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Al calor de la península maya

9788494105289 (1)ANTONIO RIVERO TARAVILLODe todos los intelectuales y escritores mexicanos de hoy, Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) es uno de los más conspicuos y valiosos. Autor en varios géneros, ha publicado novelas como El testigo, con la que obtuvo el Premio Herralde en 2004 (una narración algo cansina con Ramón López Velarde al fondo que no es en mi opinión lo mejor de su obra). Ahora Altaïr, editorial como se sabe especializada en periplos y aventuras, rescata un libro que originalmente vio la luz en 1989. Villoro es un ameno conversador y un orador excelente. Esa condición se traslada a la página impresa, consiguiendo mantener el interés se su viaje sentimental en todo momento.

Comienza contando la historia de sus abuelos maternos y del arraigo de su familia (él es hijo de español y yucateca) en la península. Y ya desde el principio, el encanto, el humor: “Mi abuela tenía una amplia memoria, siempre mejorada por su imaginación. Nos contó mil veces el bombardeo de Progreso (la familia corrió hasta Chixculub y se refugió e una casa repleta de alacranes), la llegada del cometa Halley, la visita de Madero a Yucatán: el héroe la tomó en brazos en un parque, dijo “qué bonita niña” y le plantó un beso en la mejilla (para mi abuela, la Revolución había sido obra de forajidos, pero guardó un buen recuerdo del “pobre hombre” que la besó de niña).” Luego va desgranando su viaje, que incluye observaciones sobre el género y los grandes autores que lo han cultivado así como juicios literarios que actúan como contrapunto de su propio narrar, aunque sea para contradecirlo: “Desde que Joyce agobió a Leopold Bloom con un día que no resistiría ni un medallista de dectalón, la literatura sólo es moderna si tiene un desorden temporal.”

Llegado en avión, sus recorridos por Mérida y alrededores los hace en un escarabajo. Sus anotaciones son sociológicas, históricas, musicales sobre el paisaje, sobre el lento transcurrir del tiempo en una zona tórrida. Y siempre con agudeza en la visión y en la expresión gracia: “También convendría que los museógrafos revisaran su concepción de la estatura de los visitantes. Casi todos los museos mexicanos están espléndidamente planeados para espectadores de siete años. Si uno no es enano, la mejor manera de recorrerlos es en silla de ruedas: sólo así se logra al altura exacta para leer las cédulas.” A veces parece haberse tomado un tequila con Ramón Gómez de la Serna: “Las tortugas de carey me alegraron un poco, nadaban en la oscuridad con un alborozo de futuros peines.”

Mucho ha cambiado en Yucatán desde aquel 1988 en que el capitalino Villoro la visita, aún sin estallar las explosiones turísticas de Cancún y Puerto del Carmen, no muy lejos en el vecino estado pero la misma península. Algunas de las cosas de las que habla acaso sean ya tan pasado como las ruinas mayas, si no tan esplendorosas. Pero a diferencia de estas, están muy vivas, vida que se contagia, en las páginas de este libro altamente recomendable.

Palmeras de la brisa rápida. Un viaje a Yucatán (Altaïr, 2016) de Juan Villoro | 192 páginas | 16 €

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