RAFAEL ROBLAS CARIDE | Cuando alguien va hablando solo por la calle, hay cierto peligro de que el personal lo tome por loco. Sin embargo, ¿acaso no es la locura el sustrato más cuerdo de la lucidez del hombre? Así parece entenderlo también Javier Salvago (Paradas, 1950) cuando escribe el siguiente pensamiento y justifica la obra que hoy nos ocupa: “¿Loco?… Su cabeza está a años luz de las vuestras”. Y es que este Hablando solo por la calle puede entenderse como una sucesión de frases más o menos ocurrentes e ingeniosas, pero también -y esto es quizás lo más acertado- como un soliloquio machadiano de alguien que está un poco harto del mundo que lo rodea y que siente la necesidad de ajustar cuentas consigo mismo, con sus coetáneos y con sus circunstancias.
De este modo nace esta recopilación de aforismos originales con los que el de Paradas sorprende ahora por su lucidez, por su franqueza y por su sinceridad, zamarreando así las conciencias y aprovechando para dirigir en el trayecto una crítica certera y frontal hacia distintos aspectos de la actualidad más inminente, bien sea esta social, política e, incluso, literaria. Regresa, pues, el poeta a sus raíles y a su tono más reconocible -tras esa breve incursión en el género narrativo que supuso El miedo, la suerte y la muerte (Huerga & Fierro, 2015)-, no renunciando incluso a su tendencia natural en pos del verso y de la rima asonante y desplegando ante el asombrado espectador un amplio catálogo misceláneo que, en aparente desorden, reitera, amplía y complementa el universo salvaguiano desarrollado sobradamente en obras precedentes.
Abre uno las primeras páginas de este Hablando solo… y no hace falta andar sobrado de perspicacia para caer en la cuenta de que, a pesar del tópico que identifica a Salvago como un autor amable y sarcástico, el poeta se perfila aquí incidiendo en el amargor de la decepción vital y del hastío existencial. ¿No es cierto que resultan sorprendentes todos estos condimentos barrocos a estas alturas del siglo XXI? Pues ya lo he dicho: pese a la filiación becquerianista y manuelmachadiana largamente otorgada por los críticos a la obra de Salvago, hay en esta sucesión de aforismos una perceptible veta quevedesca que, no exenta de su mijita de colmillo y mala leche ‘made in Spain’, proporciona la sal y la pimienta al guiso final. Y, a estas alturas, que cada palo aguante su verla y cada hereje su sambenito.
Sin embargo, como el movimiento se demuestra andando y los comentarios críticos han de sustentarse sobre ejemplos concretos, me he permitido reproducir aquí -espero que el autor no se moleste- un breve muestrario antológico de sus aforismos para que el futuro lector se haga una idea de lo que ofrece el nuevo libro recién bautizado. Los he agrupado y, comenzando por los que abordan asuntos más mundanos, les invito a que pasemos a degustar como entremeses aquellos que se refieren a uno de los oficios más degenerados que pueden ejercerse en la actualidad: el oficio político. Deteniéndose más concretamente sobre el panorama español, afirma Salvago sin faltarle ni pizca de razón:
“Doctor, ¿qué le pasa a la política? La política está bien. Los que están mal son los políticos”.
“La partida está como para levantarse de la mesa y dejar que jueguen sólo los tramposos”.
“Cuando la mayoría se equivoca, lo pagamos todos”.
“AFORRISMO: Acción y efecto de “a forrarse”. Práctica muy extendida entre los que disponen de dineros públicos”.
También se ocupa el creador de La destrucción o el humor de otra profesión no mucho mejor considerada: la literaria. Así se ejemplifica dicho menester en la carne del poeta y, a continuación, se expresan autobiográficamente las claves de su propia poética, que toma cuerpo en una sucesión de aforismos que cobrarán sin duda un gran valor entre los estudiosos de la obra salvaguiana.
“La técnica no esclaviza, libera”.
“Decir exactamente lo que se quiere decir y decirlo de manera que los demás lo entiendan”.
