ILYA U. TOPPER | Es uno de los libros fundamentales del último medio siglo. Sí, Mujer en punto cero fue publicado en 1975, es decir hace 42 años, pero no se apresuren: es dudoso que veamos alguno que lo supere en los próximos lustros. No porque no haga falta, tal y como pinta el futuro en Egipto y parte del extranjero. Ni porque no le salgan imitadores, conscientes o inconscientes: este libro ha dejado huella. Pero no sabemos si ya ha nacido alguien capaz de repetir esta figura de esgrima que reparte mandobles precisos en una larga voltereta sobre el escenario, y que no deja títere con cabeza.
Todos están citados al balance y cierre de caja que hace Firdaus, narradora en primera persona, horas antes de que se la lleven a la horca. En este centenar de páginas presenta la factura de su vida a los muchos hombres que la han intentado dominar, que la han intentado poseer, convertir en cosa poseída, desde que era una cría. Se salva el chavalillo de su edad con el que jugaba mientras cuidaban las cabras y se frotaban un poco, como hacen los niños, hasta que ella sentía ese cosquilleo entre las piernas que da tanto placer.
Es la última vez que siente placer. Luego, su madre mandará a una mujer con cuchilla y le cortarán el clítoris. Lo que después le hará durante años el tío, ya poco le importará. Y mucho menos aún, salvo por el asco, lo que le hará el marido con el que la casan, sin pedirle mucha opinión. Podrá tal vez amar a una mujer, pero ¿cómo decirlo?
Esto es una historia como la vivían, en 1975, millones de jóvenes egipcias. Y otras muchas millones de jóvenes de otros países (si bien hay que restar el horror de la ablación si trasladamos la historia al Magreb o a Siria). Y como la viven hoy todavía más: no se hagan ilusiones, las cosas no han ido a mejor en estos 40 años.
Lo que no viven tantos millones de jóvenes es lo que hará Firdaus a continuación: escaparse. Pero entre las que se escapan, muchas vivirán la misma experiencia: que el hombre amable que las saque de la calle y se convierta en su amante pase a ser su carcelero.
Porque los hombres, casi todos, en Egipto y gran parte del extranjero, son así: quieren una mujer en propiedad. Que sea suya. Se compra, se paga por ella y se tiene. Y Firdaus sacará la conclusión, la única lógica: se hará puta. Al menos, así puede ella poner las tarifas. Así, al menos, puede ser libre de decidir sobre su cuerpo, dentro de los escasos márgenes que le deja la sociedad. Tendrá que alquilar ese cuerpo, sí, pero ya no está en venta. Ella decidirá el cliente, las horas, el dinero. Las cuentas con los hombres, ahora, serán claras.
El dinero puede comprar la libertad. Tanto que Firdaus incluso podrá pagarse un lujo inaudito: abandonar la prostitución y ser una humilde oficinista, con su horario, sus jefes, sus pequeñas humillaciones y sus pequeñas esperanzas. ¿Podríamos tener aquí un ‘happy end’? No, porque la novela de Nawal El Saadawi no se queda en un recorrido por la opresión social y económica de la mujer. Va más allá: es literatura. Y nos habla, cómo evitarlo, de amor. De enamoramiento, de traición, de decepción, de ese drama que vivimos porque no podemos evitarlo, porque también eso forma parte del mundo en el que nos han educado. A todas.
El camino circular de Firdaus por los infiernos desembocará en el destino de toda mujer que intenta ser libre en una sociedad de carceleros: en la celda donde –así arranca la novela– la entrevistará la autora, la misma Nawal El Saadawi. Ironías de la Historia: seis años más tarde, Saadawi será encarcelada durante meses en la prisión que describe en la novela. Por “amenazar la seguridad del Estado”. Y visto así, hasta era cierto: ¿qué podría ser más amenazante para los fundamentos patriarcales de la sociedad, sobre la que se sostiene el Estado, que hablar del sexo de la mujer? Ya en 1972 había sido destituida de su puesto como directora de Salud Pública de Egipto por haber publicado el estudio Mujer y Sexualidad.
Porque de eso se trata. Saadawi ha tenido la valentía de hablar de sexualidad, de clítoris, orgasmos, amor lésbico, prostitución y violaciones ante lectores que aún vivían en un mundo (imaginado, nunca real) en el que todas las chicas llegan vírgenes al matrimonio. (Esto tampoco ha mejorado: en 2016, el escritor egipcio Ahmed Naji fue a la cárcel durante meses por escribir la palabra coño en una novela).
Pero no se trata solo de colocarnos un espejo y mostrarnos el miedo a la mujer que rompa los tabúes sociales. Aunque Mujer en punto cero es de cierta manera una novela didáctica, también es un paseo por los abismos del alma humana, a lo largo de las erupciones de odio que desgarran por momentos la losa del patriarcado.
Es un libro imprescindible, no solo para Egipto, no solo para 1975. No nos sorprende que en Madrid se haya representado ya como obra de teatro y que pese a su reducida tirada era un clásico en todo mercadillo de libros que se preciara desde que la editorial madrileña horas y HORAS publicase la primera versión en castellano en 1994, con preciosa cubierta en carmesí.
La edición que ahora saca Capitán Swing recupera la misma traducción de entonces, firmada por Mireia Bofill Abelló, que aporta su larga militancia feminista a una versión hermosa y bien medida. Si bien sospechamos, visto su currículum de obras, que el texto se ha vertido desde la versión inglesa y no desde el original árabe de Saadawi. Tampoco puedo decir que me encante la portada, pese a su gran expresividad, y pese a tratarse de una denuncia: por una vez en la vida ¿no se podría haber retratado a una mujer que busca su libertad con algo que no fuese un velo negro?
Pero eso no importa. Negro o carmesí. Si aún no han solventado esta deuda con una de las grandes feministas del siglo –porque eso fue y es Saadawi, nos caiga bien o mal a sus ahora 85 años– diríjanse al punto cero más cercano y pidan la cuenta. Son 16 euros. Por un par de horas. Y luego dicen que las escritoras se venden caras.
De cómo les dejará el cuerpo, mejor no hablamos. Yo recuerdo haber llorado.
Mujer en punto cero (Capitán Swing, 2017) de Nawal El Saadawi | 136 páginas | 16 € | Traducción de Mireia Bofill Abelló