar todo lo moja, todo lo sala, todo lo reblandece, y contra eso no se puede hacen nada, por mucho empeño que se ponga, pues cuando cada noche cierran los ojos saben, aunque lo callen, que han de inventarse una vida nueva llena de grietas por las que va a filtrarse el agua, por muchos paños que metan para frenarla.

A través de un narrador que cree verlo y saberlo todo, González va dando forma a esta novela breve en la que nos adentramos en la deriva a la que están abocados los protagonistas. Elena y J. creían que juntos podrían con todo, creían que sería suficiente con el deseo de una nueva vida ordenada, pero el mar estaba ahí para llevarles la contraria. Los diálogos concisos y directos van transformándose en agujas que se clavan uno a otro. El amor y el deseo del principio se van convirtiendo en aguijones lanzados que perforan las fuerzas hasta que la debacle anunciada se hace inevitable. Hasta que el ruido constante de las olas de fondo los días buenos, pero invasivo y aterrador los días de marejada, hace que la vida se vuelva insostenible, que el alcohol se apodere de sus voluntades y no haya más que sentarse a esperar el final, ese que de nuevo viene a recordarnos que el mar estaba primero, que contra la naturaleza no se puede hacer nada. No se puede parar el ritmo de las olas, no se puede querer cambiar una vida como no se para una bala perdida. Así, de la inevitable deriva del alma es de lo que nos está hablando esta novela descarnada y llena de color que termina hundiéndose en el abismo de la profundidad del mar, y con eso llegamos a las últimas frases: Primero estaba el mar. Todo estaba oscuro. No había sol, ni luna, ni animales, ni plantas. El mar estaba en todas partes. El mar era la madre. La madre no era gente, ni nada, ni cosa alguna. Ella era el espíritu de lo que iba a venir y ella era pensamiento y memoria.

Primero estaba el mar (Sexto Piso, 2024) | Tomás González | 176 páginas | 17 euros

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