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Aprender a mirar el mundo

Campo-Visual_Kathleen-Jamie

CAROLINA EXTREMERA | Los lectores, ustedes y yo, fuimos un día a ver ballenas. Nos subimos a una zodiac y nos hicimos a la mar con un grupo en el que había otros treinta turistas. Llovió a mares. Escupíamos el agua y solo llegamos a ver el lomo gris de un animal cuyo nombre específico, más allá de “ballena”, hemos olvidado. ¿Era rorcual? ¿Franca? No lo sabemos. También quisimos ver los esqueletos de esos mamíferos enormes en los museos de historia natural, y los vimos, pero no recordamos las sensaciones que nos produjeron. Kathleen Jamie, sin embargo, no solo escribe un maravilloso ensayo sobre avistamiento de ballenas, sino que también es capaz de analizar su visita al Museo de Historia Natural de Bergen en estos términos: “Decidí caminar debajo de ella, cuan larga era, y contar mis pasos. Primero caminé bajo el leve arco horizontal de la quijada y del paladar, unas láminas de hueso atezadas por el tiempo de donde en su día había colgado las barbas. Luego llegué a las compactas circunvoluciones del cráneo, seguidas de la caja de las costillas, cada una de las cuales se curva para encerrar y proteger no más que el puro aire (…) Cincuenta y siete pasos. Más un relato que un animal. El viejo marinero”.

Los lectores fuimos también a Cantabria y nos dirigimos, diligentemente, como manda el canon, a las cuevas de Altamira.  Por supuesto, no entramos en ellas. Nos metieron en lo que llaman “la neocueva”, una reproducción con la que contentarnos que, a pesar de  no ser la auténtica, sigue estando llena de gente. También había un museo en el que se aprendía mucho, o eso nos decíamos a nosotros mismos mientras volvíamos al hotel sabiendo que se nos había privado de la experiencia auténtica de estar en el mismo espacio que habitó la persona que supo pintar aquellos animales rojizos. Sin embargo, cuando paramos en Atapuerca, al dirigirnos al sur, y estuvimos exactamente en el lugar de los primeros humanos, no supimos qué decir porque no había más que una gran montaña de huesos lejanos. Kathleen Jamie, sin embargo, entró en Altamira, en la cueva verdadera, porque los escritores de libros de ensayos siempre tienen acceso a los lugares a los que los lectores, ustedes y yo, no entramos jamás. “Estamos profundamente inmersos en la metáfora, las membranas entre el cuerpo y la piedra, y la cueva y el animal se han disuelto, fusionado, como los dos toros que giran. Avanzamos. Cada vez que creo que hemos llegado al final, avanzamos un poco más.”

Campo visual forma parte de una colección que está editando Volcano Libros, centrados en la naturaleza. Desde mi punto de vista, supone un acierto enorme haber dado con él. Antes, hace mucho tiempo, cuando todavía no se habían puesto de moda los libros en los que el autor cuenta sus propias experiencias personales, antes incluso de leer de verdad a Montaigne, yo pensaba que un ensayo era esto, un texto sobre algo interesante en el que lo importante no es tanto cómo se vive sino qué se está viviendo. Así, en Campo visual, lo que la autora nos enseña es verdaderamente relevante. Es la aurora boreal, son las células de nuestro cuerpo vistas al microscopio, es una construcción neolítica desmontada en pedazos, una colonia de aves migratorias, un esqueleto de ballena azul, una familia de orcas nadando, los arcos construidos con los huesos de las quijadas de los animales más grandes del mundo. En ese sentido, puede ser más ameno que un libro completo dedicado a un solo tema, porque no le da tiempo a excederse en ninguno de los catorce capítulos. Y, sin embargo, tampoco se puede decir que nos mantenga totalmente al margen de su propia vida, porque es su experiencia la que se relata aquí. A veces, incluso con un toque de humor – “había estado en islas desiertas, y mi marido había estado en casa con los pequeños. Era él el que parecía devastado, como Robinson Crusoe” – que parece haberse escapado de su escritura más bien fría.

Capítulo a capítulo va logrando ampliar nuestra visión del mundo y aumentar nuestros puntos de interés. Exceptuando el de su visita a España, todos los ensayos parecen estar buscando el norte, como si la escritora escocesa se estuviera guiando por la brújula cada vez más arriba, al archipiélago de  St. Kilda, la isla de Rona, a Bergen, Noruega, a Islandia. Ese norte, ese frío tan exótico para lectores como nosotros, parece configurar una escritura de una precisión que destaca no tanto por su lirismo como por su pureza. La sensación de blancura, a pesar de que se describen multitud de colores,  impregna todo el texto y lo vuelve limpio.

Los lectores, que hemos fracasado una y otra vez en observar el mundo, lo tenemos de repente delante. Este libro alimenta la esperanza de que se puede mirar de verdad, levantar la vista cuando se camina y, si uno no logra hacerlo, siempre sabe que puede confiar en que alguien con más suerte, con más contactos y con más habilidad, escribirá un ensayo que nos evoque lo que nos estamos perdiendo y nos haga recordar lo que es realmente importante.

Hay mitos y fragmentos de mitos que sugieren que el mar que estábamos sobrevolando fue tierra antaño. Una vez, y no hace tanto tiempo, hubo aquí un bosque con árboles, pero el mar subió y lo cubrió. El viento y el mar. Todo lo demás es provisional. Un batir de alas, y ha desaparecido.

Campo Visual (Volcano Libros, 2018) |Kathleen Jamie |Traducción de María Teresa Pilar Vázquez| 240 págs. | 21€

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