“No siempre lo que no se entiende es elevado y profundo. A veces, sencillamente, está mal expresado y no hay nada que entender”.
“Escúchate a ti mismo. Sé tú mismo. Habla como tú mismo”.
“Ni un sentimiento, ni una emoción, ni una experiencia que no se haya experimentado en carne propia”.
“Poesía, la justa. Literatura, la mínima”.
O el demoledor:
“Si eres un poeta claro malo, te expones a que la gente se dé cuenta enseguida. Si eres un poeta oscuro malo, la gente tarda más en descubrirlos. A veces, siglos”.
Elevando el diapasón, Salvago se pone metafísicamente serio en otra serie de aforismos que podemos catalogar como de existenciales, en los cuales se encuentran dosis perfectamente equilibradas de escepticismo, de dignidad, de lirismo, de lucidez, de sarcasmo, e, incluso, de un puntito de cinismo guasón. Todo ello muy marca de la casa.
“– Te regalé la vida. – Sí, ese regalo envenenado”.
“La vida nos recuerda que venimos del agua y somos agua”.
“Creer en algo no significa que sea verdad y ni siquiera que exista”.
“Lo más inteligente que se puede hacer en esta vida es marcharse a tiempo”.
Vuelve a destacar el paradeño con la incorporación del humor a su creación, con sentencias que dejan el esbozo de una sonrisa en el rostro del lector:
“Llueve y se alegra / la ciudad. Esta tarde / toca ducharse”.
“Mi querida España, / esta España sorda, / esta España tuerta”.
“– ¿Querido editor, qué se sabe de mi libro? –Se sabe que llegó a las librerías en marzo y todavía no ha salido de allí”.
Aunque reconozco que mi favorito es este aforismo que soy incapaz de leer sin que se me aparezcan, cuán cómicos fantasmones volanderos, los cuerpos incorruptos de algunos conspicuos artistas “sevillís” (Umbral ‘dixit’):
«Hay dos clases de artistas: los que crean el arte y los que tienen un arte que no se puede aguantar”.
Si bien, mención aparte merecen aquellas otras entradas en las que el oído de Salvago ¿traiciona? el prosaísmo de las sentencias y estas se asonantan o buscan la regularidad métrica, acunándose así con el deje lejano de una canción que, a veces poetiza una imagen o bien en otras ocasiones se evade por la senda ya conocida del humor. Destaco los siguientes fogonazos que algunos llamarán haikús:
“Qué larga se hace / la vida se quejaba / la mariposa”.
“Hacer sencillo / y fácil lo complejo, / claro lo oscuro”.
“La lluvia canta /canciones que alguien dentro / de ti recuerda”.
Dicen las malas lenguas que este Hablando solo por la calle nace por un ajuste de cuentas con esa “literatura de almanaque” que nos está saturando las redes sociales. El propio Salvago parece estar de acuerdo con este efecto nocivo y nos da la razón con su pizca de exageración: “Cuánto daño han hecho a la humanidad las frases de almanaque. Cuánto dolor y cuántas decepciones por creer en sus rotundas y bellas verdades… a medias”. Sin embargo, no soy yo quién para desmentir o no la veracidad de dicho ajuste de cuentas. Ni lo sé a ciencia cierta ni lo revelaría si lo supiese. La leyenda es más hermosa: un poeta a solas hablando de sus cosas con el aire, rebelándose ante la banalidad y el desastre multimedia. Ajustando cuentas consigo mismo. Y en ese aire, un libro, este Hablando solo por la calle, que nos permite sentir más de cerca la respiración de uno de los nombres más interesantes de la poesía contemporánea. Mal que le pese al ínclito Coelho: esta vez nadie le ha dado vela en el entierro.
Hablando solo por la calle (Isla de Siltolá, 2016), de Javier Salvago | 74 páginas | 10 €
Muchas gracias, Rafael, por haberle puesto tanto interés a mi libro y haberlo contado tan bien. Perfecto el resumen. Un fuerte abrazo
Gracias a ti por escribirlo. Me divertí mucho leyéndolo y fue todo un gusto trabajarlo y hacer su reseña. Un abrazo.