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¿Ante qué ley arrodillarse?

CAROLINA EXTREMERA | Cuando era muy joven pasé una época en la que la poesía que leía tenía siempre un alto componente narrativo. Después, al interesarme más por otros poemas mucho más estáticos, pasé otro periodo de tiempo en el que me convencí a mí misma de que la poesía es más auténtica cuando se centra en imágenes, descripciones y sentimientos. Estaba equivocada, como posiblemente estemos equivocados todos cada vez que aseguramos qué temas, qué estilo o qué recursos deben o no deben utilizar los poetas.

Hace unas semanas, con esto de que se acababa el año, estaba repasando mis lecturas y me di cuenta de que mi descubrimiento poético del 2022 ha sido Matthew Francis, un poeta británico que me conquistó con su poemario Mandeville, en el que utiliza un libro muy famoso de la Edad Media, Los viajes de Sir John Mandeville, para meterse en la piel de su protagonista, un caballero que supuestamente dio la vuelta al mundo en una época en la que la tierra, supuestamente, ni siquiera era redonda. En los poemas, no sólo asistimos a la narración del viaje, sino a sentimientos, reflexiones y muy inspiradas descripciones de tierras exóticas. De repente, estaba todo en los versos: la narración y la quietud. Por eso, cuando leí la sinopsis de Soñka, manos de oro, decidí darle una oportunidad, a pesar de tener un planteamiento tan distinto a Cesto de trenzas, el libro con el que su autora, Natalia Litvinova, me deslumbró en 2018, una obra muy intimista en la que abordaba la memoria de su familia por medio de los rituales de las mujeres que componen su genealogía.

Este nuevo poemario de la autora se basa en el juicio que se celebró en 1888 contra Sheindla-Sura Leibova Salomoshak-Bluwstein, conocida como “manos de oro”, una ladrona que estafaba a hombres ricos en Moscú, Odesa y San Petesburgo en hoteles, joyerías o trenes. Fue una leyenda, una zarina del crimen y, cuando finalmente la atraparon, cumplió condena en Sajalín, donde murió en 1902. Litvinova da voz a Soñka y asistimos a su defensa poética en la que nos cuenta su atracción por la estafa y su rebeldía ante una sociedad en la que ella no era nada. No en vano el primer poema termina con los versos: “Díganme señores/¿ante qué ley debo arrodillarme/ si todas fueron escritas por hombres?”.

La autora divide el libro en tres partes. En el primero, descubrimos pinceladas de su infancia, de su relación con su madrastra o del deseo que le provoca el que será su marido (“fue en otoño pero sentí la primavera, / como un fruto maduro me abrí / fuera de estación) hasta que parte en busca de una vida de estafas (“dejé en los cajones / la ropa con la que fui feliz”). Después, en la segunda parte, vamos encontrando sus motivaciones para el robo, su modus operandi (“El dinero atrae más dinero / como la suciedad a las ratas”) hasta que en la tercera parte asistimos a su caída y a su condena en Sajalín, que lamenta desde su celda (“El sol era un aro de fuego / que yo quería atravesar. / Pero no ardía / para mí”).

Se podría leer, efectivamente, como un largo poema narrativo que se aleja de las definiciones de mujer fatal que alentó en su momento la prensa rusa, y también como una colección de poemas en los que se fotografían instantes de la vida de una persona con sus deseos, su fortaleza y sus reivindicaciones, una mujer que porta con orgullo el estigma de criminal porque no reconoce la ley que la condena. No hay florituras complejas ni se buscan imágenes especialmente poderosas, solo la sencillez que hace que Soñka sea la que destaque por encima de todo.

Curiosamente, cuando leí este libro, ni siquiera Google pudo ayudarme a encontrar nada sobre esta mujer, posiblemente porque la información disponible aparecerá en otro alfabeto. Lo que sin duda es una carencia, pues es una historia que podría interesar mucho al público, también es una oportunidad para que los poemas ganen fuerza evocadora emborronando aún más la línea que separa la realidad de la ficción. Esa línea que llamamos leyenda.

Si se me concediera

un último deseo,

pediría estar

en medio del bosque,

frente a una vieja capilla

con las cúpulas

cubiertas de nieve,

sin fuerza

para sostener

más peso.

Hoy me siento

como esa cúpula

deteriorada.

Soñka, manos de oro (La Bella Varsovia, 2021) |Natalia Litvinova| 80 págs. | 12.90€

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