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Al caer la noche

RAFAEL ROBLAS CARIDE | Daniel Cotta (Málaga 1974) ha escrito El beso de buenas noches con un verso cristalino que se sustenta sobre el andamiaje del endecasílabo (pentasílabos, heptasílabos, endecasílabos blancos). Y este verso va desparramándose dulcemente sobre la página hasta conformar un unitario poema que, a su vez, se subdivide en treinta y nueve composiciones segmentadas. Desde la luz a la sombra. Desde el crepúsculo hasta el alba. No más declina la tarde y el sol agoniza, extinguiéndose en paralelo al poeta y sorprendiéndolo en su tristeza, Cotta comienza su obra interrogándose a sí mismo acerca de su frágil naturaleza de ser nacido para la muerte:

[…] Y no solo supiste

lo horriblemente tuyo que sería,

sino que encima lo trajiste herido:

tu corazón

vino herido de vida

por la corazonada

de tu muerte.

Luego se rompe el soliloquio existencial con la irrupción en escena de un tú real: el amor una vez más como salvador del mundo, como un nuevo Lázaro que llama al amante y lo rescata momentáneamente de la muerte, colmando su alma de esperanzas mientras el cuerpo se despeña entre las difusas fronteras del ser o no ser que marca el sueño. Y la expresión del autor se refleja en los espejos de Salinas y de Neruda para componer uno de los momentos más emotivos del poemario.

[…]Me gusta que me lean tus pupilas,

me gusta que disfrutes con pasajes

que yo no imaginaba que tuviera.

No dejes de leerme, de hojearme,

porque eso es respirar.

Un libro es, sin abrir, un ataúd.

Y yo no quiero que me cierres nunca.

El discurso prosigue, alternando versos que oscilan desde lo cotidiano hasta lo onírico y que elevan la consideración literaria de Cotta gracias a imágenes de gran calidad y altura lírica (“Prepárate: nos toca hacer las maletas, / guardar la lluvia, la arboleda, el viento, / hacer acopio de azahar y pájaros, / doblar la luna y colocarla al lado de los guantes”). Sin embargo, durante la duermevela –y pese al salvavidas del amor, convendría añadir–, sigue meciéndose la muerte, tal y como lo sugiere el comienzo de otra de las composiciones que continúa el camino descendente hacia el reino del no ser: “Tú nunca te terminas, pero el día se apaga / y eclipsará en el sueño tu presencia”. Y luego lo remarcará más adelante con una rotunda definición, ya que “el sueño es una muerte por capítulos”. Haz y envés de la moneda.

Precisamente en este poema citado, el escritor, después de revelar al lector los capítulos de esta muerte por entregas que es el sueño, concluye con una advertencia que, de modo menos trascendente, todo reseñista ha de tener en cuenta: “Capítulo final: / perdón, no suelo reventar los libros”. Por eso, sin profundizar mucho más, solo indicaré que durante el resto de este iniciático viaje hacia el amanecer van saliendo a flote, después de los miedos, las inseguridades, la certeza –muy juanrramoniana– de que el mundo seguirá girando alrededor del sol cuando el poeta se vaya, los hijos, los adioses:

[…] Ahora lo he sabido:

morirse no es inexistir. Morirse

es deciros adiós. […]

Y la voz continúa fluyendo con idéntico tono, sin altibajos estilísticos, en total intimidad, sumiéndose cada vez más en la angustia de lo inevitable. Con desazón, pero elegantemente. Hasta el final. Hasta un final, no por previsible, menos emocionante, cargado de esperanza y redimida finalmente la noche por el amor, por esa “alondra del beso” que se posa en los labios y susurra a manera de milagrosa bienvenida un “buenos días”. ¿O tal vez habría que entenderlo como una definitiva despedida? Hasta que el punto final da paso a la mañana.

*

La noche como agujero negro que recarga energía. La noche como regreso a un inmenso útero materno reponedor de vida. La noche como almacén alucinógeno de sueños y deseos. La noche como purificador olvido que horada párpados y reconstruye amaneceres en los que el alma resucita cíclicamente. San Juan de la Cruz describió líricamente la noche apoyando sobre sus sombras una escalera que lo acercó a Dios. Los románticos dibujaron luego sobre su negrura una redonda luna construida con suspiros melancólicos. Ahora, Daniel Cotta nos demuestra con El beso de buena noches que en las espaldas de la noche –de vigilia a vigilia– también puede trazarse la ruta de un metafórico viaje que gira en torno a los pilares fundamentales de la existencia humana: el amor, la vida, la trascendencia, el paso del tiempo, la muerte. Merece la pena dejarse llevar por la aventura.

El beso de buenas noches (Renacimiento, 2020) | Daniel Cotta |70 páginas| 9.40 euros

admin

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